Nina Rose - El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes

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El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes: краткое содержание, описание и аннотация

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Para Rylee y su compañera Ánuk, es hora de enfrentar sus miedos. Esta vez, el mayor de sus enemigos será el tiempo; la rueda del destino gira y no habrá vuelta atrás. Cuando los viejos amigos se convierten en enemigos mortales y la muerte acecha con cada puesta de sol, un salto desesperado será la última esperanza para sobrevivir.

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—Pareces nerviosa —le comentó Sheb.

—Lo estoy —dijo sin reparos—, he pasado cuatro días encerrada sin saber qué me sucederá. Es desesperante, Sheb, la angustia es insoportable, la soledad es casi insostenible para mí, me hace falta mi loba, extraño mi hogar y a Ruby. Debo tener cuidado en mi comportamiento cuando salgo al exterior: no puedo parecer altanera, por respeto, pero no quiero parecer ni débil ni derrotada. Llego a la tienda pensando en lo que dirán de mí, algo que jamás en la vida me ha importado, pensando en las personas que no me hablan: en Menha, en el Capitán, en Yitinji. Es exasperante. Lo detesto.

También detestaba sentir el dolor irremediable en el hombro. El sangrado se había intensificado ligeramente y debía tener cuidado para que la Comandante no notara nada, por lo que intentaba mantener la cantimplora cerca para enjuagar la punzante herida en cuanto se formase. Hasta ahora, el único aspecto positivo era que se cortaba casi inmediatamente, pero considerando que le faltaba poco menos de un mes todavía, no quería imaginar lo que los próximos veinte y tantos días le tenían deparado.

Sheb la acunó contra su pecho, intentando traspasar su energía, como solía hacerlo su madre cuando estaba inquieto. Decidió cambiar el tema de conversación y le preguntó a su amiga:

—Oye, ¿has pensado en un nombre para tu espada? La tengo yo, pero sigue siendo tuya.

—No estoy segura de que a los enanos les agrade que una ladrona esgrima una de sus creaciones —respondió ella.

—Fue un regalo, Rylee. Los regalos no se quitan ni se devuelven, eso es lo que te enseñan de pequeño —sonrió.

—Supongo —dijo Rylee contagiándose de la serenidad de Sheb—. Bueno, a decir verdad, si pensé en un nombre.

—Déjame adivinar —comenzó el joven con tono juguetón—. “Fuego de Wolfire”… ¿o tal vez “Pequeña Ánuk”? —bromeó.

—De hecho —dijo Rylee enderezándose y mirando a Sheb—, es Espina Roja.

El muchacho se quedó mirándola. Había esperado un nombre diferente, más relacionado a Ánuk, por lo que se sorprendió un poco de que Rylee hubiese nombrado a su espada de una forma tan… ¿común?

—¿Espina Roja? —repitió.

—Sí. Digamos que no soy demasiado creativa con los nombres. La espada es fina y tiene el mango rojo: Espina Roja. No tiene demasiada ciencia, pero tampoco es algo que me quite el sueño, por lo que le dejé el nombre que me vino a la mente en un momento de quietud. He tenido muchos de esos momentos desde que estoy amarrada aquí.

Decirle a Sheb el verdadero motivo del nombre era imposible si no deseaba mencionar la maldición. El chico parecía satisfecho con la respuesta, sin embargo, era algo impulsivo, un poco destartalado, muy como era Rylee, así que lo dejó pasar sin analizarlo demasiado.

Cuando su tiempo culminó, Sheb se despidió con un abrazo, prometiéndole que haría lo posible por regresar a verla y darle más noticias de Ánuk.

—No estés nerviosa, Rylee, todo va a salir bien. Cometiste un delito grave, pero hiciste algo extremadamente valiente al regresar a nosotros y no caer en los juegos del Yuiddhas.

Rylee esperaba que sus jueces pensaran así también.

4

Baven Ellery esperaba desde una distancia prudente a que Sheb saliera de la - фото 12

Baven Ellery esperaba desde una distancia prudente a que Sheb saliera de la tienda de Rylee. Aún a pesar de conocer los sentimientos del joven, le costaba aceptar que la chica tuviera esa cercanía con él; aquella complicidad que habían formado en tan solo un mes de conocerse era como una patada en su orgullo de hombre enamorado.

Enamorado. Era una palabra extraña para él, tan ajena como el sentimiento mismo. A decir verdad, ni siquiera sabía si estaba enamorado; las sensaciones que venían cada vez que veía a Rylee eran algo que le costaba nombrar, mucho menos podía englobarlas en un solo término.

