La tercera parte es la que anuncia el cuaderno a través de su lectura crítica. Sin duda, quienes lean este estudio conocerán a Caicedo y tendrán sumo interés en ¡Que viva la música!, pero justamente, y por eso mismo, corremos el peligro de una lectura que busque confirmar lo que ya se sabía antes de encontrar la reliquia. Hasta el momento, el investigador nos ha enseñado lo que no debe hacerse con manuscritos, pero es en la lectura minuciosa de las huellas dejadas durante la creación donde puede verse la productividad del enfoque. No hay casi novedades, pero en el casi se juega una diferencia que se mide en su singularidad inconmensurable, es decir, imposible de medir. Lo que esperábamos está, pero es un poco más complejo de lo que se ha dicho hasta el momento. Y las sorpresas aparecen, acaso algún o alguna lectora encuentren la confirmación de una sospecha, acaso la desmentida, o lo que no se esperaban.
Y finalmente el cuaderno. Solo diré que también hay acá una suerte de guía sobre qué hacer con un hallazgo tal, a fin de comunicarlo en su complejidad para permitir una lectura fluida que deje ver las capas superpuestas de su escritura. No hay una solución única, pero la que encontró Andrés Felipe Escovar, sin ninguna duda, funciona como una llave al mundo de Caicedo, como la posibilidad de acercarnos al cuaderno en su realidad textual, dejando otras dimensiones para las imágenes y para quien pueda acudir a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.
Para terminar, una referencia personal, ya que mi nombre aparece con generosidad en el libro. Recuerdo al estudiante colombiano que me planteó su inquietud en un aula de la Universidad de Buenos Aires, recuerdo muchas reuniones virtuales y visitas reales siempre acompañadas del esperado auténtico café, y me encuentro en las páginas del libro con un colega que ya forma parte de la nueva crítica genética latinoamericana.
Introducción
En una carta del 26 de octubre de 1973, Andrés Caicedo escribió a su destinatario: “No vayas a creer, cielos, que Cali es una especie de Macondo. En primer lugar mi ciudad queda hacia la costa occidental, y el tal Macondo es la costa norte: el mar de allá es azul, el mío es negro”. 1La salsa, al enclavarse en una ciudad que no pertenece al Caribe, lo enrarece y desplaza la imagen límpida que buscó caracterizar García Márquez en sus trabajos ficcionales; el gris del Pacífico prolonga la sombra de lo citadino y, más exactamente, de una ciudad que crece como un tumor al compás del percutir de los taladros y las grúas que levantan nuevos edificios.
La autoconciencia de Caicedo sobre la posición de su escritura en el panorama literario de Colombia se consolidó a través de las lecturas críticas que se ocuparon de su obra. Estas lo ubicaron como un escritor a contracorriente de la atmósfera que por aquel entonces se escribió, luego del éxito que tuvo Cien años de soledad en ámbitos comerciales y críticos.
La relación que Andrés entabló con el cine también fue diferente a la de los escritores que ya publicaban en grandes proyectos editoriales; 2fue un cinéfilo que escribió una novela después de haber sido el director de Ojo al cine y escribir tanto artículos como crónicas en diferentes periódicos de Cali, además de en la revista peruana Hablemos de cine.
En lo que se puede llamar “carrera literaria”, Caicedo publicó el relato El atravesado, con el apoyo económico de su madre, luego de que una editorial mexicana incumpliera el contrato que suscribió con él. Esto ocurrió en 1975, dos años antes de su muerte.
¡Que viva la música!, la novela que nació poco después de fracasar la venta de sus guiones en Estados Unidos en 1973, fue editada por Colcultura, con lo que se concluye que si bien no quería ser el heredero de García Márquez, tampoco buscaba erigirse como un escritor marginal que publicaba con pequeñas editoriales, sino más bien matizar el escenario establecido en las letras colombianas.
Después de su muerte, Sandro Romero Rey y Luis Ospina se encargaron del cuidado y la selección de textos que se incorporaron a los diferentes volúmenes publicados. Poco a poco se consolidó un grupo de entusiastas lectores, e incluso los libros firmados por Caicedo formaron parte de los programas de estudio de distintas instituciones educativas a nivel secundario.
