E. L. Carballosa,
Marzo 2002.
Can Miret, Sant Antoni de Vilamajor,
Barcelona
INTRODUCCIÓN
Dios se ha revelado al hombre a través de la historia, comunicándose con él por diferentes medios y utilizando instrumentos humanos para hacerle llegar Su mensaje (He. 1:1). En ocasiones, Dios determinó que ese mensaje fuese recogido en escritos que se produjeron a lo largo de más de mil quinientos años, utilizando para ello a no menos de treinta y cinco o, tal vez, cuarenta escritores diferentes. Los escritos que comunican el mensaje de Dios constituyen la Biblia. Solo ella es la Palabra de Dios y solo sus escritos alcanzan la condición de autoridad que Dios mismo les comunica. Al aproximarse a cualquiera de ellos para estudiarlo, conviene hacerlo desde la seguridad de lo que son en sí mismos, a la vez que es necesario establecer la metodología para llevar a cabo dicho estudio.
I. Introducción general
A. El texto a interpretar y la metodología
1. La Biblia
El término Biblia viene al castellano desde el latín biblia, palabra plural en el latín clásico y singular en el latín posterior. Procede a su vez del griego Biblia, plural de biblion, originariamente diminutivo de biblos, que equivalía tanto a una porción de escritura en un elemento soportante, como a un libro. Con el uso, biblion perdió su carácter de diminutivo. Por tanto, Biblia significa libro, o los libros. En razón de la condición y procedencia divina de los escritos, tanto en su conjunto —integrado por los sesenta y seis libros que la forman— como individualmente en cada uno de ellos, o en cualquier porción en el original, la Biblia es la Palabra de Dios. En el s. IV, Jerónimo la calificó como la Biblioteca Divina. El término biblion referido a los escritos sagrados aparece en varios pasajes de la Biblia1.
Se le llama también “Escrituras” o “Las Escrituras”, derivado del griego gravmmata, que significa simplemente escritos y se aplica incluso a las mismas letras2. El término se usa tanto para referirse a escritos del Antiguo Testamento (cf. 2Ti. 3:16), como del Nuevo (cf. Gá. 6:11).
Ambos términos complementan la verdad que la Biblia es la Palabra de Dios. Este calificativo se aplica de igual manera a los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento (cf. Jn. 10:35; He. 4:12). En muchos lugares, la Biblia afirma que es la Palabra de Dios3 y Su revelación al hombre. Hay evidencias tanto internas como externas que confirman esta verdad, pero que no se consideran aquí debido a la propia razón del presente comentario, remitiendo al estudioso a las muchas Teologías Bíblicas o Sistemáticas que las consideran en extensión.
2. Revelación
Por revelación se entiende la declaración que Dios, por su propia iniciativa, comunicó a los escritores humanos de la Biblia, para que recogieran en sus escritos verdades que estaban fuera del alcance del hombre, a fin de proveer para los lectores el camino hacia el conocimiento de Dios y sus propósitos.
La revelación en el Antiguo Testamento constituye el profetismo. Dios habló a lo largo de siglos a los padres por los profetas (He. 1:1). Estos eran realmente la boca de Dios (Éx. 4:16; 7:1; Jer. 15:19) y sus escritos los escritos de Dios (Jer. 1:2; 36:1, 2, 4). En el Nuevo Testamento la revelación es revelación en el Hijo de Dios y por Él. Tal revelación hace de la Biblia un libro sobrenatural que manifiesta a Dios en Su Hijo. La Biblia es el Logos escrito y Cristo es el Logos encarnado.
3. Inspiración
Se entiende por inspiración la operación divina ejercida sobre los escritores humanos, por la cual Dios les reveló el mensaje a escribir, custodió su trabajo para que no hubiera error alguno en Su transmisión en el primer original, pero sin alterar el propio estilo y las capacidades personales del escritor, comunicando luego al trabajo hecho Su aliento divino para que todo el escrito original fuese absoluta y plenariamente Palabra de Dios, viva y eficiente u operante.
