Nina Rose - El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes

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El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes: краткое содержание, описание и аннотация

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Para Rylee y su compañera Ánuk, es hora de enfrentar sus miedos. Esta vez, el mayor de sus enemigos será el tiempo; la rueda del destino gira y no habrá vuelta atrás. Cuando los viejos amigos se convierten en enemigos mortales y la muerte acecha con cada puesta de sol, un salto desesperado será la última esperanza para sobrevivir.

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Rylee sabía que estaba mucho más cerca del nigromante que nunca. A muchos días de viaje se encontraban los cerros que escudaban el sur de la capital y del Castillo de Cristal, una imponente cadena que partía en las enormes montañas Andiris y culminaba casi en el Mar de las Tormentas, conocida en su totalidad como Los Montes de los Herreros. Los pueblos que se habían instalado en las laderas, atraídos en principio por la protección que les daban los Fuertes que coronaban estas colinas, habían desaparecido casi por completo, arrasados por la destrucción del ejército del Yuiddhas. Hoy solo quedaban vestigios, sitios oscuros y sin vida donde se paseaban las sombras de los muertos y donde predominaba el olor a sangre y metal de los súbditos del Traidor.

Los Fuertes, siete en total aunque solo tres estaban emplazados en las cimas de la cadena, eran antiguas fortalezas que, se decía, habían estado conectadas por un laberinto de túneles subterráneos que rodeaban el perímetro del Castillo y la ciudad real de Regarian, la capital de Rhive. Construidos hacía cientos de años por los Primeros Reyes, las estructuras habían resistido las inclemencias del tiempo y las guerras, alzándose como estandartes de triunfo y longevidad de la familia real. Eso hasta que el Yuiddhas había tomado posesión de ellos.

El Fuerte Medio, el más grande de los tres que se levantaban en las colinas, era donde la mayoría del destacamento del Yuiddhas se movía y donde, se creía, se hallaba el nigromante. Lo seguía en tamaño e importancia el Fuerte Angosto; luego estaba el Fuerte Gris, el más cercano al mar, que había resultado tan dañado durante los primeros años de rebelión que se encontraba prácticamente abandonado, aunque bajo estricta vigilancia enemiga.

Los otros, el Fuerte Soldado, el Fuerte Frío, el Fuerte Niebla y el Fuerte Salado, completaban la línea de defensa, destacándose entre todos el Fuerte Frío debido a su cercanía con el Río Blanco, que limitaba el norte de Rhive con Anthar. Era allí donde se libraban la mayoría de las luchas de los últimos años, debido al deseo de conquista del Yuiddhas y la tenacidad de los antharinos, quienes no daban tregua; dos de los tres puentes que atravesaban el río estaban prácticamente destruidos y el tercero se sostenía apenas, más por un asunto de estrategia que por mantener unido los reinos.

En resumen, estaban en territorio enemigo. Era imposible precisar dónde encontrarían problemas, ya que parecían estar en todos lados; ojos escondidos entre los árboles, sombras vigilando en la oscuridad. Rastrear era una tarea dificilísima en aquel clima y ni siquiera Ánuk con su nariz supersensible podía ganarle al viento y el agua que se llevaba consigo el olor del enemigo. Por supuesto, la desventaja funcionaba igual para ambos lados: si tenían cuidado, podrían también ser indetectables.

Rylee, que caminaba ausente entre los soldados, contempló el cielo que se hacía cada vez más oscuro con la inminente lluvia, preguntándose cómo funcionaría la barrera si le caía agua encima. Se la imaginaba como una enorme cúpula de vidrio que los escondía, algo que no era sólido, pero que era perceptible. Si caía agua… ¿el escudo los protegería de ella? ¿Verían el agua caer a su alrededor, fuera de la cúpula, sin poder traspasarla? Porque si era así, que de pronto en un punto en la tierra no cayera agua era extremadamente sospechoso, por no decir ridículamente obvio.

—Conozco esa cara —dijo Gwain de pronto, acercándose a su lado montado en su caballo—, es la cara que ponías cuando me querías preguntar algo.

La muchacha sonrió. Nadie le había hablado desde que comenzaran a andar; Sheb había quedado a cargo de resguardar el flanco izquierdo mientras que ella debía mantenerse en la vanguardia. Ánuk caminaba más atrás y Rylee no quería comenzar una conversación a gritos con ella.

