Álvaro Joaquín Soto Reyes
Dedico este libro a mi familia.
Muchas gracias por su apoyo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
CAPÍTULO 1
Una mañana muy fría desperté con la sensación de que sería un día rutinario, simple, como todos los que había estado viviendo hacía un par de años. Abrí los ojos y miré el reloj. Eran las ocho de la mañana, llegaría tarde al trabajo. Laboraba como científico en la Pontificia Universidad Católica, lo que para muchos era interesante, incluso de película. Ese día se llevaría a cabo un proyecto, que había fallado en muchas ocasiones, en relación con la potencia de la energía en circunstancias diversas.
Me levanté acelerado de la cama.
―¡Mierda! ―exclamé―. Estoy muy atrasado.
Sentí un ruido en la ventana, me acerqué y quedé asombrado con la belleza de la naturaleza. El sonido de los pájaros me impulsó a abrirla de forma exasperada y luego, congelado, me mantuve viendo a la nada, sin saber el motivo de mi estupefacción, como si alguien o algo me obligara a quedarme allí.
Volví en mí, habían pasado quince minutos que en mi mente no fueron más de unos segundos. Tomé mi ropa y me vestí rápido, bajé a la cocina y me preparé un pan que tragué sin masticar. Corrí al baño, me lavé los dientes, me apresuré hacia el comedor, tomé mis implementos de trabajo, abrí la puerta y salí para comenzar lo que para mí debía ser un día normal, sin saber que resultaría tan especial que me cambiaría la vida por completo.
―El profesor Jack me regañará. De seguro dirá que un día tan importante como este no puedo retrasarme.
Aceleré mis pasos para alcanzar el autobús que divisaba a unas cuadras de la parada. Le hice señas al chofer para que me esperara y, de forma muy amable, redujo la velocidad. Me subí, caminé hacia el fondo para conseguir un asiento y me puse los audífonos para hacer mi viaje más ameno.
Dos paradas más adelante se subió la hermosa e incomparable Katherine. Una mujer radiante, con sonrisa de luz y cabellos de fuego, que había sido mi amor platónico durante muchos años. Sin embargo, jamás me había atrevido siquiera a dirigirle la mirada. Fui hipnotizado por su andar hasta que se sentó junto a mí, traté de disimular mis nervios mirando fijo por la ventana y concentrándome en la música.
El autobús comenzó a avanzar y unos pocos minutos después, escuché su voz.
―Hola ―decía―. Hola, hola… ―repetía.
Traté de no distraerme, pero fue imposible. Miré hacia el lado donde estaba ella y me percaté de que se estaba dirigiendo a mí. En un abrir y cerrar de ojos apagué la música y me saqué los audífonos, estaba en shock. “¡Vamos, no seas marica! Actúa con valentía y pregúntale qué es lo que quiere”, dije a mi mismo.
―Hola, perdón, no te lograba escuchar ya que llevaba la música muy alta, ¿en qué te puedo ayudar?
―¿Usted es el profesor Joaquín Arón Fuentealba Carrasco?
―Sí, soy yo. ¿De dónde me conoces?
―Hola, mucho gusto. Me presento, soy Katherine, periodista del periódico El esplendor. Hoy estaré a cargo de cubrir el proceso del proyecto que tienen usted y el profesor Jack.
No podía creerlo, parecía un sueño.
―Mira… ¡Qué genial! Encantado de conocerte. La verdad estamos muy nerviosos de hacerlo otra vez ya que falló las ocasiones anteriores. Tememos que esta vez no sea la excepción.
―Bueno, esperemos que no sea así y que hoy sea el gran día donde su proyecto se realice con éxito. Profesor, me gustaría pedirle un favor.
―Sí, claro. Dime.
―Independientemente al resultado de hoy, ¿usted me concedería una entrevista para el periódico en el cual trabajo? Sería de aquí a tres días, más o menos.
