Nina Rose - El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes

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El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes: краткое содержание, описание и аннотация

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Para Rylee y su compañera Ánuk, es hora de enfrentar sus miedos. Esta vez, el mayor de sus enemigos será el tiempo; la rueda del destino gira y no habrá vuelta atrás. Cuando los viejos amigos se convierten en enemigos mortales y la muerte acecha con cada puesta de sol, un salto desesperado será la última esperanza para sobrevivir.

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Baven Ellery ya no parecía tan… ¿rígido? Seguía con la pose altiva de siempre, pero ya no era tan confrontacional ni despectivo. Rylee le había contado que ambos habían compartido un momento bastante civilizado luego de la batalla de hace unos días; su amiga parecía feliz de haber tenido ese tipo de conversación con el Capitán, aunque por supuesto no lo admitiría.

Rylee también estaba diferente alrededor del elfo. Ya no lo detestaba, parecía haber entendido la posición en la que se encontraba Baven y le había adquirido un respeto que se basaba en lo honrado y leal que era el joven. Antes de haber huido con el cristal, se había mostrado muy diligente con los entrenamientos, siempre ansiosa de comenzar lo más temprano y terminar lo más tarde posible. La wolfire se preguntaba si acaso se debía a las buenas enseñanzas o si había algo más involucrado, algo de lo que quizá su amiga tal vez ni siquiera se había dado cuenta.

Decidió no pensar demasiado el asunto, quizá simplemente se estaba imaginando cosas que no eran. Olisqueó su entorno y sintió un aguijoneo en su nariz debido a la baja temperatura, a la que no estaba acostumbrada. Siendo una criatura de fuego, cuyo ambiente natural eran los volcanes y desiertos, moverse entre tanta humedad le molestaba, aunque en ningún caso la debilitaba. Quizá debía tener más cuidado de ahora en adelante, se dijo, no vaya a ser que pescara un resfriado.

La primera parada se realizó al anochecer de aquel día La lluvia que les había - фото 17

La primera parada se realizó al anochecer de aquel día. La lluvia que les había caído encima era un aguacero que parecía no querer acabar y en la oscuridad era muy difícil moverse con ese tipo de clima y en un grupo tan grande. El General decidió que pasaran la noche bajo una pequeña arboleda que podía, al menos, ofrecerles algo de refugio en esos parajes llenos de helechos y matorrales.

En cuanto pudieron instalarse, Rylee se encerró inmediatamente en su tienda, no solo porque era su castigo, sino porque necesitaba con urgencia revisar su marca de maldición. La punzada de dolor al caer el sol había sido la más fuerte hasta ahora y había sentido el hilillo de sangre deslizarse hasta su ombligo.

La punzada la había sorprendido —y dolido— a tal punto que la había desequilibrado. De no haber sido por Yitinji, quien caminaba a su lado en ese momento, Rylee se hubiese ido de bruces contra el suelo.

—¿Rylee está bien? —le preguntó el golem con preocupación, mientras la ayudaba a enderezarse.

—Sí, no fue nada, Yitinji. Perdí el equilibrio, es todo.

Crissa se le había acercado para asegurarse de que estaba bien; estaba cubierta hasta la nariz y parecía detestar hallarse en medio del frío. Rylee comprendió la razón: la Comandante era oriunda del sur y no estaba acostumbrada a lidiar con fríos como éste, aunque este tipo de clima era cálido en comparación a lo que podían hallar a la altura del Río Blanco.

—¿Te sientes bien, Mackenzie? —le había preguntado Crissa tocándole la frente—. Estás muy sonrosada, puede que tengas fiebre.

—Es solo el frío.

A decir verdad, pensó Rylee, se había sentido un poco abochornada en el último par de días, aunque nada que la preocupara. Sin pensar demasiado en ello, se abrió la camiseta y revisó la herida, con su loba atenta a cada movimiento.

—Diosas, Rylee, mira —jadeó Ánuk.

Allí donde se habían clavado las espinas, tenía ahora una serie de cicatrices. La última herida era un punto rojo en su hombro y le picaba.