Esto condujo a un contagio final de lectores formados en las aulas de universidades colombianas; habían crecido con la diseminación de la obra y esto se materializó en un aparato crítico más apegado a las preceptivas académicas y andamiajes conceptuales propios de los estudios literarios hasta el punto de que, al cumplirse treinta años del suicidio del escritor caleño, apareció un volumen dedicado a su trabajo editado por la Universidad de Pittsburgh, con intervenciones de académicos de, entre otras, las universidades Carnegie Mellon y la Wisconsin-Milwaukee. 3
La visibilización del impacto de ¡Que viva la música! llegó a su clímax a finales de la primera década de este siglo. En Argentina, en 2009, durante el festival de cine de Buenos Aires, se exhibió el documental de Luis Ospina Andrés Caicedo: algunos pocos buenos amigos. Asimismo, tuvo lugar el lanzamiento de un libro con la correspondencia de Caicedo, firmado por el chileno Alberto Fuguet: Mi cuerpo es una celda, publicado por editorial Norma en 2008. En este movimiento editorial también estuvo presente la edición de Norma Argentina de la novela, prologada por Fabián Casas, quien afirmó que “la obra de Andrés Caicedo se metabolizó en el primer libro de relatos de Washington Cucurto Cosa de negros” (2008: 11), con lo que comenzaron a establecerse vasos comunicantes de una tradición a la que el autor de ¡Que viva la música! fue afiliado.
El trigésimo aniversario en 2007 del suicidio de Caicedo representó un hito debido a que la familia decidió donar el archivo con sus escritos inéditos a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. A partir de esta entrega, Fuguet trabajó al personaje Andrés Caicedo y posicionó al joven escritor caleño en las páginas de los suplementos culturales de más amplia circulación en Colombia y Sudamérica.
La donación del archivo de Caicedo a la biblioteca me hizo pensar en la posibilidad de un trabajo con sus documentos redaccionales del autor. En un comienzo, esa inquietud fue el esbozo de una idea presentada con ocasión del seminario de crítica genética organizado e impartido en 2008 por la profesora Graciela Goldchluk en la Universidad de Buenos Aires y, después de su retroalimentación, se consolidó en el propósito de realizar mi tesis de maestría.
El primer encuentro con el archivo significó el hallazgo de unas hojas manuscritas y encuadernadas que constituyen la primera versión de ¡Que viva la música!, fechado en septiembre de 1973. Un primer vistazo me permitió advertir una serie de diferencias con respecto a la novela editada. De la misma forma, y en la medida en que fue el último libro que el propio autor pudo ver impreso, decidí tomar este material, desconocido hasta el momento, como corpus del presente estudio e investigar la génesis de escritura de la novela a partir de él. Lo anterior representa un “nuevo comienzo” de un proyecto truncado desde el cual es posible leer la obra de Caicedo. A lo largo de la lectura crítico-genética del cuaderno manuscrito de ¡Que viva la música! se hizo evidente la tensión entre novela y crónica. Vale la pena resaltar que el diálogo con la Dra. Añón, mi codirectora de tesis, fue decisivo para definir y fundamentar el planteamiento de la tesis.
Esta investigación consiste en un estudio de la novela con las variantes presentadas en las diferentes campañas de escritura. Para ello consulté cuatro manuscritos de la novela, facilitados por la familia de Caicedo. Del material, tuve en cuenta los tres documentos mecanografiados, pues el hológrafo (la primera versión y la que se analiza aquí) era, a efectos de su perspectiva teórica, igual al primer documento escrito a máquina. También realicé un cotejo entre las once ediciones editadas. Sin embargo, mi tesis se centra en la obra édita, es decir, me ocupo de un texto que ha alcanzado una forma definitiva. En ese marco, la lectura de los manuscritos se destina a comprobar cuál es la mejor edición, y las diferentes instancias de escritura constituyen peldaños en la construcción del edificio textual. Para este enfoque, todas las reflexiones críticas toman como punto de partida (y de llegada) a la novela édita, como si las opciones descartadas hubieran desaparecido. Por el contrario, este libro incluye un capítulo que contiene la transcripción del cuaderno manuscrito de ¡Que viva la música!, con el objeto de facilitar el acceso para múltiples lecturas, con la diferencia de que las hipótesis críticas no apuntan ni al cuaderno como verdad revelada ni al texto como punto de llegada, sino a las transformaciones que generan un espacio de sentido en el mismo movimiento, y es en ese espacio que el cuaderno deja de ser idéntico a la primera copia mecanografiada.
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