Alexandra Granados - ¡No te enamores del jefe!

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Roselyn Harper solicita puesto en la Ross Reserve Edition S.L, la mejor Editorial que hay en San Francisco. Y va a volcarse en su trabajo, porque no quiere escuchar la palabra «hombres» después de ganarse un corazón roto, cortesía de Blake Cox.
¡Ni en sueños va a volver a enamorarse!
Pero para su desgracia, el destino tiene otros planes. El flamante director editorial, Logan Ross, está a punto de cruzarse en su camino, y así cambiar sus prioridades. ¿Quien no sucumbiría a semejante hombre? ¿Qué pasará cuando las hormonas manden por encima de la lógica? ¿Serías capaz de sacrificar quién eres, y lo que eres por amor?

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—¿Séptima planta? —repito como loro—. Pensé que tenía que ir con Alyssa De Luca, la secretaría de Alan Payne.

—Sí, esa era la idea principal, pero al parecer se te necesita más en otro puesto, querida.

Alza las cejas como con expresión coqueta y yo parpadeo inquieta sin entender nada. ¿En otro puesto? ¿Y porqué me mira así? Quiero preguntárselo pero al ver que la hora pasa y que quiero estar en el lugar que me corresponda con tiempo suficiente, le devuelvo la sonrisa con calidez.

—Voy a dejar el coche en el aparcamiento correcto —susurro cogiendo con fuerza las llaves del mando del garaje—. Nos vemos después.

—¡Claro! Deseo que tengas buen día.

Le agradezco las palabras y salgo de nuevo por la puerta principal. Mi mente no deja de pensar en qué puesto ahora me habrán asignado para trabajar. ¿Ya no tendré contacto con la publicidad y la promoción de la línea editorial? No sé porqué, pero esa idea no me llama mucho la atención.

A parco el coche debajo el número 23 que es dónde el guardia de seguridad me ha indicado nada más registré el coche con mis datos y lo cierro con el mando a distancia. Me miro unos instantes en el espejo retrovisor y me doy por satisfecha al ver que mi cabello y mi ropa se encuentran perfectamente.

Me dirijo hacia los ascensores con paso rápido y me quedo sin respiración al ver aparcado justo a poca distancia de donde está estacionado mi coche, un Ferrari rojo que llama mi atención. Abro la boca de sorpresa mirándolo con recelo. ¡Es el coche del tipo ese de la carretera!

Doy un par de vueltas alrededor del vehículo intentando buscar algo que me diga que estoy equivocada y que ese coche no es el que recuerdo del día anterior, pero al ver la matrícula siento que el suelo se mueve bajo mis pies. Es el mismo coche.

Genial.

El cretino de las gafas de sol es un compañero de trabajo.

Resoplo una y dos veces tratando de encontrar calma. He de intentar pasar ese hecho por alto. ¿Qué me debe importar a mí que ese hombre trabaje allí? Mucha casualidad sería que su puesto de trabajo tuviera que estar justo en la planta séptima, ¿no?

—Las casualidades no existen Roselyn —me digo medio nerviosa.

Me acerco al ascensor dispuesta a sacarlo de mi cabeza, si tengo que ver al señor conduzco despacio para molestar a media ciudad, pues que así sea. Yo estoy allí para trabajar. Y no para hacer amigos.

—Señorita Harper, veo que hoy llega puntual —dice una voz a mi espalda.

Casi doy un brinco al ver aparecer a Alan Payne casi por mi espalda. Giro mi vista y me quedo de nuevo casi sin habla por segunda vez en menos de diez minutos, al verle apoyado en una moto.

—¿Es suya?

—De mi pareja —me dice colocándose bien las gafas—. Cuando dormimos separados me deja conducirla para venir al trabajo. Mi casa está a las fueras de la ciudad.

Recuerdo perfectamente cómo es su casa por los recortes del periódico digital que leí el día anterior, pero no le digo nada. Pulso el botón del ascensor, deseosa de salir de aquél sótano para ver las cosas con perspectiva. Nunca imaginé que un director de Recursos Humanos, que es quién se encarga de decidir si una persona trabaja allí o no, vaya al trabajo en moto.

No es muy formal que se diga, pienso.

—¿Subes?

—Yo voy a la quinta planta —murmura caminando hacia mí—, pero sí, subiré con usted.

