Puede parecer que estoy siendo un poco exagerada, pero ahora que sé la verdad quiere cuidarla como no he sabido hacer en los últimos años.
—Voy a salir a comprar la cena —le digo casi a media tarde.
Mi madre está cómodamente sentada en el sofá, leyendo un libro de misterio que le regalé la Navidad pasada. Por suerte ambas compartimos el mismo gusto por la lectura.
—¿Necesitas algo?
—No. Sólo que no llegues tarde —me dice sin separar sus ojos de su lectura—. Quiero que puedas descansar bien esta noche.
Me sonrojo ante el regaño implícito que está en esa frase por haber llegado tarde a la entrevista esta mañana y le aseguro que no tardaré nada. Sólo tengo que comprar la cena y un par de cosas para estar preparada para mi primer día mañana.
—¡No te muevas a no ser que sea necesario! —Exclamo antes de salir, por tener yo la última palabra más que nada.
Me siento con ganas en mi Mustang y abriendo la ventanilla entera, dejo que el aire me golpee en el rostro directamente. Me viene bien refrescar las ideas y pensar en cómo hacer para tratar de ayudar financieramente a mi madre con el tratamiento.
La compra de la casa que hice junto a Blake me arruinó y mucho.
Todo lo que he ganado en la librería en Illinois, e incluso lo que el Estado me está pagando ahora mientras estoy desempleada se va a la Hipoteca y a los gastos conjuntos de esa vivienda. Eso sin contar con la tarjeta de crédito que está a mi nombre con la cual he ayudado con los gastos diarios con mi madre ahora que vivo con ella. Ya que yo le consumo la mitad de agua, de gas y de luz, lo mínimo es que le ayudé a costearlo mientras vivo con ella.
—Espero que paguen bien en la editorial —rezo recorriendo el mismo camino por carretera que hice en la mañana.
En esta ocasión no me encuentro con ningún conductor irritantemente lento y consigo llegar al centro del pueblo en menos tiempo del previsto. Maldigo nuevamente la parsimonia de la que hizo gala el señoritingo del Ferrari rojo al no acelerar lo debido. Tal vez si él hubiese apretado algo más el pedal del acelerador, mi entrevista no hubiese sido tan accidentada como fue. Pero bueno, hacer leña sobre al árbol caído ahora no sirve de nada.
Aparco el coche en un parking privado y tras pagar la tasa correspondiente por estacionar, camino hacia la primera tienda ropa que encuentro de segunda mano. Sé que ahora no debería gastarme el poco dinero que tengo en cosas tan insustanciales como ésa, pero dado que a día siguiente voy a empezar a trabajar en una empresa dónde todos van vestidos de forma clásica y elegante, yo tengo que adaptarme a ello.
Por eso hago de pies corazón y sin fijarme en el precio comienzo a comprar una serie de pantalones, camisetas, chaquetas, faldas y calzado adecuado para poder tener para una semana entera y poderlos intercambiar sin que nadie me acuse de repetir vestuario.
La dependienta me da el ticket final con una expresión de satisfacción en el rostro y yo sin mirarlo le doy mi tarjeta de crédito. Cruzo dedos al pagar y ver que el bendito plástico acepta el pago. Bien.
—Gracias.
—Esperamos que regrese pronto —me dice ella sonriente.
Cojo todas las bolsas como bien puedo y regresando al coche, lleno el maletero de la ropa nueva. Miro el reloj de mi muñequera y lanzo un suspiro al ver que ya son casi las ocho de la noche. Enciendo el motor y hago el camino de vuelta a casa.
Aunque eso sí, me paso antes por una pastelería para coger algo dulce para cenar con mi madre. A fin de cuentas hoy ha sido un día de celebración, ¿qué puede pasar de mal por gastar algo más de dinero?
E ntro con los paquetes en casa con una sonrisa plantada en el rostro y saludo a mi madre. Sigue leyendo en el salón enfrascada en su texto. Me agrada ver que me ha hecho caso y no se ha movido del sitio como yo le pedí.
—Enseguida preparo la cena, mami.
Ella me sonríe sin apartar su concentración del libro. Echo una rápida ojeadita al libro y veo que le queda poco. Entiendo que estará justo por descubrir el final y por eso no quiero parar de leer. Escondo la satisfacción que eso me crea.
