Aunque la división de los libros del canon hebreo según los masoretas tiene una notable importancia, no deja de ser una lista establecida en tiempos del cristianismo y no se trata de una división precristiana. En general, el Antiguo Testamento, se dividía en dos secciones según el “Manual de disciplina de Qumran” y el “Documento sadoquita”: Moisés y los Profetas.
Es Jesucristo quien da una división natural del Antiguo Testamento dividiéndolo en “La ley de Moisés, los profetas, los Salmos y las Escrituras” (Lc. 24:44, 45). La ley se refiere a los cinco libros escritos por Moisés; los profetas, incluyen tanto los anteriores como los posteriores; los Salmos, es el salterio hebreo; y las Escrituras, que comprenden todos los escritos restantes del Antiguo Testamento.
Los libros históricos, entre los que se encuentra el de Josué, estaban considerados como inspirados e incluidos dentro del grupo de los llamados profetas anteriores que, como se ha indicado, comprendían junto con Josué, los libros de Jueces, Samuel y Reyes. Estos libros fueron siempre aceptados como canónicos y ninguno de ellos estuvo incluido dentro del grupo llamado la antilegómena8, contra los que había alguna reserva para considerarlos como escritos inspirados. Esta cuestión quedó cancelada definitivamente en el encuentro judío de Jamnia, año 90 d.C.
4. Los manuscritos del texto bíblico
Las versiones de la Escritura en su totalidad —y de sus libros en particular— obedecen a la traducción de textos manuscritos. De ahí la importancia que estos elementos tienen como base para la transmisión del texto bíblico a idiomas modernos. Aunque el tema es sumamente importante e interesante, no debe perderse de vista la necesaria brevedad con que ha de referirse en una introducción sobre aspectos generales relacionados con el Libro de Josué, dejando al estudioso de la Escritura la tarea de profundizar personalmente en una investigación sobre los textos manuscritos de este libro.
4.1. Originales
Los originales infalibles de los libros históricos del Antiguo Testamento no existen; tan solo hay acceso a copias manuscritas de los mismos. Muchos de estos manuscritos están separados de los originales en el tiempo por cientos de años y algunos —como es el caso del Libro de Josué— por no menos de mil años entre el manuscrito más antiguo disponible y el original. Sin embargo, estos manuscritos son la única referencia que existe del escrito inspirado y constituyen la base esencial para la elaboración de las versiones, que en los idiomas modernos traducen y trasladan la Palabra de Dios.
4.2. Lengua
El idioma bíblico del Antiguo Testamento es el hebreo. Esta lengua pertenece al grupo occidental de la familia de las lenguas semíticas. Por ello está muy relacionado con el ugarítico, el fenicio y el moabita. Probablemente el cananeo ha sido la lengua madre del hebreo. Relacionado con las familias de las lenguas semíticas escribe el Dr. Archer:
“La clasificación tradicional de las diversas lenguas semitas las dividía, según la localización de las naciones que las hablaban, en Norte, Sur, Este y Oeste. La lengua semita del Este suponía un solo idioma principal, el acádico, que admitía una división en los dialectos babilónico y asirio, con escasos matices diferenciales. Las lenguas semitas del Sur incluían: el árabe (subdividido en árabe del Norte —el lenguaje clásico y literario— y árabe del Sur, con sus subdialectos: sabeo, mineo, gatabaní y el hadramí) y el etíope antiguo o clásico (o Geez) con su moderno descendiente, el amárico. Las lenguas semitas del Norte abarcan la familia aramea, a la que se divide habitualmente en las ramas oriental y occidental (la oriental es la base del idioma siríaco de la era cristiana, y la occidental, la base del arameo bíblico tal cual se lo encuentra en Daniel y Esdras). Las lenguas semitas del Oeste (a menudo clasificadas por los eruditos modernos con el arameo en lo que se ha dado en llamar lengua semita del Noroeste) abarca el ugarítico, el fenicio y el cananeo (del cual el hebreo y el moabita son dialectos)”9.
