Jorge Panesi - La seducción de los relatos

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"Cuando la narración retrocede frente a la inenarrable experiencia, los intelectuales proveen relatos y contrarrelatos. Los políticos enarbolan estadísticas y porcentajes, que son la nada misma si no se insertan en una narración que los haga consumibles. Por eso el título La seducción de los relatos, por la seducción que, consciente o inconscientemente, los medios masivos, la cultura y la política en general tienen por el relato literario, pero también la seducción de la literatura y de la crítica por insertar sus narrativas en un contexto de difusión más amplio". (Del prólogo del libro).
Con una mirada sumamente aguda, producto de una invisible confabulación urdida a lo largo de cincuenta años entre la enseñanza, la escritura y la lectura, Jorge Panesi analiza las polémicas y discusiones ocurridas durante los últimos tiempos en el contexto político y vital del siglo XXI.
La seducción de los relatos es un libro imprescindible para reflexionar sobre los nuevos alcances y significaciones del binomio «literatura y política», y un aporte fundamental y esperado de uno de los críticos más originales de la Argentina.

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27Osvaldo Bayer, “Pequeño recordatorio para un país sin memoria”, en Sosnowski, ob. cit., pp. 203-227.

28Luis Gregorich, en Sosnowski, ob. cit., pp. 121-124. Juan Carlos Martini, “Especificidad, alusiones y saber de una escritura”, en Sosnowski, ob. cit., p. 26. Gregorich, en Sosnowski, ob. cit. , p. 114.

29Gregorich, en Sosnowski, ob. cit., pp. 121-124.

30Juan Carlos Martini, “Especificidad, alusiones y saber de una escritura”, en Sosnowski, ob. cit., pp. 125-131.

31Gregorich, en Sosnowski, ob. cit., pp. 121 y 123.

32Ibíd., pp. 117 y 128.

33Alberto Giordano, “Cortázar y la denegación de la polémica”, en Modos del ensayo. De Borges a Piglia , Rosario, Beatriz Viterbo, 2005.

34Liliana Heker, “Los intelectuales ante la instancia del exilio: militancia y creación”, en Sosnowski, ob. cit., p. 196.

35 Cuadernos Hispanoamericanos , núm. 517-519, ob. cit., p. 599.

36Beatriz Sarlo, “El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado”, en Sosnowski, ob. cit., pp. 95-107.

37José Luis de Diego estudia los vaivenes y caídas en la valoración de Julio Cortázar en “De los setenta a los ochenta: La curva descendente en la valoración crítica de Cortázar”, en La verdad sospechosa. Ensayos sobre literatura argentina y teoría literaria , La Plata, Ediciones Al Margen, 2006.

38Lo expresa con claridad Saúl Sosnowski: “Llegar a Maryland marcaba entonces el primer acto de voluntad para discutir y, por supuesto, para oír las voces del disenso tanto dentro del marco más formal de las reuniones como en los interludios de los pasillos”, en Sosnowski, “Introducción”, ob. cit., p. 8.

39Sarlo, en Sosnowski, ob. cit., p. 101.

40María Teresa Gramuglio, “Tres novelas argentinas”, en Punto de Vista , año IV, núm. 13, noviembre de 1981, pp. 13-16. Las tres novelas son: No habrá más penas ni olvido de Osvaldo Soriano, La vida entera de Juan Carlos Martini, y A las 20:25, la señora entró en la inmortalidad de Mario Szichman.

41Ibíd., p. 16.

42Ibíd., p. 16.

43Raúl Beceyro, “Los que se van y los que se quedan”, en Punto de Vista , año XIV, núm. 41, diciembre de 1991, pp. 15-17. Beatriz Sarlo, por su parte, cree que las principales determinaciones del campo literario estaban ya configuradas antes de la escisión: “Sin embargo, lo que comenzaba a suceder en el inicio de los setenta no se interrumpió: la crítica al realismo de la representación, la difusión de nuevas teorías sobre la literatura, la llegada de Benjamin y los formalistas rusos, el uso estético y vanguardista de Lacan o de la teoría marxista continuaron pese a la dificultad de conseguir los textos en condiciones de persecución y clausura. De manera paradójica pero explicable, la gloria póstuma de Borges, su reinado, se estableció y se generalizó bajo los militares y, sin sobresaltos, se consolidó durante la transición democrática. Lo que se discutió en arte y literatura a la salida de la dictadura responde a un campo de problemas que no se inscribe en una nueva conversación, sino que se dibujó a fines de los setenta, cuando no antes”, Beatriz Sarlo, “La ficción, antes y después de 1976”, en Ñ (18/03/2006).