Existen algunas “teorías no bíblicas” sobre la inspiración de las que pueden destacarse entre otras:
Inspiración natural, que es la expresión de rechazo sobre la condición sobrenatural de los escritos bíblicos, al pretender que la Biblia es un libro como otro cualquiera y, aunque Dios hubiera podido dar una capacidad excepcional a los escritores, no deja de ser una producción total y únicamente humana.
La teoría mecanicista o del dictado, que afirma que Dios dictó la Escritura y que los autores humanos son meros amanuenses, esto es, personas que escriben al dictado de otro. Tal teoría queda cuestionada ante los diferentes estilos de la Escritura, a la vez que todas las oraciones intercesoras que figuran en ella carecerían de significado, porque sería Dios orándose a Sí mismo (cf. Ef. 3:14-21).
La teoría conceptual propone que Dios inspiró los conceptos, pero no las palabras precisas para expresarlos. En base a esto, la Biblia puede contener errores. Tal teoría entra en abierta contradicción con la enseñanza de la inspiración plenaria de la Escritura (2Ti. 3:16).
La inspiración parcial es la teoría que afirma que las palabras que expresan verdades divinas son precisas y ciertas, pero que las declaraciones referentes a la historia, geografía o ciencias, no son inspiradas y pueden contener errores. Tal hipótesis convierte al lector en el juez que determine qué parte es inspirada y cuál no lo es.
La inspiración mística enseña que Dios dio una inspiración gradual a los escritores humanos, pero no les dio completa capacidad de escribir la Biblia sin error. Esto convierte al intérprete en el juez que determina cuál es el grado de inspiración y, por tanto, de verdad en la Escritura.
La neo-ortodoxia propone la teoría de la inspiración falible, por la cual se enseña que en la Biblia hay elementos sobrenaturales, pero también contiene errores, por tanto, no debe ser tomada literalmente como verdad absoluta y simplemente como canal de revelación, que se hace verdad cuando es comprendida. La evidencia de verdad queda, pues, a juicio del intérprete.
Ante estas y otras muchas teorías sobre la revelación, es necesario enfatizar que la verdad bíblica acerca de la inspiración exige hablar de inspiración verbal o plenaria, que enseña que el Espíritu de Dios guio al escritor humano en la elección de todas las palabras (verbal) usadas en los escritos originales, de modo que cada una de las usadas por el escritor humano, fue elegida por Dios e inspirada por Él (plenaria), siendo toda la Escritura Palabra de Dios. La inspiración verbal y plenaria reconoce la intervención sobrenatural de Dios como inspirador, controlador y supervisor del escrito bíblico, pero no como si la hubiera dictado.
La inspiración plenaria tiene dos aspectos: a) relativo a la confección de los escritos bíblicos (2Pe. 1:21). En tal sentido Dios seleccionó sobe-ranamente a los escritores de la Biblia (Jer. 1:5), les comunicó el mensaje a dar en Su nombre (Jer. 1:9), les ordenó escribirlo (Éx. 17:14; Jer. 36:1-2; Ap. 1:19; 14:13), limitando el escrito solo al mensaje dado por Él al escritor humano (Jer. 36:2), actuando para que no se omitiera ninguna de todas las palabras para expresarlo (Jer. 36:2); por tanto, al concluir el escrito, todo su contenido es Palabra de Dios; b) relativo a la vivificación o vitalización del escrito bíblico (2Ti. 3:16). En este sentido cada unidad escrita proviene del aliento de Dios. El soplo divino sobre el escrito concluido le comunica vida a la Palabra y poder para actuar según el propósito para el que fue enviada (He. 4:12)4.
La doctrina de la inspiración conduce a la conclusión de que el Autor de la Escritura es Dios mismo (2Pe. 1:21), por acción directa del Espíritu Santo (2Sa. 23:1-3). El escritor humano seleccionado divinamente en cada momento es el instrumento para comunicar el mensaje escrito. Cada parte de la Biblia es el resultado de la actuación dual e inseparable de Dios y el hombre: el primero como Autor, el segundo como instrumento en Su mano. La Escritura enseña que la inspiración comprende tanto a los escritos del Antiguo como del Nuevo Testamento (2Pe. 1:19-21; 2Pe. 3:1, 2, 15, 16).
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