La primera pregunta que le hicieron a James Hamilton en la entrevista del programa de Tolerancia cero fue precisamente esa: «¿Qué hace que una cosa como esta pueda suceder?». Sin duda es la pregunta que muchos se hacen: «Si te estaba haciendo tanto daño, ¿cómo permites que te case, bautice a tus hijos y encima sea el padrino de uno de ellos?». Recojo aquí parte del testimonio de James Hamilton 1:
Es la pregunta que yo mismo me he hecho durante años… No tanto qué le pasa a él, sino qué le pasa a uno para haber vivido esta experiencia que te hace perder el centro […] que provoca dentro de uno un quiebre interno total hasta que finalmente te transformas en un perverso… ¿Por qué uno engaña y persiste tanto tiempo? Soy el primero que me lo planteo 2.
En su testimonio, el doctor Hamilton cuenta cómo los abusos no solo se daban en la habitación del cura, sino esporádicamente en su propia casa, con la excusa de revisiones médicas. Su despertar comenzó cuando, en una ocasión, al salir de la misa, uno de sus hijos pequeños se perdió. Él salió como un loco en su búsqueda, y el primer lugar al que fue a mirar fue la habitación del párroco. El niño estaba allí, pero, gracias a Dios, estaba solo. Esta reacción fue sentida por su mujer, Verónica Miranda, como muy extraña, y se convirtió en la ocasión para que él pudiera romper al fin su silencio con ella. Verónica fue clave en todo el proceso, especialmente a la hora de iniciar y dar continuidad a las denuncias. En otro lugar de la misma entrevista comenta Hamilton:
Otra de las dudas que la gente expresa es: «Esto es un tema de homosexuales…». La gente no tiene ni idea, la gente comenta con mucha liviandad. Nunca he sido homosexual, pero me lo he llegado a cuestionar, y ha sido terrible.
En el párrafo que viene a continuación deja entrever algunas respuestas que profundizaremos más tarde:
Tantas veces intenté alejarme, y, cuando él veía eso, mandaba a conversar conmigo a sus sacerdotes más cercanos (Barros, Arteaga), que me decían que estaba haciendo sufrir al Padre con mi actitud y lejanía. Así, al final no aguantaba más la presión y terminaba yendo de nuevo a la habitación… Él era como un papá hacia el que sentía amor y odio… Tenía miedo de perder el favor de Dios… Hay un momento en el que estás tan desorientado y tienes tanto odio hacia ti mismo que todo te da igual… Te sientes basura, que te use.
Muchas otras víctimas suelen preguntarse por qué, a pesar de todo el terror que les provocaba el abusador, no terminaban de cortar el vínculo con él y volvían una y otra vez a la escena del crimen, en la que el abusador seguía haciendo de las suyas. Mi objetivo en este capítulo es adentrarnos en la dinámica del abuso. En casi todos los casos veremos además que hay un mismo patrón de conducta, con elementos que constituyen un denominador común. Ojalá nos sirva para empatizar con su dolor y su lucha y no ser de esa gente que comenta con liviandad. Sin más preámbulos, vamos a ello.
Las principales características, comunes a toda relación abusiva son cinco: la primera, lo que podríamos llamar el proceso de vampirización; la segunda, el secreto; la tercera, las amenazas y represalias ocultas; la cuarta, la confusión, y la quinta, la responsabilidad única y exclusiva del abusador.
Estoy seguro de que después de este capítulo ya tendremos elementos suficientes para entender por qué las víctimas suelen tardar tanto en romper su silencio y por qué la relación abusiva en algunos casos se extiende durante tantos años.
1. ¿Cómo es posible que el abuso se extienda en algunos casos durante años? El proceso de «vampirización» y «síndrome del hechizo»
La expresión «proceso de vampirización» es de Barudy, y me parece genial para ilustrar el proceso de seducción por medio del cual la víctima termina cayendo rendida en las redes del abusador. Barudy afirma que este proceso es «comparable al proceso de lavado de cerebro, utilizado en países totalitarios para lograr una sumisión incondicional de sujetos rebeldes sin utilizar violencia física» 3.
La otra expresión que seguro ayudará mucho para comprender cómo el abusador logra el control absoluto sobre su víctima es la del «síndrome del hechizo». El hechizo es definido como la influencia que una persona puede ejercer sobre otra sin que esta última se dé cuenta de ello 4.
