Por supuesto, lo trágico no solo se da por la compresión simbólica de lo empírico respecto a lo estético, también se da del modo contrario, a saber, por su expansión anecdótica y/o caracterológica que desborda el encuadre espaciotemporal de la obra por todos lados hasta quizá darle la impresión a un lector bisoño de que es una narración desarticulada, según ocurre por momentos a lo largo de Moby Dick . 37Como sabemos, los 132 primeros capítulos de la novela muestran desde múltiples perspectivas la dureza de la vida en un barco ballenero, dureza que a pesar de todo es preferible con creces al tedio que siente al inicio el narrador Ismael ante la monotonía de la vida en el medio terrestre, tedio que para una sensibilidad juvenil o romántica como la de él solo se desfoga o con locuras sin sentido o en el peor de los casos con una violencia que llega en ciertos casos al crimen con tal de fijar la consciencia en algo. Lo extraordinario es que en cuanto se lanza a la búsqueda de un puesto en algún ballenero que esté por hacerse a la mar, la vida de Ismael se abre a la de un mundo de personajes y situaciones de la más variada condición en el que campea la figura titánica del capitán Ahab, quien ha jurado vengarse de la ballena que muchos años atrás le ha arrancado la pierna al intentar cazarla. La obsesión de Acab, sin embargo, no tiene nada de psicológico o introspectivo, pues como se confunde con los mil incidentes de la travesía no tiene manera de reducirse a lo mental, al contrario, todo el tiempo sirve de acicate para que Acab capitanee a sus hombres con firmeza, lo que explica que aun cuando algunos de ellos se percatan de que solo son instrumentos de su venganza (como sucede con Starbuck) le son fieles literalmente hasta la muerte, que sobreviene al término de la caza de Moby Dick, la cual se narra del capítulo 133 al 135, que es el último antes del brevísimo epílogo. En estos tres capítulos la caza se cuenta con lujo de detalles, sí, pero nunca se pierde de vista el único motivo real de la narración, la realización de la venganza de Acab, que de hecho ha comenzado a fraguarse en el momento en que él ha quedado cojo muchos años antes y alcanza tal intensidad que absorbe a los miembros de la tripulación sin excepción: “La mano del destino les había robado a todos el alma; y por los agitados peligros del día anterior; el tormento de la incertidumbre de la noche; la manera fija, arrojada, ciega, temeraria en la que su salvaje embarcación saltaba hacia su fugaz blanco; por todas estas cosas, su corazón se arrebató”. 38O sea que el desarrollo integral de un fenómeno abarca en la edición que uso 560 páginas y su resolución 30 más; y si lo vemos en términos del encuadre estético, la vida entera de Acab y los muchos viajes que ha hecho para encontrarse con la odiada ballena que lo hundirá junto con su barco y toda su tripulación, excepto Ismael, quien sobrevive de modo providencial para que el relato adquiera ese hondo tono personal y reflexivo en el que hemos hecho hincapié como la piedra de toque de la vivencia estética o espaciotemporal y sin el cual la historia de Acab quedaría en el plano general de la frustración humana o de lo anecdótico de los desastres a los que se exponen los cazadores de ballenas.