—Solo me preguntaba qué pasará con la barrera cuando nos caiga este aguacero encima —respondió apuntando al cielo—. Me refiero a que si nos mojaremos o no.

—La barrera no nos escuda de los elementos —respondió Gwain, alegre de por fin volver a tener ese tipo de conversaciones con Rylee—, es una barrera diseñada para mantener a raya ciertos embates físicos; si alguien lanza una bala de cañón, ten por seguro que la barrera la detendrá, pero si las Diosas nos envían lluvia me temo que no es una amenaza suficientemente peligrosa para que la barrera la rechace. Pero, por ejemplo, si el enemigo nos lanzara aceite, la barrera nos protegerá, ya que puede ser un potencial peligro.

—Es una barrera muy inteligente —comentó Rylee.

—Es magia antigua. Los hechizos de protección como éste son complejos y su efectividad dependerá en gran parte de con qué otros hechizos de complemente. En este caso, hay un hechizo reflectante que desvía a las personas que no están conscientes de la presencia de la barrera; esto causa que caminen alrededor del perímetro de magia sin percatarse que están haciendo un rodeo innecesario. También estamos aislados en cuanto al sonido y los aromas y hay alzado un encantamiento para reconocer a los miembros del ejército, lo que les permite entrar y salir de la protección.

—O dejarlos encerrados —replicó Rylee con cierta amargura.

—O dejarlos encerrados, sí —repitió Gwain.

El tema quedó allí. Rylee no quiso hablar más y Gwain leyó bien el silencio que siguió luego. Se alejó de ella, dirigiéndose al General, mientras la joven pensaba en lo mucho que detestaba mojarse. Sin embargo, pronto tuvo a otra persona cabalgando a su lado.

—Es inusual verte tan callada, Mackenzie. Comúnmente transmites hasta por los codos cuando nos movemos.

La voz de Baven la volvió a sacar de sus pensamientos. Se sorprendió por el tono con el que le había hablado: no había rabia, ni resentimiento, sino todo lo contrario. Era un tono sencillo y juguetón, aunque estaba teñido con un dejo de algo que le pareció nerviosismo, aunque bien podía ser cautela.

Rylee no supo qué responder. No esperaba que el Capitán le hablase, menos de esa forma. Aunque nunca había sido el tipo de persona que se quedaba callada, especialmente tras un comentario como el que el elfo le había hecho, prefirió guardar silencio.

A Baven no le gustó que la chica no le respondiera, así que continuó su ataque:

—Francamente, me parece casi insólito que una persona tan cotorrera como tú no me responda. Después de todo, Mackenzie, me debes respeto como superior, ¿debería ordenarte que me contestes la pregunta? ¿O acaso ya estás tan resignada a quedarte muda de por vida luego de ir a las Cuevas?

No Rylee… No caigas...

—Me pregunto cómo te sentirás sin poder hablar y sin dedos. Supongo que afectará tu negocio.

—No soy una traidora —replicó finalmente, bastante molesta por lo demás.

—Ah, y al parecer tampoco eres muda aún. Me alegro que no te resignes todavía.

—¿Por qué me está diciendo estas cosas, SEÑOR? —replicó molesta—. Usted no se caracteriza por ser demasiado comunicativo conmigo.

—Porque quiero estar seguro que estás con la cabeza donde debes, Mackenzie, recuerda que comenzaremos a entrenar nuevamente. No quiero tener que estar despertándote cada vez que vaya a atacarte.

—Le aseguro que no tiene que preocuparse por eso. Tengo mi mente exactamente donde debe estar— respondió con fingida acritud. Aunque no lo demostraría por nada del mundo, la conversación le parecía extrañamente divertida.

—Bien —dijo Baven sonriendo por dentro.

Ánuk miraba la escena desde atrás. El Capitán había sido insistente en oír hablar a Rylee; la había provocado hasta hacerla responder. Era inusual, ya que Baven solía quejarse de que la chica hablaba demasiado.

Había notado que el elfo se comportaba de manera diferente con Rylee desde hacía ya un tiempo. Aunque ni una vez lo había visto dirigirse hacia la tienda donde su humana había estado confinada, sí se había estado paseando muy cerca y no era extraño oírle preguntar a sus camaradas acerca de las opiniones que tenían de ella. Además, esa extraña complicidad que tenía con Sheb le inquietaba; cuando le había consultado al chico sobre el asunto, éste sólo se había limitado a decir que era algo entre el Capitán y él.

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