—Llega tarde, señorita Harper.
—Un atasco grande —murmuro y es verdad.
—El señor Payne es un hombre muy ocupado —me dice casi con sorna—. Tendrá que llamar para volver a concertar una cita. Me temo que ahora está ocupado con otra reunión.
Mi cara demuestra mi desaliento, porque la mujer parece cambiar la expresión desafiante de su rostro por una más comprensiva. Vaya, al menos la dragona tiene corazón.
—Por favor, ¿podría preguntarle si puede atenderme? —pregunto dibujando en mi rasgo facial una carita de mujer inocente que pocas veces puedo usar—. He venido de muy lejos y no sé si podré tener otro hueco para tener la entrevista. Me urge hablar con el señor Payne, es muy importante para mí.
Cruzo los deditos de los pies tratando de hacer que mi mentira no sonase tan falsa. ¡Si vivo a menos de veinte minutos de ese lugar!
—Señorita, eso no es el protocolo, yo…
—Por favor —le ruego acercándome al mostrador con ansiedad—. Me interesa mucho trabajar aquí. No quiero perder esta oportunidad.
Supongo que mi voz transmite la ilusión que tengo por trabajar allí, porque la muchacha suspira un momento y a continuación marca una extensión en su centralita para hablar con alguien. Mi yo interior comienza a cantar y a dar saltos de alegría por haber logrado pasar el primer obstáculo. Si esto fuera uno de los libros de aventura que tanto me gustan, esta sería la primera pantalla del juego superado , pienso traviesa.
—Alyssa, tengo aquí a Roselyn Harper, tenía una cita programada con el señor Payne hace media hora —comenta en cuanto alguien contesta al otro lado de la línea telefónica—. Sí, sé que ha llegado tarde —añade girándose hacia un lado para tratar de que yo no escuche lo que habla—. Sí, también sé que no es el protocolo, pero por favor, ¿puedes ver si la pueden atender?
Entiendo que la tal Alyssa trata de mandarme a paseo y yo no puedo permitirlo. Me planteo la posibilidad de arrebatarle el teléfono a Grace –al menos es el nombre que pone en su plaquita–, cuando veo que suelta un suspiro y me mira con la satisfacción reflejada en su rostro.
—Sube a la quinta planta. Y ve a la izquierda. Te recibirá allí Alyssa De Luca, la secretaria del señor Payne.
Se lo agradezco con una sonrisa alegre y me dirijo hacia el largo pasillo donde veo de lejos al ascensor. Pulso el botón de llamada e intento quitarme los nervios que me acosan. Quiero aparentar ser una mujer profesional y serena. Tengo que tratar de mantener la calma y venderme de la mejor forma posible.
Observo fascinada cómo el ascensor por dentro tiene los cristales a la vista y al ir subiendo por las plantas, puedo ver salas y despachos del personal que trabaja allí. No disimulo lo mucho que me gusta contemplar pilas y pilas de libros encima de varias mesas, siendo catalogados por los expertos de cada sector.
¡Yo quiero trabajar aquí!
Salgo del ascensor con el pie derecho y cuando veo al fondo la mesa de escritorio de una mujer que me espera con el ceño fruncido y mirada inquisidora, entiendo que ella es la secretaria del encargado de Recursos Humanos. Oculto una sonrisa en mi rostro al entender que si me ha recibido no ha sido por propia voluntad. Imagino que no le gusta las personas que llegan tarde.
—Siento mucho el retraso —me disculpo en cuanto llego a su lado, ofreciéndole la mano—. Ha habido un accidente de tráfico y no he podido hacer nada.
Ella me mira a través de sus gafas de cristal con suspicacia y yo aún mantengo mi mentira. Algo tengo que hacer si quiero que me den una oportunidad, ¿no?
—Puede pasar. El señor Payne está reunido con el Director ahora mismo, pero podrá atenderla enseguida.
Me acompaña a una sala circular, dónde hay al fondo una máquina de café y de bebidas y una gran pila de folios y de bolígrafos.
—Puede rellenar sus datos en la solicitud mientras espera.