44David Viñas, De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos a USA , Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

45Alberto Giordano, El giro autobiográfico de la literatura argentina actual , Buenos Aires, Mansalva, 2008.

46Sylvia Molloy y Mariano Siskind (eds.), Poéticas de la distancia. Adentro y afuera de la literatura argentina , Buenos Aires, Norma, 2006.

47Ibíd., p. 12.

48Álvaro Fernández Bravo, Florencia Garramuño y Saúl Sosnowski (eds.), Sujetos en tránsito: (in)migración, exilio y diáspora en la cultura latinoamericana , Buenos Aires, Alianza, 2003.

49Walter Mignolo, “Human Understanding and (Latin)American Interest. The politics and Sensibilities of Geohistorical Locations”, en Henry Schwarz y Sangeeta Ray (eds.), A Companion to Postcolonial Studies , Londres, Blackwell, 2005, pp. 180-202.

50“Josefina Ludmer. Los tonos antinacionales del presente”, entrevista de Diego Peller, en Otra Parte , núm. 18, primavera 2009, p. 70.

51José Luis de Diego, ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986) , La Plata, Al Margen, 2001.

52Una discusión de este tema se encuentra en Peter C. Herman (ed.), Historicizing Theory , Nueva York, State University of New York Press, 2004.

53“ El Ornitorrinco , dictadura y campo intelectual”, y Alejandro Horowicz, “Rupturas y silencios”, en Contraeditorial , año 88, núm. 16, septiembre de 2009, pp. 48-49.

4. DISCUSIÓN CON VARIAS VOCES: INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UNA TESIS 54

El diálogo que me propongo o el diálogo propuesto es, en principio, con la voz de Miguel Dalmaroni, que interviene con marcado sesgo teórico en la amable polémica entre Martín Kohan y Sandra Contreras, a propósito de la obsolescencia del llamado “corpus de autor”. 55Muchas voces resuenan –me digo– en la capilla: señal de que se ha formado un coro, vale decir, el inquieto convencimiento profesional (el asunto aquí no es literario, ni tampoco crítico, sino profesional) de una perspectiva hegemónica relativamente novedosa que podría cambiar paradigmáticamente el modo de hacer y conocer de la crítica argentina. Y reconozco un primer mérito en la intervención de Dalmaroni: encuadrar precisamente el problema del corpus en un contexto profesional (aunque no haya querido desarrollar lo que apunta, y abandonara la cuestión a una nota con sesgos irónicos y festivos). Uso la palabra “profesional” en el sentido que le otorgó Stanley Fish, 56pues como observa muy bien Sandra Contreras, la insistencia para que la crítica literaria abandone el “corpus de autor” proviene del ámbito académico estadounidense, el mismo en el que escribe y piensa Fish. Por cierto, en él la preocupación por el corpus está ausente, pero no la relación (o la falta de ella) entre el discurso crítico y la acción política. Para Fish, los críticos que postulan “anti-profesionalmente” una conexión con la política se equivocan, porque las “comunidades interpretativas” son algo así como mónadas institucionales con sus propios juegos de lenguaje, procedimientos, reglas, protocolos, discusiones especializadas y sistemas de autovalidación y legitimación. Por lo tanto, la postura política de los participantes queda esquizofrénicamente al margen de estos juegos de lenguaje, y su voluntad de transformación es apenas un espejismo:

I shall be questioning the possibility of transforming literary study so that it is more immediately engaged with the political issues that are today so urgent: issues of oppression, racism, terrorism, violence against women and homosexuals, cultural imperialism, and so on. […]

The literary critic as I imagine him is anything but an organic intellectual in the Gramscian sense; instead he is a specialist defined and limited by the traditions of his craft, and it is a condition of his labours, at least as they are exerted in the United States, that he remain distanced from any effort to work changes in the structure of society. 57