No hace mucho, en España fue noticia el caso de una joven de 18 años que se escapó de su casa para vivir con un supuesto gurú en la selva del Perú. Sus familiares la encontraron, junto a su bebé, en condiciones lamentables. La chica estaba como ida, en un estado como de trance que la mantenía en cautividad, habiendo perdido todo sentido crítico, mostrándose indiferente a las muestras de cariño y de cuidado por parte de su familia. Con ella había otras chicas. Se trataba sin duda de un grupo sectario. El líder fue detenido por las autoridades de Perú. Esta dinámica de anular casi por completo la voluntad de las personas para así dejarlas a merced del arbitrio del líder es típica de las sectas, y también de las relaciones abusivas, especialmente cuando las víctimas son adolescentes o adultos vulnerables.
El abusador gana poco a poco el afecto y la confianza de la víctima –también de su familia– y se va apoderando, en una dinámica creciente, de su conciencia y voluntad. A estos primeros momentos se les llamado «fase de seducción», en la que el abusador manipula la relación de dependencia y la confianza de la víctima. Comienza un acercamiento sistemático, en ocasiones con regalos o expresiones de cariño. El abusador tratará de convertirse en una figura paterna más. Se vale de juegos, obsequios para engatusar a los niños y captar su atención, buscando la ocasión para quedarse a solas con el menor. El niño lo detecta como algo natural, sin llegar a ver el grave peligro que le amenaza.
Para hechizar a su víctima, el abusador se sirve de la mirada, el tacto y la palabra. Para Perrone y Nannini, citados por las autoras del informe UNICEF, la mirada del abusador sexual, al carecer de palabras explícitas que la acompañan, favorece la confusión respecto a lo que verdaderamente significa: «Es frecuente escuchar a los niños víctimas de abuso sexual describir el impacto y el poder de la mirada de los ofensores sexuales. Algunos incluso la describen como la capacidad para hipnotizarlos». En cuanto al tacto, los contactos físicos generan confusión cuando están asociados al juego o al cariño como modo de acceder al cuerpo del niño. La palabra, finalmente, «será el vehículo por medio del cual el ofensor generará no solo amenazas, sino distorsiones cognitivas en el niño a través de la tergiversación del sentido de sus acciones» 5.
Cuando se llega a concretar el primer abuso, no es porque al abusador le haya sobrevenido una calentura imprevista y repentina; él, como un cazador, que poco a poco va acorralando a su presa, lo tiene todo pensado y premeditado.
Estamos ya a un paso de la interacción sexual abusiva. Aquí, el abusador, de forma gradual y progresiva, comienza a realizar persistentemente con la víctima actos que le satisfacen sexualmente. Generalmente, en un principio, estos actos van desde la exposición de los genitales por parte del abusador, o mirar los de la víctima, hasta tocar y hacerlos tocar, incluyendo la masturbación. También todo lo referente a exponer al niño o la niña a situaciones sexuales que no corresponden a su edad, como la exposición de material pornográfico, comentarios y relatos eróticos, etc. En una fase más avanzada y crónica, el abuso deriva en sexo oral, en penetración (con objetos, anal o vaginal) y otras aberraciones inimaginables.
En el caso, por ejemplo, de las víctimas de Karadima, este proceso es también muy evidente. Tanto Hamilton como Cruz reconocen que en su infancia y adolescencia padecieron una carencia significativa de la figura paterna. El abusador suele centrarse en niños que no reciben la suficiente atención en casa, que sufren carencias emocionales o hijos de padres solteros que no les pueden dedicar el suficiente tiempo. Karadima aprovechó muy bien esa carencia para ofrecerse como el papá que no habían tenido; ellos afirman que se autoadoptaron como sus hijos, fascinados ante el hecho de que semejante personaje, tan importante y con tanta fama de santidad, se fijara en ellos, que eran unos pobres «cabros» –chavales–, y los invitara a ser parte de su círculo más íntimo. Y es que, en contra de lo que la gente suele pensar, el abusador puede llegar a ser un tipo encantador. Con su carisma, su simpatía, su grandilocuencia, y desde su rol de sacerdote con fama de santidad, que decía haber sido discípulo del P. Hurtado, es capaz de «encantar», hechizar, embrujar a sus víctimas, haciéndolas incondicionalmente dóciles a sus caprichos y perversiones. El mismo James Hamilton, en la entrevista ya señalada, comenta con mucha lucidez:
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