Eduardo Ferreyra - La corona de luz 2

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Este es el segundo volumen de la saga LA CORONA DE LUZ, iniciada con LA TRAVESÍA DEL HUÉRFANO. Los dioses creadores y los creados por el hombre continúan su guerra cósmica, mientras a su sombra los mortales intentan proseguir su vida habitual en un mundo cada vez más absurdo e incomprensible. En ese marco, Azrabul y Gurlok prosiguen su incierto, errabundo peregrinaje en busca de la Corona de Luz, siempre en compañía de Amsil quien, como hechizado, ha olvidado muchos acontecimientos de su pasado reciente que sus padres adoptivos prefieren no recordarle aunque él intuya que algo le ocultan.
Siete meses han pasado desde su partida de Tipûmbue, adonde ahora regresan. El proceso contra Azrabul por la paliza en las escaleras de la Biblioteca está a punto de iniciarse. Corren rumores acerca de su locura y la de Gurlok, que quizás se usen en su contra para tratar de quitarles la tenencia de Amsil. Mientras tanto, se proponen cumplir con una promesa hecha a su amigo Guntur y al hermano de éste, Darma; pero cuando se involucran en la captura clandestina de un peligroso depredador imprudentemente criado como mascota y casi al mismo tiempo sienten el asedio de misteriosos seres al parecer invisibles para el resto de la gente, Azrabul, Gurlok y Amsil se ven de nuevo puestos a prueba y aceptan que los sitrones los han llevado allí por alguna razón, aunque ellos todavía no entiendan cuál.
BAJO LA ÉGIDA DE ANANSI se inspira en culturas de distintas etnias del planeta, sobre todo en el aspecto mitológico, al tiempo que mantiene el clima enigmático del primer volumen de la saga y explora la misma temática. Quienes se sientan chocados por el lenguaje vulgar y las alusiones sexuales harán bien en pasar de largo, pero los demás encontrarán en sus páginas un extraño exponente de literatura fantástica, en promedio quizás no mejor ni peor que otras obras, pero sí muy distinto.

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...vea hakdauchchea kar rutatbet nih trauv thveu cheamuoy strei noh del bau li sa kampoung svengork ku Satsujin–sha nih. Puokke niyeay tha neang chea kheatakr da krohthnak bamphot.

Era propia de la feria de Tipûmbue aquella excéntrica mezcolanza de idiomas, vestimentas, rostros y costumbres. La mayoría de los puesteros sabía casi de memoria cómo debía atender a los demás según su país de origen. El idioma, por supuesto, era otra cosa. En general nadie sabía más que una o dos palabras de cada una de las muchas lenguas que se oían en la feria, y solían no ser las mejores. Tutmosis, por ejemplo, sabía decir mierda en quince idiomas, pero que no le pidieran mucho más.

Sin embargo, y a pesar de que Udjahorresne no le caía bien, le gustaba trabajar con él en la feria, en parte justamente debido a esa pluralidad idiomática. No agradaban los chismes a Tutmosis, pero en cambio le encantaba escuchar conversaciones de las que no entendía nada o casi nada, y tratar de imaginar de qué se hablaba, aunque por lo general, si podía luego confrontar sus suposiciones con la realidad, rara vez confirmaba sus suposiciones. Por supuesto, las cosas cambiaban cuando alguien exclamaba furioso Merde! , Shit! , Tbaan! , Gāis! , A francba! , Korenga! o cosa por el estilo. Su versión preferida era Sial! , porque ésa era en el idioma de la hermosa Cinta: el esrivijayano, hablado en el puesto de los hijos de Bambang.

También le gustaba el clima fraternal que se había creado entre la mayoría de los puesteros extranjeros. Los largenianos, antes bastante cordiales, ahora estaban demasiado divididos en dos bandos enemigos según apoyaran a Irkham el Magnífico o a la anterior reina destronada. Por supuesto, la política de Irkham, hostil a cualesquiera extranjeros no europeos, no lo hacía muy querido entre las colectividades asiáticas, africanas o polinesias, ni siquiera entre las abyayalenses, exceptuando la veneciuelana, a la que utilizaba políticamente. De todos modos, no convenía criticar en público a El Magnífico si uno no quería meterse en líos.

Esto último, sobre todo, si uno tenía líos de sobra. Tutmosis no los tenía en este momento, pero se le acercaba uno de alrededor de treinta años, cabello rubio y ojos azules. Inocente, leve lío, sonriente lío, pero lío al fin.

—¡Tutmosis!–exclamó exultante el lío en cuestión.

—¡Heikkinen!–respondió el joven egipcio, no menos amable.

Harmi tykkäät tytöistä, komea! Olet todellinen hottie...

¿¿¿EEEH??? –preguntó Tutmosis, exasperado. Heikkinen tenía la manía de hablar a todo el mundo en la lengua de su Suomi natal como si lo lógico fuera que allí, a miles de kilómetros de distancia, también se le entendiera. Al parecer, en los siete meses que llevaba viviendo en Largen, su conocimiento del idioma local no había avanzado mucho más allá de la frase Quiero tomar mate .

