Alexandra Granados - ¡No te enamores del jefe!

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¡No te enamores del jefe!: краткое содержание, описание и аннотация

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Roselyn Harper solicita puesto en la Ross Reserve Edition S.L, la mejor Editorial que hay en San Francisco. Y va a volcarse en su trabajo, porque no quiere escuchar la palabra «hombres» después de ganarse un corazón roto, cortesía de Blake Cox.
¡Ni en sueños va a volver a enamorarse!
Pero para su desgracia, el destino tiene otros planes. El flamante director editorial, Logan Ross, está a punto de cruzarse en su camino, y así cambiar sus prioridades. ¿Quien no sucumbiría a semejante hombre? ¿Qué pasará cuando las hormonas manden por encima de la lógica? ¿Serías capaz de sacrificar quién eres, y lo que eres por amor?

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Y lo que más sorprende del lugar, es el magnifico acuario que tiene instalado en la parte derecha de la estancia. Es enorme. Ocupa casi todo el lateral, y está lleno de peces, castillos, casas de madera y de litros y litros de agua. Es… magnífico.

Supongo que mi respiración se altera, porque el hombre apodado El Titán se gira hacia mí y deja de mirar a través del gran ventanal que da a la calle, y da un par de pasos para acercarse a mí.

—Imagino que usted es la señorita Roselyn Harper, bienvenida a la empresa —murmura con una sonrisa amplia—. Es un gusto conocerla en mejores circunstancias.

¿Mejores circunstancias?

Me acerco un poco a él y ahora sí anhelo rogar al dios de la mitología que sea necesario para que haga algo y la tierra me trague. ¡Y sin posibilidad de absolución! Tengo ante mí al tipo de ayer. El del Ferrari rojo que está aparcado a pocas plazas de mi Mustang.

—El tipo que conduce más despacio que una tortuga —murmuro en voz baja y por la expresión que pasa por los ojos del hombre que tengo ante mí, parece que oye lo que digo.

Mis mejillas se tiñen de color rojo y entiendo que estoy liándola y a base de bien ahora mismo.

—Y usted es la mujer que hace gestos obscenos cuando hace una maniobra prohibida adelantando por la derecha —me responde cruzándose de brazos.

El colorete que me puse antes en el rostro parece que se queda en nada al sentir que mis mejillas arden de vergüenza. Vaya, él también me ha reconocido. No sé qué decir.

—Parece que hoy está usted de mejor humor —continúa diciendo él burlón—. Espero que su actitud mejore en el trabajo, señorita Harper.

Trato de encontrar la voz para justificarme, pero los ojos del señor Titán que están clavados en mí me impiden reaccionar. Joder, son preciosos, de un tono grisáceo intenso que cuando te mira te tiembla todo el cuerpo. Desde las uñitas de los pies hasta los pelitos de la cabeza.

Alucinante. Ahora entiendo que tenga que llevar gafas de sol conduciendo. Si no podría causar accidentes con sólo mirar a la gente. Vaya con el famoso Logan Ross.

—Mi reacción de ayer fue algo exagerada —murmuro pensando en mi madre y en lo mucho que necesito mantener el trabajo. Llevarme mal con el mandamás de la editorial no es nada bueno—. Y pido perdón. Fui maleducada. Me gustaría que olvidásemos el vergonzoso asunto.

Veo cómo él acepta con satisfacción mis disculpas y camina hacia mí hasta quedarse a mi lado. Inhalo para ver qué clase de olor desprende su cuerpo y noto de nuevo un cosquilleo molesto nacer en mi estómago al impregnarme de su perfume. Vaya, el olor de Alan Payne se queda en nada en comparación.

Uff, me noto acalorada ahora.

—Vamos, señorita Harper, voy a enseñarle su despacho y sus funciones a partir de hoy. Sígame.

L ogan Ross abre la puerta del despacho cerrado con el nombre de Meg Davis y cuando enciende la luz me quedo parada en la puerta con el asombro grabado en mi rostro. Lo primero que pienso cuando veo la estancia es que están tratando de gastarme algún tipo de broma. No puede ser que ese lugar sea un lugar de trabajo.

—¿Algún problema?

Niego rápidamente tratando de poner cara de Póker. Mi padre cuando yo era pequeña me decía que nunca había que mostrar las cartas a la primera en una partida, y creo que ahora debo hacerle caso.

