Para imponer el silencio de manera eficaz, el abusador suele servirse de la amenaza, ya sea de matar a su víctima, o a su madre, o a sus hermanos, o incluso de matarse a sí mismo. He acompañado a un adulto que, cuando era niño, de los 9 a los 12 años, fue abusado por un seminarista (que fue expulsado del seminario, aunque habría sido más correcto que también la institución lo denunciara). Los padres de este niño eran trabajadores contratados por el seminario. El depravado abusaba de su víctima en el taller del seminario –¡impresiona que nadie se diera cuenta!–, donde durante algunos momentos encendía la sierra eléctrica cuando él manifestaba algún tipo de rebeldía y resistencia. Lo hacía entre risas y como si fuera un juego, pero, como se puede comprender, el pobre niño quedaba petrificado por el terror. Sin duda, en este caso, el abusador tiene rasgos de psicópata. Por supuesto, no en todos los casos las amenazas son así de explícitas; la mayoría de las veces el abusador las impone de forma implícita, generando en el menor la convicción de que, si dice algo, la familia se destruirá. El menor debe «ser bueno», y para ello no debe comunicar el secreto del abuso, ya que, de lo contrario, se produciría una gran ruptura familiar, el padre sería acusado y castigado; los hermanos, separados, etc. Estos niños abusados, el día de mañana tendrán una tendencia general a exagerar su propia responsabilidad y a convertirse en chivos expiatorios, con una tendencia a asumir culpas que no les corresponden.
Esta dinámica introduce una inversión de roles con efectos demoledores, donde resulta que el menor abusado es quien acaba teniendo el poder de destruir o no a la familia y la responsabilidad de mantenerla unida. En vez se ser cuidado y protegido, el menor se convierte con su silencio en cuidador y protector, asumiendo roles que ni mucho menos le corresponden. Es el niño o niña, y no el padre u otro miembro significativo de la familia, quien debe movilizar su altruismo y autocontrol para asegurar el bienestar de los otros. Se produce así una verdadera inversión de normas morales: si dice la verdad y desvela el secreto, está haciendo algo malo, y si sigue accediendo a las relaciones sexuales y ocultando la verdad, actúa bien. En definitiva, el menor tiene que autosacrificarse para así poder sobrevivir y seguir creciendo. A esto añade Barudy que «el abusador delega una misión en la víctima: esta tiene que sacrificar sus necesidades y deseos para satisfacer los suyos» 10.
Reynaldo Perrone, psiquiatra y terapeuta familiar, introduce el concepto de represalia oculta, la cual significa que, para el niño abusado, resulta evidente que cualquier intento de cambiar el statu quo le perjudicará a él y a su familia. La represalia oculta conlleva la idea de que el mal y sus consecuencias se originan en la defensa de la víctima. Y lo ilustra de esta manera: «Es como si alguien que estuviera atado corriera el riesgo de asfixiarse al tratar de moverse» 11. Este mensaje es el que provoca mayores trastornos en la víctima. Lo terrible es que muchas de estas amenazas a veces se cumplen cuando la víctima rompe su silencio. Es bastante común el que madre e hija acudan al tribunal a retractarse de su denuncia cuando el padre o familiar cercano está preso. Estas amenazas explican por qué una víctima puede volver al lugar donde se encuentra el abusador, exponiéndose así a nuevos abusos. En algunos casos parece sorprendente que la niña abusada llegue incluso a cooperar con su abusador, o hasta buscarlo ella misma. Esto se explica porque muchas veces la relación incestuosa es la única manera que tiene el menor de recibir algún tipo de afecto y atención, que de otra forma no sería posible. Además, vive con la fantasía, cada vez más real, de que sin la relación incestuosa no habría familia 12.
En el caso de las víctimas de Karadima, era muy evidente este temor: podían perder el trabajo, las amistades y, sobre todo, sentir encima el desprecio y el rechazo de muchos católicos, que los acusarían de falso testimonio y de dañar gravemente a la Iglesia. Juan Carlos Cruz, por ejemplo, afirma que una de las dificultades que tuvo que afrontar para llevar adelante las denuncias era «el sentimiento de estar siendo un mal hijo de la Iglesia».