Me hago a un lado para que él se coloque a mi lado y al oler su perfume recuerdo la frase que me dijo antes. “De mi pareja”. Así que el señor Alan Payne mantiene una relación con alguien. Me resulta curioso que no me moleste esa idea. Supongo que una parte de mí ya se lo imaginaba. Un hombre con buena carrera profesional, casi millonario, y que acude a eventos nocturnos día sí y día también, era lógico que tuviese pareja.

Fuese gay o no.

Le miro disimuladamente a través del espejo del ascensor de cristal y hoy no puedo decir claramente que él sea homosexual. No tiene el amaneramiento que vi ayer. Qué curioso.

—Pensé que su secretaria, la señorita Alyssa De Luca me enseñaría mis labores –le digo por romper el silencio.

—Sí, pero ha habido un ligero cambio de planes. Como bien le comuniqué ayer, Roselyn, el puesto de asistente para el Departamento de Marketing y Publicidad ya está ocupado. Ayer mismo por la tarde empezó la persona en cuestión. Alyssa estará con ella todo el día. Tú vas a otro Departamento diferente.

Su voz parece sonar tan seria y decidida que me hace dudar.

—¿Y qué puesto voy a desempeñar yo entonces? —pregunto mirándole con suspicacia.

—Revisarás textos y manuscritos, y te encargarás de dar la aprobación o denegación a los autores —susurra con la vista clavada en el frente—. Tendrás que acudir al Titán para convencerle de que la obra que has revisado merece llevar el sello de esta editorial en su portada.

—¿Qué?

Abro la boca sin entender lo que me está diciendo. Bueno, entender sí lo entiendo, no soy tonta, pero no comprendo lo que quiere decir. ¿Cómo qué voy a revisar yo los textos? ¡Eso lo hace un editor!

—¿Pasa algo? —me pregunta Alan al verme casi literalmente con la boca abierta.

Niego rápidamente y con energía. No es justo el trabajo que yo estaba buscando, pero me gusta, y mucho. Ahora entiendo porqué tengo todas esas ventajas que me dijo Grace en recepción. Guau.

—¿Titán? —pregunto ahora cuando el ascensor pasa por el tercer piso, al venir a mi memoria ese nombre—. ¿Cómo el que sostuvo el mundo en la mitología griega? ¿Quién es ese Titán?

Alan sonríe con picardía y al ver cómo sus ojos se iluminan —porqué no lo sé—, me quedo pensando que él podría ser perfectamente bisexual. ¡Ahora vuelve a moverse y a expresarse como si fuese homosexual!

—El Director General, querida mía. El Titán no es ni más ni menos que Logan Ross.

E l sonido del ascensor llegando al séptimo piso me saca del aturdimiento que tengo encima. Salgo de allí con paso ligero y me encuentro con un pasillo largo que da a dos despachos. Uno cerrado con las persianas bajadas y una placa en la puerta que pone el nombre de “Meg Davis, subdirectora y editora” y otro que está con la puerta abierta de par en par, con un solo nombre puesto en la entrada “Logan Ross”.

Trago hondo fuertemente, sin saber hacia dónde ir. Busco la mesa de escritorio donde debería haber una secretaría allí atendiendo llamadas o recibiendo a la gente y me sorprende no encontrarme con nadie.

Está todo más vacío que un desierto.

Doy un par de pasos y mis tacones resuenan por toda la estancia. Esta séptima planta parece estar desierta. No se parece en nada al lugar dónde yo podía imaginar que estaría el despacho del Gran Director de la Editorial. Logan Ross. Parece que todo está muerto.

Observo el reloj en mi muñeca y suspiro al ver que son las nueve en punto. No sé quién me dirá qué funciones tengo que hacer, pero me decido por empezar a dirigirme hacia el despacho que está abierto. Aunque sea el del hombre llamado Titán.

Imagino que le llamarán así porque él es quién sostiene y mantiene en pie esta empresa , pienso soñadora.

Doy unos toques en la puerta cuando atravieso el umbral y me quedo quieta al ver una figura al otro lado del despacho, junto a un gran ventanal. No se me caen de las manos papeles porque no tengo nada, pero mi expresión deja bien claro que ese lugar no parece un despacho normal.

Es completamente ovalado, con un sofá grande chaseloing en el lateral izquierdo. Tiene dos sillones grandes que parecen ser de masaje —carísimos, claro—, una fuente que sirve lo que parece ser bebida normal como agua, café, chocolate caliente y diferentes té. También tiene al fondo una mesa de cristal rectangular dónde está apostado el ordenador y un teclado inalámbrico. El teléfono de la centralita a su derecha.

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