Según se ve, la inversión de la óptica narrativa o literaria que se da entre lo teatral y lo novelístico o en cualquier otro género literario no afecta en lo más mínimo la singularidad estética que en ambos casos substituye los planos conceptuales y empíricos en los que se perdería en la definición de cada unidad lógica de la trama o en la articulación anecdótica de cada factor sin llegar, empero, a la unidad en verdad trágica en la que esa infernal malignidad que parece animar a la ballena se magnifica por la obsesión de sus antagonistas, quienes actúan bajo una sola voluntad, que más que la del capitán es la del héroe que se rebela ante el imperio de la naturaleza aun a sabiendas de que sucumbirá por haberlo hecho. En otras palabras, sin el arrebato heroico que pasa por encima de cualquier determinación psicológica individual (incluso la del propio Acab), la violencia de Moby Dick no tendría nada de excepcional pues sería simplemente la de cualquier animal que al no poder escapar de sus cazadores se vuelve contra ellos por el instinto de supervivencia. Es aquí donde se advierte mejor que en ningún otro aspecto que el encuadre estético solo echa mano de diversos tipos de concepto y de la causalidad empírica para afirmar con mayor fuerza su autonomía respecto a ambas , por lo que cuando los tripulantes mueren o aplastados por la ballena o arrastrados por el remolino que provoca el barco al hundirse el espacio y el tiempo que la sed de venganza ha escindido se identifican en el ímpetu de los balleneros que desafían sin cesar las fuerzas naturales más devastadoras sin contar siquiera con una vida íntima que les dé alicientes, pues por las necesidades de la caza tienen que vagar meses o años incluso lejos de sus seres queridos, para los que terminan por ser casi unos extraños en los breves períodos que pasan juntos. Y dado que este sentimiento es mutuo, para hombres de esta clase el espacio y el tiempo se articulan no a partir de lo personal sino de lo comunitario, de la pertenencia a una suerte de fratría en la que la historia entera de la humanidad se compendia no para volver a una original edad de oro o apuntar a un inalcanzable progreso, sino para continuar en la brega sin otro sentido que demarcar el imperio humano en el seno de la naturaleza, como le dice Acab a su segundo de a bordo cuando la caza está por comenzar: “Acércate, Starbuck; déjame estudiar una mirada humana; es mejor que perderse en el mar o el cielo; mejor que contemplar a Dios. Por la verde tierra; por el hogar; hombre, este es el catalejo mágico; miro a mi mujer y a mi hijo en tus ojos”. 39
Una forma de ser que no pasa ni por la intimidad ni por lo doméstico se despliega en una esfera casi mítica ajena a las condiciones sociohistóricas modernas y exige una comprensión estética sui generis , ya que de otro modo se reduciría o a la generalidad abstracta de lo grupal en la que cualquier vínculo con los demás se limita a la colaboración más o menos mecánica en una serie de tareas que se agota en sí misma (problema de la alienación histórica del trabajo al que responde el pensamiento de Marx) o (lo que sería aún peor) a la condición patológica que una obsesión como la que arrastra a Acab (problema de la represión histórica del deseo al que responde el psicoanálisis freudiano). Mas como al recorrer el mundo en el ballenero a pesar del peligro que eso implica uno da pie para que el tiempo se reconfigure y entonces lo que ha sido una mera casualidad (perder una pierna) se convierte en la auténtica clave de un destino heroico que es el de la humanidad en su devenir y que sin ese encuadre se quedaría en las aventuras de la vida en el mar que le salen al paso a la tripulación de cualquier embarcación, todos los detalles anecdóticos y la frustración se encauzan al unísono y las diferencias del temperamento o de posición en la situación que viven los tripulantes se coordinan sin perder su especificidad, como lo hacen los diversos órganos del cuerpo o la diversidad del pensamiento que desmiente la idea vulgar de que la razón es una y la misma con independencia de su objeto cuando (como demuestra la filosofía moderna allende los criterios universales o impersonales de validez lógica) siempre se realiza de modo singular : en efecto, fuera del andamiaje argumentativo del que eche mano el pensador en turno, lo cierto es que cada gran filosofía tiene un cariz tan propio que resulta inconfundible ya no digamos como sistema de ideas sino como exposición, textual (así, contrastan, por ejemplo, el modo más bien íntimo con el que argumenta Cartesio, sobre todo en las Meditaciones metafísicas , y el esquemático con el que lo hace Spinoza de principio a fin en la Ética ). Ahora bien, esta unidad caracterológica solo es concebible como reflejo de la estética y viceversa, lo que significa que un entrelazamiento espaciotemporal como en el que actúan los personajes de Moby Dick obliga a vivirlo con el mismo ánimo por más que en términos emocionales cada miembro de la tripulación mantenga su sensibilidad, como se aprecia en la escena que acabamos de analizar en la que la mirada de un subordinado con el que solo se comparten los riesgos del viaje es de súbito lo suficientemente profunda como para darle presencia a quien uno ama. Por otro lado, en esa mirada se percibe también el cuadrante del mundo con una riqueza en el detalle que hace absurdo invocar la de Dios, que en caso de que a la postre exista solo contemplará al mundo desde una eternidad ajena a los vaivenes del destino que son los que hallan su identidad en la del espacio y el tiempo que literalmente se le viene encima al hombre en la espantosa mole de la ballena.
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