Jorge Panesi - La seducción de los relatos

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"Cuando la narración retrocede frente a la inenarrable experiencia, los intelectuales proveen relatos y contrarrelatos. Los políticos enarbolan estadísticas y porcentajes, que son la nada misma si no se insertan en una narración que los haga consumibles. Por eso el título La seducción de los relatos, por la seducción que, consciente o inconscientemente, los medios masivos, la cultura y la política en general tienen por el relato literario, pero también la seducción de la literatura y de la crítica por insertar sus narrativas en un contexto de difusión más amplio". (Del prólogo del libro).
Con una mirada sumamente aguda, producto de una invisible confabulación urdida a lo largo de cincuenta años entre la enseñanza, la escritura y la lectura, Jorge Panesi analiza las polémicas y discusiones ocurridas durante los últimos tiempos en el contexto político y vital del siglo XXI.
La seducción de los relatos es un libro imprescindible para reflexionar sobre los nuevos alcances y significaciones del binomio «literatura y política», y un aporte fundamental y esperado de uno de los críticos más originales de la Argentina.

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18Jacques Derrida, L’Université sans condition, París, Galilée, 2001. Traducción: Universidad sin condición , Madrid, Trotta, 2002.

19Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingency, Hegemony, Universality: Contemporary Dialogues on the Left , Nueva York-Londres, Verso, 2000. Traducción: Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011.

20Beatriz Sarlo, La pasión y la excepción , Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

21Ibíd.

22Ibíd., p. 11.

23Ibíd., p. 172.

24Ibíd., p. 229.

3. LOS QUE SE VAN, LOS QUE SE QUEDAN

(APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA CRÍTICA ARGENTINA)

“Los que se van, los que se quedan”. Dicho así parece que se quisiera hablar dramáticamente acerca de una oposición, una determinación o una elección que realizan o padecen los sujetos, en este caso, los críticos literarios y los escritores. Pero la frase resuena en varios contextos históricos de la literatura argentina, y también en el nuestro. El recuerdo vivo o transmitido son responsables de que se lea solamente un drama de vida y muerte en lo que bien pudiera ser, como ocurre en la actualidad y a partir de cierto momento, la condición misma, el modo de funcionamiento de las instituciones críticas que, sin dejar de estar ancladas y territorializadas, aparecen a la vez como eléctricamente movidas por un afán de atravesar fronteras, de salir del aislamiento académico para aliarse con otros aislamientos tras la ilusión de un módico universalismo disciplinar. Fluidez del intercambio, porosidad de una idiosincrasia que se abre a los particularismos ajenos, pero también un nuevo modo de producir crítica literaria, un nuevo objeto para ese discurso, un nuevo sujeto culturalmente descentrado, y un nuevo mercado de trabajo temporario en las metrópolis.

Se me dirá: no descubre nada nuevo, y además ignora la reciente historia criminal de las instituciones argentinas, que realmente separó a los intelectuales (y no solamente a ellos) entre los que se iban o se quedaban, como si hubiese existido alguna elección posible ante el Estado militar que aherrojó vidas y fronteras. No lo olvido: todo queda de algún modo inscripto, no de una sola manera, sino en varios lenguajes, en variadas codificaciones no totalmente disponibles, ni legibles; por ejemplo, en el título de mi exposición, que les habrá recordado a muchos una experiencia de vida, y a otros más jóvenes, el recuerdo de un recuerdo ajeno o la memoria de un capítulo leído de la literatura argentina. El “quedarse” o “irse” aplicado a intelectuales y escritores pertenece, desde luego, y sobre todo, al contexto inmediato de la restitución democrática, y más específicamente a diciembre de 1984, cuando tuvo lugar, “extramuros”, más allá de las fronteras argentinas, el “coloquio de Maryland”, como si ya entonces, para hablar del oprobioso pasado de la cultura durante la última dictadura militar, nadie pudiera hacerlo quedándose, sino yéndose, y como si, en una involuntaria repetición mimética, las enfrentadas tesis del encuentro y los contendores mismos ensayaran, con el descentramiento de un viaje hacia Washington, capital del Imperio, una inadvertida e imposible síntesis. Es lo que dirá el organizador del encuentro, Saúl Sosnowski, en el prólogo de la compilación de los trabajos presentados en el campus de Maryland. Sosnowski había intentado organizar el Congreso en Argentina, pero

me decían [que] no se iban a sentar alrededor de una misma mesa los que se habían enfrentado desde las palabras y acciones con avenidas, ríos u océanos mediante. El retorno de la democracia no era entonces lo suficientemente auspicioso para entablar el diálogo de las diferencias. Cabía, pues, abandonar el proyecto. O trasladarlo al exterior. 25

