Después de pasar dos años trabajando en la escuela de secundaria San Francisco Javier, dediqué un año completo a estudiar el idioma bengalí, sin el cual la vida en Calcuta como sacerdote habría sido imposible. Dediqué toda mi energía y capacidad intelectual al estudio, y pronto me alegré de ello. Fue un trabajo duro al principio, y los primeros pasos fueron especialmente dolorosos. Pero después de un tiempo se volvió extremadamente gratificante. Poco a poco fui descubriendo el moderno idioma bengalí, del que el gran poeta y ganador del Premio Nobel de Literatura, Rabindranath Tagore, había sido su creador y su figura principal. Era muy gratificante poder leer gradualmente en su idioma original los poemas exquisitos y profundamente religiosos del padre del bengalí moderno, así como sus ensayos y tratados. Su inmensa producción literaria representa aún hoy el patrimonio cultural y religioso insuperable de la tierra bengalí y, de hecho, uno de los productos culturales y literarios más refinados de la rica herencia india. Quiero subrayar el hecho de que muchos de los poemas religiosos de Tagore, ya en la década de 1940, se utilizaban en la liturgia cristiana y se cantaban en las misas de la Iglesia católica por la inconfundible resonancia cristiana que evocaban. Todo esto, unido a la familiaridad con los poemas religiosos de otros santos bhakti hindúes, iba teniendo un cierto impacto en mí, y hacía que la pregunta fuera cada vez más apremiante: ¿cómo se relacionan todas estas riquezas y dones divinos con nuestra propia herencia cristiana? Me estaba preparando para emprender mis estudios teológicos.
–Se dirigió usted entonces a Kurseong, en el norte de Bengala, para comenzar sus estudios teológicos. ¿Cómo fueron esos años y qué recuerda de la vida allí?
–Sí, en enero de 1952 fui a nuestra Facultad de Teología Saint Mary’s College, en Kurseong, una pequeña ciudad en la ladera del Himalaya, situada a unos 2.000 metros de altura y a unos 500 kilómetros al norte de Calcuta. El sitio era, sencillamente, precioso. Desde nuestra casa, hacia el sur, veíamos la llanura de Bengala, que se extendía cientos de kilómetros cuando la visibilidad era clara; y hacia el norte teníamos una magnífica vista de las nieves eternas del Kinchinjunga, uno de los picos más altos y majestuosos de la cordillera del Himalaya. La ubicación, así pensábamos en esos días, era ideal para elevar nuestros pensamientos hacia valores inmortales a través del estudio de la teología. Más tarde, después del Concilio Vaticano II (1962-1965), la situación sería diferente, y parecería incongruente seguir pensando la fe que debíamos anunciar a las personas estando tan aislados del mundo. Nuestra Facultad teológica sería trasladada de las alturas de Kurseong al centro de Delhi, la capital de la India. El contraste no pudo haber sido mayor, pero nadie lo lamentó.
Mientras tanto comencé en serio mis estudios teológicos en Kurseong. El cuerpo estudiantil estaba formado por un centenar de escolares jesuitas, pertenecientes a todas las misiones jesuíticas de la India; en ese momento, la gran mayoría era todavía de nacionalidad extranjera. Los profesores también eran casi todos extranjeros, en su mayoría belgas. Eso cambiaría después por completo. Casi todos los profesores y estudiantes son ahora ciudadanos indios que pertenecen a las diferentes provincias jesuitas de la India, a las que se agregan algunos de otros países asiáticos; tanto los estudiantes como el claustro también están abiertos a no jesuitas. En aquellos días estábamos orgullosos de pertenecer al Saint Mary’s College, que era la primera y, en ese momento, la única Facultad eclesiástica en la India, además de ser el escolasticado de la Compañía de Jesús situado a más altura. El nivel académico de la Facultad se ajustaba a su prestigiosa ubicación. La Facultad teológica de Kurseong en aquellos días se comparaba con las Facultades de teología en Roma, París o cualquier otro lugar, por los rigurosos estudios académicos y la excelencia de la enseñanza impartida por los profesores. Recuerdo con especial gratitud al P. Joseph Putz, el decano de la Facultad, que se convirtió en perito del Concilio Vaticano II, que fue mi mentor –o como diría en términos indios, mi gurú–, de quien aprendí mucho, no solo de sus conocimientos, sino también de su apertura real al mundo, de la atención a la cultura circundante y a la situación concreta, y de su sincero deseo de una verdadera renovación de la teología. Finalmente fui destinado a ser su sucesor en la enseñanza de temas fundamentales de teología sistemática como son la cristología, la Trinidad y la eucaristía, así como un curso sobre teología de las religiones, que era entonces un tema muy nuevo. Hubo entre nosotros, profesores y estudiantes, mucha innovación en actividades académicas, incluida una «Academia india» a través de la que se hacían esfuerzos por relacionar nuestro estudio de la teología cristiana con las tradiciones religiosas indias. Fue un excelente entrenamiento para lo que vendría después.