Haluaisit ymmärtää mitä sanon, vai mitä? Mieluummin et ymmärrä, komea. Näin voin tunnustaa sinulle punastamatta, että minulla on fantasioita sinusta ja siitä upeasta makkarasta, joka sinulla on alhaalla.

—Heikkinen, carajo, ¡habla en algún idioma que pueda entender aunque sea un poco! –exclamó Tutmosis, frenético ante sus infructuosos intentos de comprender lo que le decía el rubio. Éste hablaba un excelente albioní, lengua en la que Tutmosis se defendía bastante bien; pero daba a todos la impresión que, bajo los efectos de una intensa emoción, Heikkinen olvidaba que existieran otros idiomas aparte del de su país natal. Y después todos se quejan de que no entienden ni jota de nuestros jeroglíficos , pensó Tutmosis, apabullado–. Lenkimakkara 10–murmuró, tratando de entender toda la frase a partir de la única palabra que estaba seguro de haber captado bien y cuyo significado entendía–. No, no... Te agradezco. Es sabrosa, pero engorda... It’s tasty, but fattening, do you understand me?– repuso, gesticulando mucho para que Heikkinen comprendiera y también para que tomara ejemplo.

Heikkinen se echó a reír, para desconcierto de Tutmosis. ¿Tan ridículo se vería gesticulando para hacerse entender?

—Makkara, josta puhun, ei tee sinusta rasvaa, komea poika! Jos nuo makkarat lihotettaisiin, olisin jo lihava. Joka tapauksessa takaa, että minulla on enemmän kiinnostusta kokeilla makkaraa kuin antaa sinulle maku minun, mutta sinulla on vain silmät Cintaasi varten!

Cinta . De nuevo una única palabra que captaba Tutmosis, y que provocaba una tormenta de celos en su interior; pero por otra parte Heikkinen se veía tan jovial, que parecía imposible que fuera a hacerle la trastada de enamorar adrede a la misma chica que le gustaba a él, ¿o no tendría claro ese último punto?

Ni se te ocurra –gruñó, medio en broma, medio en serio–. Cinta es mía, ¿quedó claro? ¡Y pensar que Igu y yo creíamos que eras gun!...

Heikkinen rió aún con más ganas que la vez anterior.

Se osoittaa, että olette molemmat erittäin älykkäitä ja erittäin komeita! ... Kyllä: Igu houkuttelee minua myös! Kun molemmat kyllästyvät naisten kanssa, tule tapaamaan minua molempia... Quiero tomar mate. Näkemiin,hottie! –dijo Heikkinen sonriendo con picardía.

Y se alejó saludando con la mano a Tutmosis, quien devolvió el saludo. Simpático, pero loco de remate , pensó el egipcio.

—Hola, amigo mío–saludó de repente una voz masculina con marcado acento arábigo.

—Hola, Jihad–respondió automáticamente Tutmosis, cuando aún seguía a Heikkinen con la mirada.

Rápidamente giró la vista y encontró a un muchacho de veintitantos años, alto, atlético, de ojos cafés y barba y bigote muy prolijos.

—La sangre de dragón es muy buena contra los celos; quizás te convendría probarla–dijo Jihad–. ¿Y? ¿Te animaste a hablarle a Cinta? Terminará yéndose con otro. Debes ser valiente, querido amigo mío. Llevas el nombre de uno de los más grandes faraones guerreros de tu Egipto natal; hazle honor.

—No quiero ser descortés, pero tú tampoco le dijiste nada a Zahira hasta donde sé–observó Tutmosis–. Y respecto a tu sangre de dragón, es demasiado cara. No puedo pagarla. Debe ser que como quedan pocos dragones en el mundo, el precio se fue a las nubes.

Jihad sonrió.

—No, no, amigo mío–respondió–. Aunque la llamen sangre de dragón, en realidad no es tal, sino savia de un árbol sucutrino; pero tan lejos de la verdad no estás en lo otro, porque va escaseando el árbol del que se extrae. Ahora el precio bajó un poco para competir con las que importan los achinedíes y los garamantes, pero sigue alto, es verdad. En cuanto a Zahira, sabes bien que no tengo nada que decirle porque eligió, ni siquiera a otro hombre, sino a una mujer, a Thaerah.

—Podrías intentarlo de todos modos.

—Tienes razón. Tal vez sea que pienso en Thaerah como en un amigo aunque sea mujer, y ya sabes que la amistad es sagrada. También puede que tema el rechazo de Zahira y, finalmente, también es posible que tema que acepte.

—Explícame eso último. Ya quisiera yo que Cinta me aceptara a mí.

—Verás, en mi país hay hombres que tienen cinco o seis esposas, bellas muchas de ellas, o todas; y sin embargo, no hay entre ellas ni una sola de la que no se quejen.

—Pero, ¿estuvieron enamorados en algún momento de alguna de ellas?

—No sé, pero yo sí estoy muy enamorado de Zahira, y sería muy triste para mí terminar pensando en ella como piensan estos hombres en sus esposas. Y ya que ella ama a Thaerah, pues... no hay mucho que hacer, para bien y para mal.

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