4. ¿Por qué el relato de las víctimas suele tener incongruencias? La confusión
Es muy normal que la persona abusada encuentre muchas dificultades a la hora de relatar lo que le ha sucedido. Además, el mecanismo de defensa de la escisión hace que la víctima tenga una memoria selectiva para poder sobrevivir. El terror de la experiencia vivida impide recordar con detalle. Según Gilverti, citado por Rozanski:
La desmesura le deja sin palabras, porque se produce una situación traumática: es el fenómeno de lo indecible, aquello que no puede mencionarse, porque lo desborda la investidura del terror 13.
La mezcla de sentimientos y emociones es tan intensa que lo que sintetiza la vivencia de la persona abusada es la confusión; en efecto, la culpa, la autorrecriminación, la ira, el amor y el odio, el miedo, «se mezclan en la mente de la persona abusada como un rompecabezas que no está en condiciones de armar» 14.
Por su parte, Barudy argumenta que la confusión se produce porque los niños abusados «se enfrentan a un cambio inesperado en su cuadro de vida habitual que conduce a la pérdida de puntos de referencia». Además, «el carácter traumático del abuso sexual altera la percepción y emociones respecto a su entorno, y crea una distorsión de la imagen que tiene de sí mismo, de su visión de mundo y de sus capacidades afectivas» 15. Esta confusión juega a veces en contra de la persona abusada a la hora de enfrentarse a los tribunales, y puede poner en duda si realmente ha habido un acto de violencia sexual o no.
En el camino de sanación, los supervivientes de abusos tendrán que vencer la confusión permitiendo que puedan aflorar recuerdos que pueden ser muy dolorosos. Aunque sea difícil, esto les ayudará a clarificar hechos y sentimientos. Escuchemos nuevamente a Estrella:
Empezaron a aparecer no ya recuerdos, sino imágenes nítidas, de mi primo encima de mí, de lo sucedido, que no las podía sacar… Esta fue una imagen cruda, yo no podía seguir; ahí ya accedí a la terapia: tengo fe, sé que Dios me puede sacar de esto, pero me doy cuenta de que necesito otro tipo de ayuda.
Cuando Estrella, siendo ya una joven universitaria, cuenta por primera vez su historia a su madre, recibe un dato muy interesante que la ayudará mucho en esta superación de la confusión:
Fue importante la conversación con mi madre, porque tuve otro punto de vista de lo que yo había visto. Un miembro de la familia, a quien quiero mucho, vio un día lo que me estaba haciendo mi agresor. Lo contó, pero no le creyeron, incluso le dieron una paliza por decir que inventaba mentiras. Esto es importante, porque Dios sí que intentó ayudarme. Hubo personas que sí habían intentado ayudarme, más allá de lo que consiguieron hacer. Que haya habido un testigo es importante, porque esto habla de que no fue un invento mío ni de mi imaginación.
5. La responsabilidad del ASI
La responsabilidad del ASI es siempre del abusador; esta afirmación no admite cuestionamiento alguno. La dependencia del niño es un elemento definitorio y necesario de la infancia, y los niños tienen derecho a vivirla siempre con confianza. La transgresión de este derecho especial constituye siempre un abuso. Esto es importante para desmitificar la idea de que fue la niña o el niño quien sedujo al abusador. En muchos tribunales, esta racionalización por parte del abusador persigue atenuar, cuando no excluir, la total responsabilidad del adulto. Este mito de la niña seductora o excesivamente cariñosa es inadmisible y falso. Es imprescindible que los acompañantes y agentes pastorales tengan siempre esto muy claro. He conocido de cerca casos en los que, cuando la víctima contaba su relato a su acompañante, lo que recibió de vuelta fue una intervención desubicada y cruel: «A lo mejor fuiste tú quien le provocaste». Obviamente, ahí se interrumpe cualquier posibilidad de una relación de ayuda constructiva. Hay que insistir: la responsabilidad es siempre del adulto. Tampoco es excusa para el abuso que el adulto tenga problemas conyugales y económicos, o que haya tenido traumas en su infancia, o que él mismo haya sido víctima de algún abuso, o que padezca alguna adicción, etc. Es verdad que todo lo anterior puede un ser factor facilitador del abuso, pero no por eso se niega la responsabilidad del abusador.
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