Por tanto doy un par de pasos en el interior de la estancia —que es minúscula en comparación al despacho del hombre que tengo a mi lado—, y voy directa a la ventana para subir la persiana. Quiero que entre algo de luz natural. Ahora que los rayos de luz iluminan mejor el lugar, fijo mi atención en la pila de papeles que hay sobre el escritorio desordenados, junto al ordenador del año de matusalén, más sobres, carpetas y folios desperdigados incluso por el suelo y por la silla.

Vaya por Dios.

Miro a las paredes y todas son blancas y tienen incluso telarañas en la parte de arriba. Aquí no hay decoración, ni cuadros, ni nada que diga que allí alguien ha estado trabajando antes.

—Meg está de excedencia —me dice Logan sacándome de mis negros pensamientos—. Ella se encargaba de revisar manuscritos para ver si es viable su publicación o no. Como comprenderás nadie ha ocupado su puesto hasta ahora y su trabajo se ha ido acumulando.

—Entiendo.

Me acerco ahora a la mesa y miro por encima los folios que hay desordenados y comprendo que se tratan de consultas enviadas por los autores preguntando por sus manuscritos y por la respuesta de la editorial ante su posible publicación.

—¿Cuánto tiempo llevan estos mensajes sin contestarse? —pregunto curiosa.

—Meses. Tal vez un año —dice tranquilo.

¿Un año?

Me escandaliza que una empresa de tanto renombre como Ross Reserve Edition SL tenga organizado tanto caos con la función que principalmente le da tanto dinero. Madre. Es increíble e irreal.

—Entonces entiendo que debo encargarme de poner al día el trabajo —musito—. Leer todos estos documentos, contactar con los autores y darles algún tipo de respuesta.

—Sí, pero recuerda, yo el que en último término apruebo o deniego una propuesta. Yo quiero que tú te encargues de revisar que el contenido se ajuste a nuestra línea editorial y que merezca la pena publicarse. No tienes que corregir, ni que maquetar, ni que hacer nada más que leer los textos, ¿me explico?

Le digo que sí pensando que tengo que ir a comprar un paño o algo para poder limpiar la silla y adecentar algo más el lugar. Si fuera una persona alérgica ahora mismo estaría estornudando sin parar por el polvo del lugar.

—¿Empiezo ahora entonces?

—No. Primero tiene que ir a firmar su contrato. No quiero a nadie tocando información confidencial que atañe a mi empresa sin que esté contratada oficialmente. Mientras firma y arregla todo eso del papeleo, yo ordenaré que vengan a limpiarle un poco el lugar. Creo que necesita algo buen olor este lugar.

Clava su mirada en mí en mi pantalón y yo sigo al mismo tiempo su vista con la mía y me quedo sin habla al ver un manchurrón de aceite en mi pantalón. Oh, dios mío, los huevos que hice de desayuno.

—No se preocupe, no tendrá que llevarme el desayuno a la mesa cuando llegue a las nueve todos los días —dice con voz profunda—. Ya tengo a alguien que hace eso por mí cuando despierto en mi cama. Esa clase de servicios no necesito que usted me los sirva.

¡Será!

Él se ríe al ver incomodidad en mi rostro pero no me da tiempo a responderle algo. Se marcha del lugar silbando alegre. Tampoco hubiera podido decirle algo a fin de cuentas. Logan Ross es mi jefe, y ya no sólo eso, sino que también es el dueño y señor de todo el lugar. Si le respondo mal, o si no hago lo que me dice puedo ser despedida en cualquier momento y no puedo permitirme eso.

Por mi madre, y por mí. Mi carrera profesional se beneficiará y mucho si yo logro encontrar estabilidad en ese lugar.

R ehago el camino de vuelta hacia el ascensor y marco el botón del número cinco. Imagino que si en algún lugar tendrán que darme el contrato para firmar es allí. En Recursos Humanos. Mientras veo pasar a la gente a través de los cristales del ascensor, pienso en la oportunidad que tengo entre manos. Mi trabajo va a consistir en pasarme días enteros leyendo sin parar obras de autores nuevos.

Un paraíso, se mire por donde se mire, pero eso si. Un paraíso cuando logre poner un poco de orden en ese despacho.

Saludo a Alyssa De Luca cuando cruzo el pasillo que me lleva a su escritorio y ella me devuelve una sonrisa de bienvenida. Me alegra ver que ya no está reticente ante mi presencia. ¡Qué mala impresión parece dar llegar tarde a una cita programada, por Dios!

—Buenos días, Alyssa.

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