El deseo de verla, las ganas de abrazarla y la ansiedad de saber si estaba bien no eran ilusiones, aunque hacía lo posible por reprimirlas. Todo era tan confuso, tan nuevo, que le asustaba; había sido un flechazo fulminante, una atracción repentina que no alcanzó a procesar antes de que calara en él por completo. Tenía su sonrisa grabada a fuego, el sonido de su voz memorizado, su tenacidad y coraje casi como un estándar; extrañaba sus respuestas inteligentes, su pose digna, la decisión que la acompañaba en cada paso; sus golpes firmes y el sonido de su espada al entrenar, inmutable y fuerte.

Había intentado mantenerse en una pieza cuando la vio regresar, traída por la Comandante quien lo miraba directamente. No hizo caso del escrutinio de Crissa; se alivió al oír que el cristal estaba a salvo, sabiendo que el alcance de la traición había disminuido un poco.

Desde entonces, su padre, Crissa, Menha, Gwain y él mismo, debatían sobre qué hacer con Rylee y cómo proseguir con la misión. Se habían retrasado aún más porque debían recolectar más víveres y, además, debían prepararse el doble para salir al descampado luego del ataque que habían sufrido. Sin embargo, el tiempo apremiaba, cuatro días ya era suficiente, y su padre debía dar su veredicto a más tardar durante la noche.

Baven vio salir a Sheb después de un buen rato. Se veía relajado, aunque a decir verdad siempre le había parecido que ese rasgo era algo que el joven tenía muy marcado. Lo vio dirigirse hacia la zona de fraguas, probablemente para hablar con la wolfire; decidió esperar a que regresara a su tienda para conversar con él, no quería los agudos oídos de Ánuk escuchando lo que quería decir.

El Capitán esperó, recorriendo el perímetro y hablando con los soldados más por hacer algo que por necesidad; casi todo estaba listo para partir, solo faltaba la orden del General. En cuanto vio a Shebahim regresar, se acercó a él antes que el muchacho comenzara una conversación con uno de los soldados a cargo de la recolección de víveres.

—Joung —lo llamó—, necesito discutir algo contigo un momento.

Sheb asintió y lo siguió sin mayores preguntas. Sabía exactamente qué quería el Capitán y le pareció gracioso cómo ocultaba su ansiedad bajo esa voz autoritaria y lejana que ocupaba con todos los soldados, llamándolo por su apellido y haciendo parecer que el tema era serio y casi confidencial.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos del gentío y sin siquiera esperar que Baven formulara pregunta alguna, Sheb declaró:

—Rylee está bien. Está algo nerviosa por el veredicto del General, piensa mucho en Ruby, echa mucho de menos a Ánuk y me dio la impresión que necesita salir a correr o entrenar para liberar su estrés por el encierro. Esta arrepentida de haber mentido y de haber huido, pero está satisfecha con su decisión de haber regresado, aunque ahora esté presa. ¿Se queda más tranquilo, señor?

Baven boqueó, titubeando un poco. Carraspeó, intentando volver a ser el Capitán, ya que por un momento se había vuelto un chiquillo de quince años. Miró a Sheb, admirando lo perceptivo que era.

—Esperemos que la decisión de mi padre sea pronta — dijo lo más estoicamente que pudo—, no podemos retrasar más este viaje.

—Usted realmente no quiere que ella se vaya, ¿no? —le preguntó Sheb de sopetón. Diosas, sí que era directo, con razón se llevaba bien con Rylee.

—Lo que le suceda ya no está en mis manos. Como Capitán he expresado mis opiniones al respecto; Mackenzie deberá atenerse a las consecuencias que el General estime convenientes.

Shebahim miró al Capitán, que continuaba intentando parecer compuesto. Se preguntó si el elfo alguna vez había conversado con alguien en confianza, como un amigo; hasta donde él sabía, si bien trataba a sus soldados con el respeto propio de un superior a un subalterno, nunca lo había visto relajarse alrededor de nadie, excepto quizá de Menha en contadas ocasiones. Baven caminaba con su paso marcial y su mejor cara de Capitán, pero Sheb había visto las miradas disimuladas hacia la tienda donde Rylee pasaba las horas, las salidas casuales a tomar aire cuando la joven salía, las preguntas inocentes a los otros soldados acerca de lo que veían u oían de ella.

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