[…] es esta invención que adopta la forma de una aceleración hacia delante, la que la vuelve interesante –yo diría: inclusive literaria o artísticamente interesante que la literatura sea cosa del pasado–. 76
A propósito de esta ocurrencia de Sandra Contreras, podríamos no ya preguntar qué es un autor, sino qué clase de autor es un crítico, qué es un autor cuando se trata de un crítico. Habría varias respuestas: el crítico es un autor que siempre responde (a otro autor, a otro crítico, a variadas solicitaciones de su cultura); su escritura es una respuesta, porque escribe sobre otro texto, sobre otra firma y lo “contra-firma”; pero también y desde el funcionamiento cultural, un crítico se convierte en autor cuando aparece en los medios.
Las distinciones teóricas que establece Miguel Dalmaroni son instrumentos útiles y claramente reflexionados para meditar con mayor rigor el trabajo sobre los corpus , pero en la medida en que por una u otra razón histórica, ese suelo las legitima a todas (con excepción, quizá, del “corpus crítico” hiper-construido del que se toman distancias y prevenciones), 77cabe preguntarse por la disputa institucional –si es que existe tal polémica inconciliablemente establecida–. La respuesta de Dalmaroni sería doble: por una parte, las instituciones académicas argentinas son más benevolentes a la hora de juzgar y de seleccionar a sus miembros, por lo tanto, el problema del corpus solo tiene una dimensión epistemológica o de práctica crítica. 78Por otra parte, la dicotomía en forma de polémica (“corpus de autor” versus “corpus crítico”) restringe los posibles críticos, con el peligro intrínseco de entrañar un dogmatismo metodológico. Por mi parte, añadiría que desde un dogmatismo enarbolado en la comunidad crítica a un dogmatismo institucional –como lo prueban los años del estructuralismo en Francia–, no hay demasiado 79trecho. Es trivial decirlo: la hegemonía institucional de los procedimientos críticos depende de una pugna de fuerzas cuyo resultado se nos aparece hoy como un azar histórico.
Segundo punto : la totalidad y la tentación de los grandes relatos. Martín Kohan insiste en la “vocación de totalidad” que impregna los propósitos explicativos en las lecturas sobre el corpus de un autor; la llama “una vuelta”, esto es, un retroceso en las prácticas críticas, un retroceso hacia las “lecturas modernas”, que también implicarían la apelación a los grandes relatos como explicación última (el psicoanálisis para Premat, las vanguardias históricas para Contreras). No me parece que la insistencia en las totalidades sea una exclusividad de los corpus de autor; hay ostensiblemente una vocación totalizante en muchas construcciones culturalistas, quizá porque la crítica literaria académica sea hija de los sistemas, sistemática por naturaleza. Cuando todavía era un work in progress mostré para lo que sería luego El cuerpo del delito ese afán sistemático de Josefina Ludmer y sus esfuerzos anárquicos por desequilibrarlo. 80Y en estos tipos de corpus crítico , al revés de lo que piensa Kohan, la tentación de la totalidad se hace presente a cada paso, insiste. Como creo que insiste, a pesar del convincente desmontaje que realiza del relato mítico de San Martín, aunque más no sea en la fascinación por un objeto “total” que ocupa, en el relato del propio Kohan, todas las posiciones culturales posibles. Pero existe otra totalidad para la crítica argentina que se muestra como una atracción, y hasta como una instigación: un conjunto virtual o fantasmático, cuyo relato intenta como si se tratara de un imperativo en el que mide sus fuerzas, y del que vuelve a trazar la silueta de una totalidad explicativa que, a la vez, debe ser explicada: la literatura argentina como totalidad a trazar, o más bien, la tentación de escribir una (otra) “historia de la literatura argentina”. Es ese su relato privilegiado, su relato total, en parte porque la literatura argentina, en la versión académica, nació con Rojas al mismo tiempo que escribía su historia. La vocación historicista de la crítica argentina. La reciente tentación de Martín Prieto 81muestra otra manera por la que, entre nosotros, un crítico se vuelve autor: firmando el corpus total y virtual de la literatura argentina con su nombre, y también con el anonimato esencial –el mismo de Foucault– que implica la herencia crítica de la tradición, y las discusiones críticas contemporáneas que van más allá de uno o muchos nombres. Las historias de la literatura argentina no son tanto el sesgado relato de una totalidad, sino más bien un estado recapitulativo de la propia crítica acerca de sí misma, un espejo que le devuelve diferentes caras en el intento de sintetizar en una sola narración los múltiples relatos que la constituyen. Si todos parecen compartir la convicción de que el relato es parte de la forma cognoscitiva de la crítica, y de que el discurso crítico adhiere a alguna narrativa posible, por su parte, los críticos “culturalistas” acercan sus relatos hacia una perspectiva que intenta integrar saberes recogidos en otros campos, con el afán de intervenir desde un lugar que funciona como un comodín lábil, escurridizo, pero efectivo, en los debates culturales. Al margen o en los intersticios disciplinarios, parecen hacer valer sus herramientas en los silencios, en los huecos de las otras disciplinas. Es lo que hace Martín Kohan con su Narrar a San Martín respecto de la historia:
No son las preguntas que la historia le dirige al pasado, acerca de lo que pasó y sus razones, tampoco son las preguntas que la historiografía le dirige a la historia […]. Son más bien las preguntas que la crítica literaria puede hacerle a cualquier texto narrativo, así sea un texto de historia. 82
Como se puede apreciar, al debatir el problema de los corpus, la crítica literaria, ya sea que se repliegue en los territorios donde se ha afirmado tradicionalmente, ya sea que intente la expansión diversificada partiendo de sus cuestiones específicas, en realidad se pregunta algo más. Se pregunta por la razón y por el destino de su cuerpo, de sus cuerpos, entre los cuales, claro está, figura la pregunta por la reproducción institucional, el interrogante acerca de su cuerpo mismo.
54La polémica giraba en torno de la caducidad o no de la categoría de autor en las tesis doctorales. Josefina Ludmer y Martín Kohan atacaban esa manera tradicional de encarar una investigación literaria (el autor y su obra), a favor de investigaciones de alcance más amplio que superaran la centralidad del concepto de autor (ampliamente criticada por Barthes, Foucault y Derrida). En cambio, Miguel Dalmaroni y Sandra Contreras defendían la posibilidad de que dedicarse a estudiar la obra de un autor podía ser un modo legítimo de producir conocimiento, más allá de las objeciones que desde la teoría literaria se hicieron tanto al concepto de “autor” como de “obra”.
55Las voces son las de: Miguel Dalmaroni, “Historia literaria y corpus crítico (aproximaciones williamsianas y un caso argentino)”, en Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria , núm. 12, diciembre de 2005; Martín Kohan, “Dos recientes lecturas modernas”, en Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria , núm. 11, diciembre de 2003, pp. 81-84; y Sandra Contreras, “Intervención”, Ibíd., pp. 85-93. Pero por alusiones y presencias hay muchas otras.
56Stanley Fish, Professional Correctness. Literary Studies and Political Change , Oxford, Clarendon Press, 1995. Sobre este debate (profesionalismo versus anti-profesionalismo), ver también del mismo Fish, Doing What Comes Naturally. Change, Rhetoric, and the Practice of Theory in Literary and Legal Studies , Oxford, Clarendon Press, 1989.
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