—No tenía estas cicatrices ayer —dijo sin darle crédito a lo que veía. ¿Cómo pudieron aparecer esas marcas de una noche a otra?

—¿Mackenzie? —escuchó decir a Baven desde fuera de su tienda.

—Está ocupada —bufó la loba—, vuelva más tarde.

El Capitán estaba a punto de decir algo autoritario, cuando la voz de Rylee contestó:

—Salgo en seguida, señor.

Se puso un parche en el hombro, se arregló la ropa y, desoyendo las protestas de Ánuk, salió.

—He pensado que podríamos aprovechar un par de horas antes de dormir para ponernos al día con el entrenamiento. Mi padre está de acuerdo pero ya que hoy tuviste un pequeño desmayo y con la lluvia, esta vez, será decisión tuya si quieres o no practicar.

—No me desmayé, Capitán. Y sí, estoy de acuerdo con entrenar, lo necesito.

—Bien, ten— le entregó a Espina Roja—. Vamos, he despejado un sitio.

Un par de horas después, Baven decidió que era suficiente y se detuvieron. Rylee se sentía maravillosamente; había extrañado moverse y liberar su energía después de estar tanto tiempo encerrada y limitada de movimientos. Se sentó en el suelo recibiendo las gotas de lluvia en el rostro, refrescándola.

—Al menos no te oxidaste —comentó el elfo sentándose a su lado.

—Tengo un buen entrenador —sonrió ella, mirándolo. Baven contemplaba el campamento; sus ojos estaban brillantes y tenía las mejillas algo sonrosadas por el ejercicio, aunque apenas estaba agitado. El corazón de Rylee dio un saltito extraño y tuvo que desviar la vista, dándose cuenta que lo había estado mirando demasiado fijamente para su propio bien.

—Ve a dormir. Partiremos mañana temprano y no quiero que tengas algún accidente en el camino debido al cansancio.

A Rylee le gustó oír ese tono de preocupación en él. Se alegró que Baven no la estuviera tratando con frialdad o indiferencia, aunque la situación era alarmantemente inusual. Conociéndolo como lo conocía en ese corto periodo que había pasado a su lado, lo más lógico era que el elfo la vapuleara a golpes y palabras duras; sin embargo, hasta ahora, la había tratado bien e incluso había bromeado con ella. Se sentía un poco confundida con el repentino cambio de actitud, especialmente estando ella a prueba hasta que llegaran a las Cuevas.

Estuvo a punto de comentar algo, pero decidió contenerse. Estaba bastante cansada y tampoco quería molestar a Baven y volverlo el cretino que había conocido al llegar al ejército por primera vez. Le dio las gracias con amabilidad y se retiró a su tienda, ansiosa por lavarse y recostarse en la cálida protección de su mejor amiga.

Baven la vio irse, satisfecho de haber tenido un encuentro civilizado y productivo. Se levantó dispuesto a retirarse, cuando una silueta que no había notado se le acercó de entre la lluvia.

—Felicitaciones, señor —dijo Sheb con una sonrisa.

8

Los días de viaje que siguieron le mostraron a Rylee que a veces solo necesitas - фото 18

Los días de viaje que siguieron le mostraron a Rylee que a veces solo necesitas una palabra de apoyo para sentirte la persona más fuerte del mundo. Los que el primer día de recorrido la habían ignorado, se le acercaban ahora para hablarle, algunos para darle aliento, otros para decirle que aún no confiaban en ella. Rylee les agradecía la sinceridad, algo que no había tenido para con ellos; prefería oírlos decirle esas cosas a la cara, que escuchar los susurros a su espalda.

Menha y ella habían vuelto a conectarse, gracias en parte a que la joven elfa finalmente había decidido dar el primer paso y hablarle. Ambas habían temido la reacción de la otra y habían callado por miedo a decir algo inapropiado o a no ser bien recibidas; sin embargo, estos temores eran más que infundados. En cuanto Menha la había saludado, un torrente de palabras de disculpa y cariño brotaron de ambas, con la elfa segura de la lealtad de su nueva amiga y la humana más que dispuesta a demostrarle que tenía razón.

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