—Te aviso cuando todo esté listo.
Dejo en la cocina los pasteles y los dulces y voy directa a mi habitación para dejar dentro del armario la ropa que he comprado. No pierdo un minuto en revisar mi fondo de armario actual, y dedicando mi esfuerzo a realizar cosas en la cocina, preparo un par de ensaladas y una sopa, y cuando lo tengo todo listo, pongo la mesa.
No puedo evitar recordar el maldito Ferrari rojo y a su conductor de gafas de sol. Me muerdo el labio inferior tratando de realizar un retrato robot de él en sí mismo, y la verdad que no logro saber cómo eran sus rasgos. Lo único que viene a mi memoria es su parsimonia al conducir y lo tranquilo que estaba cuando yo le saqué el dedo corazón para decirle que se jodiera.
Me avergüenzo ahora al recordar ese feo gesto. Yo no suelo ser así.
—Por suerte nunca voy a conocerle para tener que disculparme —murmuro desenvolviendo ahora los pasteles y los bombones de la pastelería. En cuanto está todo listo, llamo a mi madre para cenar.
Ella viene enseguida, con la expresión risueña. Parece feliz con su libro. La expresión de desdicha que tenía antes en el rostro ya se ha ido. Menos mal.
—¿Has comprado pasteles?
—Claro, mamá, hoy es un día de celebración —murmuro dándole un beso en la mejilla—. A partir de mañana trabajaré en la gran editorial de este condado y seré una mujer provechosa para el mundo.
—Hija qué cosas tienes, tú ya eres una gran mujer.
Niego mientras sirvo agua en nuestros respectivos vasos y me siento con ella en la mesa.
—Hoy hablé con Pam —le digo empezando a comer la sopa—. Está entretenida haciendo fotografías a maridos infieles.
—¿De verdad?
—Sí, parecía contenta. Estoy deseando que regrese para quedar con ella y que hablemos tranquilamente —le confieso, haciendo ver lo mucho que extraño a mi amiga—. La verdad es que no he vuelto a verla desde el mes de Junio, creo.
Concretamente desde dos semanas antes de que rompiese con Blake.
Recordar a mi ex pareja me pone mal y bajo la mirada. No quiero pensar en él, más de lo debido. Con mi acción de poner en privado todas mis redes sociales y bloquear cada intento de contacto que yo no permita, creo haberme librado de ese problema.
—¿Estás bien, cariño?
—Sí, mamá, simplemente estoy nerviosa por que mañana es mi primer día —le digo y no es mentira del todo.
Tan ilusionada estoy con empezar en la editorial, que olvido a veces que soy una persona introvertida cuanto me tengo que rodear de mucha gente. Espero que mi jefe no lo tenga mucho en cuenta cuando vea lo capacitada que estoy para el trabajo.
—Come a discreción los dulces, mami.
—Un poco tesoro, el doctor no me permite tomar demasiada azúcar.
Se me hace un nudo en el estómago al ser consciente de sus palabras y mi vista va sin yo quererlo hacia su pecho. Cáncer de mamá. Tengo que investigar todo lo que pueda acerca de eso. Y ya no sólo para saber qué cosas puedo hacer para poder ayudarla, sino para prepararme con el tema financiero.
Quiero saber cuánto sería el coste de las intervenciones que tienen que hacerle. Por desgracia, las facturas médicas en este país no están cubiertas por la Seguridad Social, como en otros países de Europa. Aquí todo se paga. Te guste o no.
—Pues yo como ya no tengo que hacer dietas absurdas, ni tengo que complacer a nadie con mi físico, por hoy me voy a poner buena de dulce —susurro empezando a coger bombones con las dos manos—. ¡Un día es un día, mamá!
U na vez estoy segura de que mi madre va a estar bien en la noche, me dirijo a mi dormitorio y lanzo un suspiro de pesar al ver que ya son casi las diez y media de la noche. Hacer tareas de ama de casa ocupa mucho tiempo. No sé cómo mi madre ha podido hacerlo durante veinticinco años. Imagino que al ser yo hija única ha sido algo más fácil para ella.
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