1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 Todos miraban expectantes. Se podía cortar el aire con una daga.
—Rylee viajará con nosotros a las Cuevas Ciegas. Mientras nos movamos, estará vigilada por el Capitán, con quien retomará las sesiones de entrenamiento en cuanto haya oportunidad. Tendrá prohibido montar a Ánuk durante el viaje, pero estará en libertad de verla a excepción de los momentos en los que se encuentre entrenando; durante dichos periodos, Ánuk deberá reportarse con los enanos. En cuanto a su arma, ésta se mantendrá en manos del Capitán y le será entregada sólo cuando éste último lo estime necesario.
»Las Cuevas Ciegas están protegidas por un poderoso conjuro que fue puesto por el guardián de la Segunda Pieza del brazalete y especificado en el mapa que la propia Rylee obtuvo para nosotros. La magia de las Cuevas le permitirá el paso solo a aquellos que sirvan al verdadero Rey de Rhive y rechazará a aquellos que sirvan al Yuiddhas y a los Grises. Si Rylee logra atravesar la barrera, probará sin errores su lealtad y recibirá el indulto. De no pasar la prueba, será sentenciada a beber un frasco de Hoja del Silencio, que la dejará muda de por vida; perderá cuatro dedos y será expulsada de Rhive sin la compañía de su loba.
»Si alguien se opone a este veredicto, que hable ahora.
Nadie dijo nada. La sentencia era extrañamente justa, aunque bastante rebuscada; Petro apostaba su ojo derecho a que el General había pasado horas y horas buscando una forma de no tener que expulsar, lastimar y menos matar a la chica, pero había que ser realistas: si ella resultaba ser una traidora, debían deshacerse de ella.
Tras un largo rato de silencio, la Comandante se levantó y anunció:
—Queda así estipulado que Rylee Mackenzie deberá atenerse a la sentencia del General Cahalos Ellery en vista y considerando la falta de oposición por parte de los presentes. Ésta se hará efectiva desde este momento hasta la culminación del viaje en las Cuevas Ciegas.
Gwain se levantó y deshizo los nudos de las muñecas de Rylee, sonriéndole. Petro vio cómo en un santiamén, la wolfire llegaba corriendo a los brazos de la joven y cómo ésta la estrechaba con fuerza, con lágrimas bajando por sus mejillas.
Sonrió. No, se dijo, en esos ojos no hay maldad.
6
Baven vio cómo la loba y su amiga se abrazaban como si en vez cuatro días no se hubiesen visto en cuatro años. Tenía muchas ganas de sonreír, pero contuvo el impulso, levantándose del banquillo y dirigiéndose discretamente a su tienda. Antes de entrar, alcanzó a ver a Shebahim abrazando a Rylee.
Su padre había sido muy inteligente. Era una decisión que dejaba felices a todos: los que apoyaban la inocencia de la chica y los que la acusaban. Rylee sería prisionera del ejército, pero tendría ciertas libertades con el beneficio de la duda y su lealtad sería probada con un método prácticamente infalible, si acaso los hechizos del Especialista del Rey eran de fiar.
Y lo más importante: volvería a entrenar junto a ella.
—¿Señor?
Reconoció la voz, ya familiar, de Sheb pidiéndole permiso para pasar.
—Adelante Joung —dijo intentando que su entusiasmo no fuera tan obvio; debía tener cuidado de expresar cualquier cosa porque el chico captaba de inmediato cualquier señal.
—Mi madre me dio un apellido muy distinguido2, pero siempre me ha gustado más mi nombre, señor. Puede llamarme Sheb si gusta, no creo que se vaya a romper la barrera si se comporta más casual de vez en cuando.
Baven no pudo evitar una sonrisa. Asintió en silencio y preguntó:
—¿Sucede algo?
—No, sólo le traigo la espada de Rylee, Capitán. Se supone que usted debe tenerla —dijo entregándole el arma de empuñadura roja como la sangre…
“Estoy asumiendo, Mackenzie que de hecho nunca has puesto un frasco de sangre frente al fuego, aunque estás tan llena de sorpresas que prefiero no arriesgarme a especular” ”Ah, fue solo una vez. Es un buen método si quiere asustar a un cliente problemático, solo un corte pequeñito en la muñeca…”
Baven recordó la conversación que habían tenido en aquel riachuelo. Parecía tan lejano, pero no había sido hace mucho, ¿no? Recibió la espada de manos de Sheb, agradeciéndole con cortesía.
—Disfrute los futuros entrenamientos, señor —dijo el joven guiñándole un ojo y saliendo de la tienda sin darle tiempo de contestar.
Diosas, algún día tendría que castigar a Sheb por tanta respetuosa insolencia.
—Te ves agotada —le dijo Ánuk a su amiga en cuanto regresaron a la tienda a dormir. Rylee descansaba la cabeza sobre el cuerpo cálido de la loba, como siempre hacía, sintiéndose cómoda y protegida por primera vez en días.
—Bueno, no se puede dormir muy bien con cuerdas en las muñecas.
Ánuk sonrió. Ahí estaba ese tono que tanto extrañaba.
Rylee se durmió casi al instante. Respiraba con calma y parecía no tener pesadillas; ese había sido el principal miedo que había tenido durante el tiempo en que la mantuvieron alejada de su humana. Meditó la sentencia del General; le pareció bastante buena y confiaba en que Rylee lograría atravesar la barrera, pero ¿llegaría a las Cuevas? La maldición seguía su curso, estaban atrapadas dentro del ejército, nadie de allí podía ayudarlas y los días pasaban y pasaban...
La animaba un poco la esperanza de que el nigromante muriera antes del plazo. Tal vez encontraran al mago Especialista que custodiaba la pieza del brazalete; si era tan poderoso como decían, por ser el Alto Real de Jeremiah, quizá él pudiese darles alguna respuesta.
Rylee no parecía aún caer en la cuenta de que su tiempo se estaba acortando cada vez más. Tal vez simplemente estaba ignorando el hecho para no angustiarse demasiado, pero Ánuk lo tenía más que presente. Era desesperante no ser capaz de ayudarla.
Se acurrucó, acoplándose a la respiración de su humana, dejándose llevar hacia un mundo de sueños inquietos.
7
Y por fin, al quinto día de su regreso y, técnicamente, su primer día de sentencia oficial, Rylee y el ejército salieron de la protección del enorme y sombrío Bosque de Marfil para adentrarse en las planicies frías y húmedas del norte de Rhive.
Kilómetros y kilómetros de valle los separaban aún de su destino, pero el paisaje era mucho menos agreste al del sur, donde predominaba el calor y el aroma salado del mar traído por la niebla matutina. Aquí, en el norte, el aroma a lluvia, pasto y barro entregaba una bocanada de aire fresco y limpio, aunque Rylee ya tenía la nariz helada de tanto oler su entorno, fascinada por el cambio de paisaje que antes, en el apuro de huir, no había disfrutado.
El suelo era mullido y verde, un cambio notorio a los troncos blancos y las hojas estacionarias del bosque que habían dejado atrás. Los árboles eran menos densos, pero mucho más altos y se repartían por doquier sin arrimarse, entregando poca protección contra la lluvia tan corriente en aquellos parajes. El amplio valle era interrumpido por mesetas bajas y salientes de tierra tan antiguas como la vegetación que los rodeaba, que formaban figuras imaginarias, como nubes de tierra en un cielo esmeralda.
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