–Usted fue ordenado sacerdote en Kurseong en 1954, ¿qué recuerda del día de su ordenación? ¿Viajó su familia para asistir a la ordenación? ¿Cuáles fueron sus sentimientos entonces?
–Fui ordenado sacerdote en Kurseong al final de mi tercer año de teología, el 21 de noviembre de 1954, por el arzobispo Ferdinand Perrier, SJ, de Calcuta. Mi padre no pudo asistir a mi ordenación debido a sus obligaciones profesionales, pero sí estuvieron mi hermana y un primo. Su presencia fue, por supuesto, una gran alegría y consuelo en esa ocasión única de mi ordenación sacerdotal, que para cualquier nuevo sacerdote marca lo que es quizá el hito más importante en su vida. La presencia de la familia era aún más apreciada porque esos largos viajes todavía eran algo excepcional por entonces. Después de la ordenación tuve la oportunidad de recorrer la India con mis invitados, haciéndoles descubrir algunos de los tesoros del patrimonio cultural indio. Quedaron grandemente impresionados y volvieron a casa con maravillosos recuerdos de un viaje único. Para mí también esta visita organizada a algunos de los sitios más sorprendentes de la antigua civilización india fue preciosa, haciéndome apreciar más profundamente los enormes tesoros de la humanidad encontrados en una civilización antigua, mucho más antigua en realidad que aquella de la que provenimos. Eso también ayudó a confirmar mi vocación a la India.
–Después de su ordenación continuó sus estudios de teología en la India y después se fue a Roma. Cuéntenos más sobre ese período.
–Terminé mi cuarto año de teología en Kurseong a finales de 1955. Ahora tenía una licenciatura en teología, y en adelante estaba destinado por mis superiores a realizar estudios de posgrado en teología con el fin de regresar a Kurseong para enseñar. Antes de continuar con los estudios de doctorado, sin embargo, fui a Hazaribagh, en Bihar, donde, bajo la dirección del P. Louis Schillebeeckx, hermano mayor del gran teólogo dominico Edward Schillebeeckx, hice mi tercera probación, una especie de tercer año de noviciado propio de los jesuitas hecho casi al final de la formación, destinado a profundizar en la vida espiritual y en la identidad jesuita y sacerdotal. Eso fue en 1956. A este siguió otro año de estudio en la Universidad de Calcuta para familiarizarme más profundamente con la filosofía india y las tradiciones religiosas indias. Los planes eran que fuera entonces a Roma para hacer mi doctorado. Solicité la ciudadanía india, en virtud de las leyes que acababan de ser votadas por el Parlamento indio. Eso me permitiría permanecer fuera de la India durante dos años completos, el mínimo requerido para completar mis estudios en Roma. El gobierno central de la India, sin embargo, no aceptó mi petición. Dado que, como extranjero, me permitían quedarme fuera de la India solo durante dieciocho meses sin que perdiera mi permiso de residencia permanente a mi regreso, primero fui al colegio De Nobili, en Poona, por entonces la segunda Facultad de teología jesuita en la India, donde, bajo la dirección del P. Joseph Neuner, otro gran teólogo que también fue perito durante en el Concilio, comencé a trabajar en el tema de mi tesis. Luego fui a Roma en septiembre de 1957 para continuar mi trabajo en la Universidad Gregoriana, donde obtuve el doctorado en teología a principios de febrero de 1959.
Читать дальше