Chicos de la noche
Autora: Bárbara Cifuentes ChotzenEditorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.clinfo@editorialforja.cl Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: diciembre 2020. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.
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Registro de Propiedad Intelectual: N° 2020-A-6507
ISBN: Nº 978-956-338-506-9
eISBN: 978-956-338-507-6
Dedicado a mi papá y mamá, por creer incondicionalmente en mis sueños y en mí. Les debo más que mucho, disfruten este viaje.
PRÓLOGO
5 AÑOS ANTES Abril, 2014
Estoy despierta, o eso creo. Dejé de soñar de repente y sé que me encuentro tumbada en mi cama, pero ¿por qué no me puedo mover? No puedo mover los brazos, ni las piernas, ni el cuello, ni siquiera los párpados.
¿Qué clase de pesadilla es esta? No tengo la respuesta, pero me asusta.
—No estás teniendo un mal sueño.
Escucho una voz en mi cabeza. No, no proviene de mi mente, viene del exterior, pero sin duda es desconocida para mí.
Una vez más intento abrir los ojos, pero me resulta imposible. Esto debe ser una pesadilla o algo así, no puedo estar despierta realmente, solo sueño que lo estoy.
—Se llama parálisis del sueño. Estás despierta, sin embargo, no eres capaz de moverte.
Vuelvo a escuchar a alguien hablar. Es la voz de un chico, que no había escuchado antes.
—¿Quién eres?
Mi boca se abre y emite palabras sin previo aviso, como si no me pertenecieran.
—Vaya, pensaba yo que las personas que hablan durante una parálisis no existían, veo que me equivocaba. Eres un caso muy especial, amiga. Y por fin te encuentro.
—No soy tu amiga, ni siquiera sé quién eres. Si no me dejas en paz llamaré a papá y mamá —amenazo. Esta vez sí tengo control sobre lo que digo.
—No creo que eso funcione. Algo me dice que solo puedes hablar conmigo en estos momentos —vuelve a decir—. Además, no creo que haya nada que ellos puedan hacer, no me verían, ni me escucharían, chica.
—¿De qué estás hablando? Dime de una vez quién eres, qué quieres y qué diablos está pasando —le digo, entrando en pánico. Esto se está poniendo muy creepy y solo tengo once años.
—Soy el espíritu próximo a ti. No te preocupes, solo quiero ser tu amigo, llevo años buscando a alguien con quien hablar. Lamento si suena muy tenebroso, nunca pensé que tendría esta conversación.
Con cada palabra logra espantarme aún más.
—Por favor, no quiero nada. Solo vete y déjame tranquila.
Trato de moverme nuevamente, pero es inútil.
—Está bien, te dejaré. Eres muy pequeña aún para todo esto, lo siento. A lo mejor la próxima vez conectemos mejor.
Siento como si de pronto hubiera quedado un vacío. Un fenómeno que realmente no puedo explicar.
Finalmente, logro mover las articulaciones. Abro mis ojos lentamente y me sorprendo al encontrar mi habitación tal como estaba cuando me fui a dormir; no hay nadie.
Aunque sé que sí lo había.
Hago lo más lógico que una persona haría después de eso: gritar.
Mis padres acuden a mí, y me llevan a su cuarto para que les explique lo sucedido.
Esa noche dormí con papá y mamá, la siguiente también, las que le siguieron igual.
Y durante las otras... hice un nuevo amigo.
—Entonces, ¿tienes una cita hoy con la doctora Freeman? —pregunta Floyd frente a mí, engullendo su almuerzo de arroz con nuggets como si se lo fueran a quitar.
—Sabes que sí, las tengo todos los días —le digo. Él ríe tras mi respuesta antipática, le encanta molestarme.
—Si lo sé, solo que me encanta picanearte con el tema. Me parece tan estúpido que sigas yendo con ella cuando no hay solución, tampoco te hace daño, así que no es del todo un problema —vuelve a decir mi mejor amigo.
—Para mis padres es importante. Ellos saben que me paralizo desde pequeña, que es constante, todas las noches. Lo mejor es que piensen que pueden encontrar una solución química, ya que eso es lo que ellos creen que es, otro fenómeno como el insomnio —digo, sorbiendo el líquido por la pajita de mi refresco—. Tú eres el único que me cree y creería.
—Eso es porque soy parte del Club de los Locos Rebeldes... Y porque no me parece del todo una locura —dice, alargando las “O” en la palabra todo y terminando por sonreír ampliamente.
—¿Qué haría yo sin un amigo como tú? —pregunto con una sonrisa, bromeando.
—Serías la única en el club, pero sabemos que lamentablemente estamos atados a nuestras monótonas vidas.
—No te quejes de eso, gracias a mí tu vida es bastante más interesante —ataco, echando mi cabello hacia atrás como la diva que no soy. Hay que afrontarlo, soy todo un enigma y eso mantiene la vida de mi amigo interesante, o eso creía.
—Eso es al revés.
—Claro que no —sigo discutiendo.
—Claro que... —Floyd no alcanza a terminar de defenderse ya que suena el timbre. La hora del almuerzo ya ha llegado a su fin. Me levanto, recojo mis cosas y rodeo la mesa; al llegar al otro lado lo beso en la mejilla.
—Gané esta. Nos vemos, rebelde —digo, volteándome no sin antes revolver su negro cabello.
—Solo porque la dejo pasar, loca.
Hago una seña negativa moviendo mi dedo hacia atrás y camino por la cafetería dándole la espalda, con una sonrisa en mi rostro que nunca llegará a ver.
Al llegar al pasillo, ya he terminado mi refresco. Busco la aplicación de notas en mi teléfono. Está casi vacía en el día de hoy. Me desagrada no tener nada para contar por las noches.
—¡Verónica! —escucho que me llaman.
Me volteo con el sorbete en la boca buscando al dueño de la voz. Louis. Louis Tomarelli. Acaba de pasar a último año tras haber cumplido dieciocho en enero. Lleva cinco meses tratando de llamar mi atención, pero no le hago ni caso, soy solo una presa más y tampoco es como que me afecte. A ver, no es como si lo encontrara feo o desagradable de personalidad o físicamente; de hecho, su rizado cabello rubio, ojos verdes, pómulos angulosos y cejas pobladas, más su considerable estatura, lo hacen muy atractivo y no soy tan mensa para no ver que es encantador, pero a mí no me van esos que solo buscan a las difíciles. Él es agradable, pero no mi tipo.
—Verónica, ¿estás viva ahí adentro?
Me saca de mis pensamientos golpeándome con sus nudillos suavemente en la cabeza.
—Sí, Louis, estoy viva —me limito a decir. Damos unos pasos más hasta que en una esquina diviso un bote de basura y me apresuro a depositar mi vaso ahora vacío, dándole un último sorbo por costumbre.
—¿Qué te trae por aquí?
—Es que te perdiste en esa linda cabeza tuya. Respondiendo a tu pregunta, tú me traes por aquí, Rosita —dice, enroscando uno de mis alocados rulos con un dedo.
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