23. Entonces volvieron los dos hombres; descendieron del monte, y pasaron, y vinieron a Josué hijo de Nun, y le contaron todas las cosas que les había acontecido.
24. Y dijeron a Josué: Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros.
La misión había concluido bien. Aquellos dos hombres volvieron para dar cuenta de lo que habían visto. En un relato detallado informaron a Josué, no solo de los acontecimientos personales y de su milagrosa huida de los enemigos, sino también del estado de ánimo de los pobladores de aquella tierra. La presencia misma de ellos era de ánimo para Josué y para todo el pueblo, pero, sobre todo, sus palabras de confianza en el poder de Dios fueron el mensaje de ánimo que toda la nación necesitaba en el tiempo de iniciar la conquista de la tierra atravesando el Jordán. La certeza de la fe se manifiesta en las palabras llenas de segura confianza: “Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos” (Yahveh nätan beyädënû). Era la misma confesión de fe que antes había hecho Rahab (vv. 9-11). La victoria era segura. No se iban a enfrentar a un pueblo poderoso y animoso, sino con enemigos que se estaban debilitando a causa del terror que Dios había puesto en sus corazones. Eran ya como nada delante del Señor.
La fe es la “sustancia de lo que se espera” (He. 11:1). Las promesas de Dios han de ser consideradas como algo que ya se puede substanciar. La victoria en la guerra espiritual del creyente no está en sus propios recursos, sino en el poder de Dios. Él ha prometido a los suyos el disfrute de las bendiciones anunciadas y la entrada en gloria junto con Cristo. Por tanto, siendo un compromiso de Dios, los enemigos que puedan ser encontrados en la ruta de la peregrinación serán solamente enemigos derrotados. El futuro es glorioso y la victoria está asegurada por cuanto Cristo, el Vencedor, ha conquistado un terreno de victoria en el cual está puesto cada creyente, con la dotación precisa para mantenerse firme.
Todo el capítulo es una lección de lo que significa conocer y creer a Dios. Rahab es un ejemplo admirable, no solo de fe, sino de las obras de fe. Es claro que hay fe dormida que no obra y, todavía peor, hay una fe que, siendo muerta, convertida en mera credulidad, tampoco puede obrar. Las obras de fe son contrarias al pensamiento del hombre, pero se ajustan en todo al pensamiento de Dios. La fe de Abraham le llevó a la disposición de ofrecer en sacrificio a su único hijo, Isaac. La fe llevó a Rahab a esconder a quienes debían ser considerados como enemigos de su nación. La fe de María la llevó a quebrar a los pies de Jesús el frasco de alabastro que contenía el perfume de nardo puro de tan alto valor que causó la ira de quienes solo veían con los ojos de la carne, en lugar de afirmarse en el modo de mirar que produce la fe. Los hombres desprecian y juzgan esos actos de fe, mientras que Dios los aprueba y reconoce. El Señor honró siempre la fe de los suyos porque descansa en su propia Persona. La gloria de la fe del creyente es la misma gloria de Dios. El poder de la fe es el poder del Altísimo. La verdadera fe se ajusta en todo al pensamiento y la voluntad de Dios. El nombre de los espías es desconocido, pero no lo es el nombre de Rahab, que queda registrado en la historia de Israel y abre también las páginas del Nuevo Testamento con los de Rut, Tamar y Betsabé, en la genealogía del Mesías. El nombre de ella está, no solo en las páginas de la Escritura, sino también en el Libro de la Vida, junto con los de todos los demás creyentes a lo largo de la historia de la humanidad.
1.N. Glueck. “The River Jordan”. Filadelfia, 1946; págs. 166-168. Del mismo autor: “Explorations in Eastern Palestine”. New Haven, 1951; págs. 378-382.
2.La misma palabra aparece también en la acusación de José a sus hermanos (Gn. 42:9, 11, 16).
3.Derivado del hebreo “zänä”, fornicar.
4.F. Asensio. Josué. Madrid, 1958; pág. 11.
5.William Hendriksen. Mateo. Grand Raids, Michigan, 1986.
6.C. H. Spurgeon. “No hay otro evangelio”. Londres; pág. 127.
7.Véase entre otros los siguientes pasajes: Hab. 2:4; Jn. 1:12; 3:16, 18, 36a; Hch. 16:30-31; Ro. 1:17; 3:25; 4:5, 16; 5:1, 2; Gá. 2:16; 3:11, 14, 26; Ef. 2:8, 9; Fil. 3:9; 2Ti. 3:15.
8.H. Rossier. Meditaciones sobre el Libro de Josué. California. Pág. 23.
9.F. Lacueva. o.c., pág. 20.
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