―Claro, por supuesto ―contesté, intentando disimular la inmensa alegría que sentía. No quería parecer desesperado, ni menos un psicópata―. Hoy estamos a veinticuatro de abril, así que sería para el veintisiete, ¿verdad? ¿Estaría bien a las cinco de la tarde?
―¡Perfecto! Entonces, nos reunimos en tres días más en el parque Dignidad, el que está en Avenida Libertad.
―Perfecto.
Así acabó nuestra, para mí, perfecta charla, pues nunca había pensado que sería ella quien me hablaría primero, aun cuando solo haya sido por trabajo.
Terminado el momento mágico, me descongelé y bajé del autobús, caminé unos pocos metros y entré a la universidad, estaba llena de periodistas y cámaras de la televisión. La bella Katherine se acomodó para esperar que el profesor Jack y yo autorizáramos la entrada de la gente.
Al entrar, lo primero que escuché fue al profesor Jack retándome por haber llegado algo atrasado, tal como lo había previsto.
―¡Joaquín, hombre, por Dios! ¡Hasta que apareces! Los periodistas llevan más de veinte minutos esperando que comencemos. ¿Dónde te habías metido, muchacho?
―Lo siento, profesor. Se me hizo algo tarde porque me quedé dormido. En serio, ¡mil disculpas! Me pondré los implementos con rapidez para que empecemos.
Una vez listo, iniciamos nuestro tan añorado proyecto. Deseábamos que saliera de maravilla. Los periodistas, expectantes, miraban cómo el profesor y yo íbamos haciendo funcionar nuestra máquina de energía en diversas pruebas y con distintos tipos de objetos. Terminados varios ensayos, tuvimos un pequeño receso para saludar a los periodistas y señores que nos facilitaron el dinero para poder llevar a cabo la investigación. Comenzamos por los patrocinadores, en primer lugar, recibimos a don Francesco, un italiano que llevaba años donando dinero, luego, a don Adam, un gringo que no me caía muy bien y, por último, a don Fernando de la Fuente, un chileno con bastante capital. Había también un cuarto hombre, lo que me pareció extraño porque jamás lo había visto. Pensé que podría ser un nuevo millonario que financiara nuestros proyectos, hubiese sido bastante bueno, podríamos haber hecho más cosas y a mayor escala. Sin vergüenza ni miedo, pregunté quién era el desconocido:
―Hola, don Fernando. ¿Cómo está?
―Hola, Joaquín. Tanto tiempo, hombre. Me encuentro muy bien, gracias por preguntar.
―Disculpe que sea tan entrometido, pero ¿quién es la persona que está junto a ustedes?
―Ese hombre por el que preguntas es Cristián de la Cruz, un millonario mexicano que vive en el sur de Chile y que será un nuevo socio de la universidad.
Por algún motivo me dio mala espina, tenía algo que me provocó una desagradable sensación en el cuerpo.
Concluidos los saludos, iniciamos la prueba final del proyecto. Estábamos ansiosos, era la etapa en la que habíamos fallado los intentos anteriores.
El profesor Jack puso la maquina a toda potencia, el objetivo era transportar un bloque de diamante de un punto a otro con una enorme carga de energía. Si funcionaba, permitiría hacer muchas cosas innovadoras para la ciencia, desde armas hasta objetos útiles en la vida cotidiana e, incluso, en trabajos como la construcción.
Los primeros minutos, la máquina estuvo funcionando de manera impecable y fue capaz de levantar el bloque. Venía la parte más complicada, moverlo en una distancia de cuarenta metros. Comenzó a trasladarlo como si fuera una pluma. Estábamos asombrados, ¡más que eso! Nunca habíamos logrado tanto. El bloque había avanzado casi veinte metros, faltaba casi nada para conseguirlo, solo unos pocos metros más y nuestro proyecto sería perfecto. Treinta metros, la máquina seguía sin desperfectos. ¡Sentía que se me iba a salir el corazón! Miré a mi alrededor, la gente estaba con la boca abierta, nuestros queridos millonarios se abrazan de emoción al ver que todo iba como se esperaba.
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