Se me dirá que los contextos y las historias del mundo académico estadounidense y argentino son diferentes, hasta opuestos. 58Sin duda, porque la impronta determinante en la crítica argentina ha sido siempre la del compromiso político o la imbricación inmediata o mediada respecto de la política (por lo menos hasta 1984). ¿Estamos entonces en el vestíbulo de esa profesionalización que defiende Fish? ¿O estamos de lleno metidos en ella? Porque, planteada de una manera metodológica, epistemológica o gnoseológica, como sucede en esta discusión, la respuesta a la última pregunta debería ser ineluctablemente afirmativa. Podría objetarse también la aparentemente caprichosa delimitación histórica que he utilizado (“1984”), pero resulta indiscutible que hasta esa fecha las conexiones entre la crítica literaria académica y la política cultural son estrechas, aun si en los interregnos del onganiato y del llamado “Proceso”, los críticos conforman una suerte de exiliada resistencia que se opone tanto al estéril e incoloro discurso académico como a las políticas del Estado dictatorial. Sería por demás redundante insistir en ese otro interregno eufórico (con un sentido contrario a los anteriores) que se instaló en los claustros hacia 1973, por el cual pedagogía universitaria, transformación ideológica y participación política se aunaron en un momento fugaz de ilusiones rápidamente perdidas. 59Sin embargo, desde una lógica estrictamente institucional, los interregnos de uno u otro signo pueden verse como un proceso político que irrumpe en, e interrumpe, un desarrollo de autónoma modernización (también de “profesionalización” de la crítica académica en el sentido de Fish) ya comenzado en la década de los años cincuenta, momento que se erige posteriormente como un obligado referente de continuidad, cuando la institución universitaria debe volver a pensarse a sí misma dentro del contexto de la restauración democrática (1984). El golpe militar de 1966 interrumpe ese proceso de modernización: basta pensar en la Universidad de Buenos Aires, en la que muchos profesores que ocupaban un lugar de reconocimiento en el campo de la crítica literaria renuncian a sus cargos con un gesto político de protesta (que también es un gesto de defensa de la autonomía universitaria) frente a la dictadura. Es como si la lógica institucional de la democracia previera o determinara el juego de autonomía profesional al que nos estamos refiriendo, una lógica que, por una parte, deja que el discurso universitario se reproduzca a sí mismo sin regla de imposición alguna, pero que, por otra, le hace pagar la generosa libertad con el aislamiento de un sistema que se autorrepliega en un ilimitado juego de expertos sujetos a la carrera profesional. 60Con esto no quiero decir que la política se retirara a partir de 1984 de los claustros, dejándolos en la asepsia indolora de su propia reproducción. Todo lo contrario: alcanzaría con recordar la hegemonía que en la Universidad de Buenos Aires y en otras universidades nacionales alcanzó la Franja Morada, avanzada del partido radical en el gobierno, o luego los embates del menemismo para quebrar y desterrar esa hegemonía. En la universidad, los partidos políticos encontraron un lugar de reclutamiento de “cuadros”, al mismo tiempo que un campo de entrenamiento político incipiente de esos mismos “cuadros”. Pero esta lógica de injerencia política, este entrecruzamiento de funciones y esta lucha por el poder que busca prolongar en todos los campos su hegemonía son sentidos por los expertos universitarios como una alteración enrarecida de los propios mecanismos de reproducción y validación, más allá de la conducta oportunista de connivencia con el establishment de la que muchos de los agentes pudieran hacer gala. Como si también esta tensión entre el poder político y la autonomía, en la fragilidad de sus fronteras, estuviera prefigurada en el funcionamiento democrático de las instituciones. Recuerdo estos puntos obvios porque me parece que encuadran necesariamente una discusión que, solo si se olvida la historia de nuestra vida académica, puede calificarse de “banal”. No lo es, como sugiere Dalmaroni, pero por motivos diferentes. Lo que aquí está en juego es el parámetro dominante por el que la institución universitaria otorga a sus miembros la validación de un saber demostrado en investigaciones que se miden según el consenso más o menos mudable, más o menos estable en muchos de sus protocolos. El consenso que en la jerárquica institución universitaria tiene el privilegio de decidir qué tipo de saberes, de metodologías teóricas y críticas, y qué tipo de corpus son los válidos académicamente, es el que impera en los “estamentos superiores”, vale decir, entre los más veteranos, entre aquellos que forman los jurados de tesis. En este sentido, la discusión acerca del corpus es una discusión estrictamente profesional. O si se quiere, de estricta política académica. Porque, en el fondo, lo que aquí se discute es también la validez de trabajos de investigación emprendidos para defender una tesis doctoral. Por supuesto, para que una discusión académica sea relevante, además de repercutir en los sistemas por los que evalúa a sus miembros, debe poner en juego la eficacia relativa de los procedimientos y examinarlos desde un punto de vista cognoscitivo: las ventajas, los “avances”, las nuevas perspectivas que abren a la investigación de la crítica universitaria en contra de otras consideradas perimidas o a punto de perder vigencia en el consenso general. De eso se trata esta discusión crítica: de dos aspectos unidos inextricablemente, de los que he elegido subrayar el institucional, pues las reglas y las normas de las instituciones (en eso consiste su eficacia) se incorporan férreamente, y más que reflexionarlas, se actúan como si siempre estuvieran en un conato de olvido. Pero es un semi-olvido o un olvido aparente, aun en esta discusión sobre los corpus. Quien las recuerda irónicamente es Miguel Dalmaroni:

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