—Gracias Alyssa, muy amable.
Ella parece complacida al ver que recuerdo su nombre y yo oculto una nueva sonrisa para mí. La verdad es que soy buena memorizando nombres. Tengo buena retentiva.
Empiezo a rellenar mis datos en la hoja y cuando termino, comienzo a jugar con el bolígrafo en mi mano. Miro mi reloj y lanzo un suspiro al ver que son las nueve y cuarto. Gimo interiormente esperando no haber echado a perder la oportunidad de mi vida por haber preferido dormir un poco más.
C asi a las nueve y media aparece en la sala el señor Alan Payne. Me levanto rápidamente para estrechar su mano y descubro sorprendida que me saca casi una cabeza. Es alto –y eso lo dice una mujer que mide uno setenta y ocho–. Rubio, con ojos color miel. Usa gafas de ver, que resaltan lo inteligente de sus facciones.
Lástima que sea gay , pienso en cuanto comienza a hablar. Lo sé por la forma que tiene de expresarse y por lo preocupado que está por no arrugar su traje de sea en cuanto se sienta a mi lado en la mesa circular.
—Lamento mucho el retraso —le murmuro acercándole mi hoja con mi currículum y la hoja que acabo de rellenar—. Le agradezco enormemente que haya accedido a entrevistarme.
—El puesto para el que venía ya está cogido —comienza a decirme leyendo con atención mi experiencia profesional.
Mi corazón se encoge de puro pesar y las esperanzas que tenía se esfuman como bolitas de humo de un cigarro. Me quedo mirándole con tristeza. ¿Qué puedo decir ahora?
—Si le parece bien, dejaré sus datos personales en el archivo y cuando tengamos una nueva vacante, nos pondremos en contacto con usted.
Sigue sin mirarme.
Imagino que él quiere que yo le dé las gracias y me vaya de la empresa sin armar jaleo y una parte de mí, quiere hacerlo. Recuerdo a Blake cuando me decía que yo no valía para trabajar en oficinas y en lugares dónde los que dominan son los hombres y consigo la fuerza necesaria para protestar.
Me han llamado para entrevistarme porque creían que yo era adecuada para el puesto, ¿no? Pues voy a demostrarles que no se equivocaban.
—Creo que ya que estoy aquí, podría usted dedicarme unos minutos y entrevistarme, señor Payne —murmuro tras aclarar mi voz—. Estaría bien si me mira y me presta algo de atención.
Él alza su mirada sorprendida y hace exactamente lo que le pido.
Mis mejillas se sonrojan y lamento no haberme puesto colorete con el maquillaje en la mañana al pintarme. Se deben notar dos manchurrones rojos ahora en mi rostro.
—¿Disculpe?
Deja a un lado los documentos y me mira fijamente.
—Sé que he llegado tarde y lo lamento profundamente, pero creo que puedo ser una buena asistente para su Departamento de Marketing y Publicidad. Tengo experiencia como puede ver en los documentos, y no sólo sé tratar con proveedores y con autores, sino también tengo autonomía para poder realizar cualquier tipo de trabajo, sin que me tengan que ordenar. Sé cuál es mi lugar y qué hacer para lograr optimizar el mejor rendimiento en mis labores.
—¿De verdad?
—Sí —le digo con seguridad y no estoy mintiendo—. Soy capaz de ser una buena asistente para este empresa, y quiero tener la oportunidad de demostrarlo.
—La principal función de una asistente es ser puntual —me contradice él, quitándose las gafas para masajear su tabique nasal—. Y usted ha llegado tarde, señorita Harper.
Le digo que ha sido por causa ajena a mi voluntad y me quedo unos segundos contemplando los ojos de color miel del señor Alan Payne con torpeza. ¡Vaya! Sí que es atractivo. Me obligo a recuperar de nuevo el habla y la capacidad de reacción.
—Entiendo que sea un problema que no haya llegado a la hora acordada, pero le prometo que si me contrata, eso cambiará. Seré una buena asistente. Puntual, dedicada y eficiente.
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