1 ...8 9 10 12 13 14 ...22 En otra ocasión, el tema propuesto para la deliberación de los obispos en la Asamblea General de la Conferencia fue «La respuesta de la Iglesia a las necesidades apremiantes de la India». Esto fue en Mangalore, en enero de 1977. Una vez más se me pidió que pronunciara el discurso principal sobre un tema que, debo confesar, pensé que estaba más allá de mis capacidades. Traté de hacerlo lo mejor posible, señalando especialmente la necesidad de que la Iglesia ofreciera un testimonio de solidaridad con las clases pobres y deprimidas en un contexto como el de la India, para convertirse no simplemente en una Iglesia para los pobres, sino con los pobres y de los pobres. También hice hincapié en desarrollar un sentido de autosuficiencia y de dependencia de los recursos locales en lugar de seguir dependiendo principalmente de los fondos y la ayuda del exterior, una actitud perjudicial para el testimonio de la Iglesia local, así como para su autonomía legítima. Una vez más hice hincapié en la necesidad de avanzar con vigor y determinación con el programa de renovación presentado por el Concilio Vaticano II, especialmente en los campos de la liturgia, la participación de los laicos y la colegialidad en todos los niveles de la vida eclesial. Una vez más, la conferencia fue bien recibida por los obispos, quienes me encargaron la tarea de escribir, durante la noche de la víspera del último día de la reunión, las conclusiones que debían leerse y aprobarse a la mañana siguiente por los obispos, mientras ellos mismos iban esa tarde a la residencia del arzobispo de Mangalore a una recepción con cena, para celebrar el arduo trabajo realizado durante su reunión. Tanto la charla como las conclusiones fueron nuevamente publicadas en las actas de la Asamblea General de enero de 1977. Estos son solo algunos ejemplos, pero los elijo de entre las ocasiones que me dejaron una impresión más profunda.
Estar en Delhi abrió también nuevas oportunidades para asistir a importantes reuniones teológicas y a otras sesiones que durante esos años se multiplicaron y jugaron un papel importante en la renovación teológica iniciada por el Vaticano II. Se trataron temas como «Los ministerios en la Iglesia» o la comprensión cristiana de «Escrituras no bíblicas» o, nuevamente, «La Iglesia india en la lucha por una nueva sociedad». Había reuniones nacionales y seminarios celebrados en el Centro de Bangalore, exclusivamente para todo el subcontinente indio, y también otras reuniones más amplias, para toda Asia, patrocinadas por la Conferencia Episcopal India, entre otras, pero dentro del contexto de la Federación de Conferencias de Obispos Asiáticos (FABC). Estas reuniones hicieron mucho por introducir en las Iglesias india y asiática el espíritu de renovación conciliar, junto con la conciencia de ser Iglesias que ya no se limitan a «estar en» la India y Asia, sino a «ser de» la India y Asia. En lo que a mí concierne personalmente, me dieron la oportunidad de hacer mi pequeña contribución a esa conciencia creciente, como también de nutrir mi enseñanza teológica con la realidad presente en la escena india y asiática. Mi participación escrita durante esos años consistió principalmente en contribuciones a todas esas reuniones, así como en artículos sobre problemas eclesiásticos y teológicos actuales en nuestra revista The Clergy Monthly, más tarde llamada Vidyajyoti: Journal of Theological Reflection, de la que me convertí en editor asistente en 1973 y cuya dirección asumí desde marzo de 1977 hasta mayo de 1984.
Mi relación con los obispos indios también adoptó otra forma. Uno de los grandes temas en discusión en la India durante esos años fue la cuestión de la relación entre las diversas Iglesias individuales, la latina, la siro-malabar y la siro-malankar, con respecto a la jurisdicción territorial. La Iglesia latina estaba presente en toda la India, mientras que la jurisdicción territorial de las otras dos Iglesias se limitaba casi por completo al Estado de Kerala. Las dos Iglesias orientales reclamaban el derecho a evangelizar y abrir diócesis en los territorios pertenecientes a la Iglesia latina; los obispos latinos tenían fuertes reservas contra tal práctica, que multiplicaría los casos de doble jurisdicción en todas partes del país, una práctica que parecía contradecir incluso la antigua tradición de Oriente, como admitió el mismo patriarca Atenágoras. ¡Dos obispos en el mismo territorio habían sido comparados por la antigua tradición con dos gallos en el mismo montón de estiércol! La cuestión fue históricamente muy compleja y los sentimientos acumulados la hicieron aún más delicada. Personalmente no me sentía preparado para involucrarme en este asunto tan difícil, especialmente como extranjero. Sin embargo, se me pidió, en nombre de los obispos latinos, que acompañara a los representantes del lado latino y los ayudara en algunas reuniones que tuvieron lugar en el seminario regional de Bombay de Goregaon, para discutir el asunto y tratar de llegar a un acuerdo. Estas reuniones, aunque corteses, fueron tensas. Se llevaron a cabo dentro de un pequeño grupo de obispos que representaban a los tres lados, con un número aún más limitado de expertos por cada lado. Pensé que la discreción por mi parte era necesaria durante estas reuniones. A pesar de esto, más tarde se me pidió que escribiera, en nombre de los obispos latinos y con la ayuda de otro teólogo de la Iglesia latina, el P. Félix Wilfred, un largo memorándum destinado a ser enviado directamente al papa, en donde el punto de vista de los obispos latinos sobre este espinoso asunto fuera expuesto extensamente. La solución recomendada en el informe fue muy visionaria. Sugirió que la única solución para el problema consistiría en la creación de un rito indio, común a las tres Iglesias individuales, y, por supuesto, abierto a una mayor adaptación a las tradiciones locales culturales, lingüísticas o de otro tipo. Por un lado, las diferencias locales debían tomarse seriamente en consideración y las largas tradiciones de las Iglesias individuales habían de ser plenamente reconocidas; por otro, las tres Iglesias individuales deberían dar prioridad a la vocación común de llegar a ser, juntas, la Iglesia de la India, a través de la comunión y la cooperación. La solución propuesta implicaba sacrificios por parte de todos, aun cuando no todos estaban preparados para poder asumirla. Tampoco se pensó en si la autoridad central en Roma estaría bien dispuesta a esta solución. Lo que sucedió es que a las Iglesias orientales se les concedió su solicitud de crear diócesis en los territorios latinos, con los correspondientes problemas humanos y estructurales. El universalismo y el particularismo son difíciles de combinar.
–También se convirtió en consultor de la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia. ¿Cómo se llegó a esto? ¿Cuáles fueron los puntos altos y bajos de este trabajo? ¿Qué recuerdos conserva de este período?
–La Federación de Conferencias Episcopales Asiáticas fue creada en 1970 y celebró su primera asamblea plenaria en Taipei, Taiwán, en 1974. Esta asamblea produjo un importante documento sobre la evangelización en el continente asiático que fue enviado a Roma como preparación para el Sínodo de obispos de 1974. Tuve el privilegio de acompañar al arzobispo –más tarde cardenal– Lawrence Picachy, de Calcuta, como su secretario durante el Sínodo, en el que actuó como uno de los delegados del presidente. El Sínodo de obispos de 1974 ha sido, en mi opinión, el más interesante de todos los Sínodos de los obispos en Roma después del Concilio. Me atrevo a decir esto porque estuve presente en cada uno de los sínodos siguientes, tres en total. Uno de ellos fue el Sínodo extraordinario de obispos de 1985, convocado por el papa Juan Pablo II para celebrar los veinte años de la clausura del Concilio Vaticano II, ocurrido en 1965. Para entonces ya me habían destinado a Roma, a la Universidad Gregoriana.
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