Una característica común a los idiomas semíticos está en la raíz de tres consonantes que originan muchas voces con la combinación de vocales. Las consonantes iniciales fueron veintidós, añadiéndose posteriormente una más por distinción entre una de ellas. Este idioma se escribe de derecha a izquierda. La lengua se escribía solo con consonantes, incluyéndose posteriormente las vocales para consolidar la transmisión textual correcta.
4.3. Transmisión del texto bíblico
En la transmisión del texto manuscrito, juegan un importante papel los escribas. Estos eruditos evitaban escrupulosamente cualquier alteración de las consonantes del texto anterior, trasladándolo con absoluta fidelidad y dando por buena la copia cuando después de muchas verificaciones, que incluían el recuento de letras, coincidía plenamente —salvo el siempre posible error humano— con el manuscrito anterior. Sin embargo, cuando se encontraban con palabras cuyo significado pudiera considerarse incorrecto o inducir a error, solían colocar en el margen de la copia, el vocablo que entendían sustitutorio o procedente, colocando un circulo sobre la palabra modificada. Las consonantes que estaban en el texto las denominaban Qetîb (lo escrito) y las del margen Qere (lo que debe leerse). Los verbos se agrupan en dos clases: los sustantivales y los adjetivales. Los primeros son dinámicos, mientras que los segundos son esencialmente estáticos. Los verbos distinguen los dos aspectos de la acción. Cuando esta es completa el modo es perfectivo; cuando no es completa se trata de imperfectivo. La distinción entre ambas acciones se establece por la colocación del elemento pronominal que en el perfectivo va como sufijo y en el imperfectivo como prefijo. En los sustantivos se utiliza ampliamente el singular como expresión de colectividad o conjunto, usando en ocasiones la terminación femenina con función de singular. Los pronombres posesivos aparecen como sufijos del sustantivo. Incluso los adjetivos pueden ir precedidos de artículo y utilizarse independientemente con valor de sustantivo. En el idioma hebreo se usan muchas figuras relacionadas con el cuerpo humano para describir estados psicológicos. Sus imágenes verbales son tomadas normalmente de cosas y actividades de la vida cotidiana, siendo muy rico en figuras del lenguaje. Especialmente debe considerarse el uso de expresiones antropomórficas para referencias al mundo inanimado, principalmente para hablar de aspectos relacionados con Dios. Por tanto, en la interpretación han de tenerse en cuenta para no darles el sentido literal que tendrían. Una larga serie de características gramaticales deben ser atendidas para la traducción correcta de los textos hebreos, de ahí que sea preciso un pleno dominio de las peculiaridades del idioma para este trabajo.
Debe tenerse en cuenta que, en la trasmisión del texto bíblico a través de copias, no es imposible que se produzca alguna equivocación o error, ya que el único escrito inspirado es el primer original autógrafo. Por ello, el texto bíblico manuscrito no está exento de todo error. Buena prueba son las discrepancias que aparecen entre ellos. Probablemente algunos errores se produjeron ya en la primera copia y luego se incrementaron en el tiempo al establecerse copias de copias. Sin embargo, las diferencias textuales son relativamente poco importantes y, lo sorprendente, es que ninguna de ellas afecta a cuestiones doctrinales o precisiones teológicas, buena prueba de la acción de custodia del Espíritu sobre los copistas. No puede hablarse de inspiración de los segundos escritos, es decir, de las copias de los primeros originales, pero sí es evidente la acción divina para que la transmisión del texto revista toda la pureza necesaria que lo identifique plenamente con el mensaje de Dios en el original. Si así no fuera, el propósito de Dios de transmitir su revelación a las generaciones sucesivas de la humanidad habría fracasado. La corrupción del texto bíblico traería consecuencias funestas en una mezcla de verdad y mentira que engañaría a los lectores. Todo el contenido de verdades doctrinales del Antiguo Testamento se mantiene con absoluta precisión cuando se contrastan los manuscritos existentes con los descubrimientos más recientes, tales como el material de Qumram. A la fijación del texto bíblico concurre con su ayuda la crítica textual en donde expertos contrastan los manuscritos que van apareciendo y fijando el texto en su mayor proximidad al primer escrito.
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