Y lo que se traslada o traspasa al exterior, esto es, a la inscripción pública de un debate crítico, es ya la huella, en 1984, de otras inscripciones polémicas del irse o del quedarse, del exilio interior y del exilio exterior, dichas entre mordazas de censura, autocensura, y mala fe, y que fueron arrojadas a través de esos mismos océanos en plena dictadura. Me refiero a lo que vuelve a Maryland como sacado de las cavernas de la represión: un insidioso artículo de Luis Gregorich publicado en Clarín en 1981, “La literatura dividida”, 26y a la polémica que mantuvieron entre 1980 y 1981 Julio Cortázar y Liliana Heker a propósito del exilio. Son suspicacias y huellas ignominiosas las que recaen sobre los dos más grandes “sospechosos” de colaboracionismo entre “los que se quedaron”, Gregorich y Heker (claramente es lo que sostiene en Maryland, ácidamente y sin concesiones, Osvaldo Bayer en su virulenta acusación que alcanza también a dos ausentes, Abelardo Castillo y al ubicuo narciso camaleónico de Ernesto Sabato). 27Si algunos congresistas se ven obligados al largo rodeo de una historia que comienza en el siglo XIX (es el discurso, a partir de posturas ideológicas diferentes, de Tulio Halperín Donghi y de Juan Pablo Feinmann), en cambio, Heker y Gregorich, presentes en Maryland, se empeñan en el pormenorizado rodeo defensivo y la autojustificación. Gregorich se justifica por haber dirigido el suplemento cultural del diario La Opinión entre 1975 y 1979. Involuntariamente evoca el ambiente de genuflexión periodística cuando admite agradecido: “[…] debo decir que fui tratado con absoluta corrección por los tres interventores militares que tuvo sucesivamente el diario”, y se ufana por haber sido una especie de campeón del progresismo y de las luces:

[…] pude conservar la orientación progresista y plural de sus colaboradores y contenidos. Era toda una ironía que el suplemento de un diario intervenido fuera el único en incluir ciertos nombres y en referirse a determinados temas. 28

Pero es el artículo aparecido en Clarín , “La literatura dividida”, 29el centro de su defensa, porque ha sido el que causó mayor indignación entre “los que se fueron”, los exiliados, según consta en las intervenciones de Bayer y de Juan Carlos Martini. 30Decía allí Gregorich:

Después de todo, ¿cuáles son los escritores importantes exiliados? Julio Cortázar, pero su exilio no data de 1976, sino de más de un cuarto de siglo atrás. […] ¿Qué será ahora, qué está siendo ya de los que se fueron? Separados de las fuentes de su arte, cada vez menos protegidos por ideologías omnicomprensivas, enfrentados a un mundo que ofrece pocas esperanzas heroicas, ¿qué harán, cómo escribirán los que no escuchan las voces de su pueblo ni respiran sus penas y alivios? Puede pronosticarse que pasarán de la indignación a la melancolía, de la desesperación a la nostalgia, y que sus libros sufrirán inexorablemente, una vez agotado el tesoro de la memoria, por un alejamiento cada vez menos tolerable. Sus textos, desprovistos de lectores y de sentido, recorrerán un arco que empezará elevándose en el orgullo y la certeza y que terminará abatido en la insignificancia y la duda. 31

Leído benévolamente, ya sea en el contexto de autodefensa que le impone Gregorich, como en el contexto general de miedo y persecución apenas atenuado en 1981, “La literatura dividida” no sorprende tanto por el supuesto heroísmo de citar nombres prohibidos (Rodolfo Walsh, Haroldo Conti), sino por la vacuidad sospechosa de sus argumentos y rechazos: el éxito de Jorge Asís (por su novela Flores robadas en los jardines de Quilmes ) es menoscabado, dice Gregorich, en artículos “escritos por especialistas en formalismo ruso y crítica estructural”, e inopinadamente nos habla de una “narrativa determinada por el mito del lenguaje”. 32No sabemos qué cosa sería ese “mito del lenguaje” que él postula para cierta narrativa argentina, pero con la ventaja que el tiempo agrega a la lectura de sus palabras, presentimos que ya en 1984, Luis Gregorich atrasa. En el plano estético, por supuesto, pero desde el punto de vista de las instituciones críticas, su discurso relleno con todos los tics del periodismo señala el último capítulo de la hegemonía que tuvo este tipo de crítica en la valoración de la literatura, para dar paso a lo que Gregorich desdeña y teme, la especialización tecnocrática del discurso académico, que se impondrá definitivamente cuando muchos de los críticos que se fueron, junto con otros que aquí permanecían lejos de la enseñanza o habían interrumpido sus carreras, cimenten el predominio posterior del discurso universitario.

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