Eduardo Ferreyra - La corona de luz 2

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Este es el segundo volumen de la saga LA CORONA DE LUZ, iniciada con LA TRAVESÍA DEL HUÉRFANO. Los dioses creadores y los creados por el hombre continúan su guerra cósmica, mientras a su sombra los mortales intentan proseguir su vida habitual en un mundo cada vez más absurdo e incomprensible. En ese marco, Azrabul y Gurlok prosiguen su incierto, errabundo peregrinaje en busca de la Corona de Luz, siempre en compañía de Amsil quien, como hechizado, ha olvidado muchos acontecimientos de su pasado reciente que sus padres adoptivos prefieren no recordarle aunque él intuya que algo le ocultan.
Siete meses han pasado desde su partida de Tipûmbue, adonde ahora regresan. El proceso contra Azrabul por la paliza en las escaleras de la Biblioteca está a punto de iniciarse. Corren rumores acerca de su locura y la de Gurlok, que quizás se usen en su contra para tratar de quitarles la tenencia de Amsil. Mientras tanto, se proponen cumplir con una promesa hecha a su amigo Guntur y al hermano de éste, Darma; pero cuando se involucran en la captura clandestina de un peligroso depredador imprudentemente criado como mascota y casi al mismo tiempo sienten el asedio de misteriosos seres al parecer invisibles para el resto de la gente, Azrabul, Gurlok y Amsil se ven de nuevo puestos a prueba y aceptan que los sitrones los han llevado allí por alguna razón, aunque ellos todavía no entiendan cuál.
BAJO LA ÉGIDA DE ANANSI se inspira en culturas de distintas etnias del planeta, sobre todo en el aspecto mitológico, al tiempo que mantiene el clima enigmático del primer volumen de la saga y explora la misma temática. Quienes se sientan chocados por el lenguaje vulgar y las alusiones sexuales harán bien en pasar de largo, pero los demás encontrarán en sus páginas un extraño exponente de literatura fantástica, en promedio quizás no mejor ni peor que otras obras, pero sí muy distinto.

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—¿Y qué piensas hacer? ¿Hacerte gun ?

—¡Claro que no, Tutmosis, amigo mío!... Por cierto, ya que lo mencionas, quiero respetar a todo el mundo, pero sería interesante que los gun dejaran de confundirme con uno de los suyos.

—Pero hombre, si sabes cuánto te miran mujeres y hombres gun y sabes también que en esta ciudad estos últimos son tantos, ¿por qué eres tan excesivamente cortés con ellos?

—Por costumbre. En mi sociedad, se valora más la amistad entre hombres que las mujeres. No se te ocurre que un hombre guste de otros hombres, salvo que sea muy afeminado, en cuyo caso guardas distancia; y si sabes que lo es aun sin parecerlo, tiendes a olvidarte, al principio al menos.

—Puede ser, pero si no sales con mujeres por estar enamorado de Zahira, si no dices nada a ésta porque a ella le gustan las mujeres y eres tan excesivamente amable con los hombres, ¿cómo esperas que los gun no se confundan y te tomen por uno de los suyos?

—Bueno, en parte por eso vine a hablar contigo. Tengo reservaciones para ir a Guatrache el viernes que viene, porque se me había ocurrido invitar a Thaerah y a Zahira...

No daba la impresión de que Jihad sintiera celos de la tal Thaerah, y Tutmosis se preguntó si se debería a que él mismo consumía la sangre de dragón que recomendaba a otros.

—...pero las hice sin antes consultarlas a ellas, y Zahira dice ahora que tenían planes, en fin, más íntimos , más privados para ese día–continuó Jihad–. Por lo tanto, pensé en invitarte a ti, y por qué no a Igu. Porque si hombres gun me vieran solo, se me acercarían; y yo, sin saber sus intenciones, las alentaría como un imbécil, tal cual tú dices que hago. En cambio, si me vieran acompañado, ya sería más difícil que me abordaran. ¿Qué opinas, amigo mío?

—Que si quieres que te bese, te afeitas primero–bromeó Tutmosis.

—Mala cosa besarnos en público justo ese día y en ese lugar, porque tu Cinta irá a bailar jaipong , de modo que, aunque gustara de ti, si te viera haciéndote arrumacos con un hombre, te eliminaría de su lista de posibles candidatos, como a la fuerza tuve que hacer yo con Zahira.

—Hablando en serio, ¿qué piensas hacer? ¿No te convendría salir con otras chicas ahora que descartaste definitivamente a Zahira?

—¿Y para qué crees que quiero ir a Guatrache , si no es para encontrar una necia que me convenga y casarme con ella?

—Pero lo planteas de un modo tal que, si yo fuera gun , creería que tú también lo eres y que te casas por disimular que lo eres. No, a ti lo que te conviene es salir con muchas chicas, no encontrar una con la que casarte.

—¿Estás loco? Me imagino con seis esposas como mis pobres amigos de mi Yemen natal. Y ve tú a saber si esa mujer cipangueña a la que busca la policía, la tal... ¿Cómo era?

Satsujin–sha ...

¡Qué talento para los idiomas! ... Esa. Bueno, dicen que la buscan por asesinato; tal vez mató al marido. Imagínala multiplicada por seis.

¡Cómo jodes con eso de las seis esposas! ... Y no habría tanta restricción para entrar y salir de la ciudad si esa Satsujin–sha hubiera matado sólo al marido. Si la restricción es por ella, tiene que haber hecho algo más grave, mejor ni imaginar qué. ¿Y quién dice que debas casarte? Tener seis esposas no me molestaría, tal vez, pero con cada esposa viene una suegra, y Udjahorresne habla tantas pestes de la suya, que lo último que querría yo sería tener media docena. Y tampoco sugiero que tú las tengas. Lo que digo es que salgas una o dos semanas con una mujer, otras dos semanas con otra, y así; que estés ponga–saque, ponga–saque, ponga saque . De esa manera no sufrirás abstinencia sexual y la comunidad gun te dejará en paz, pues sabrá que son otros tus gustos.

—No lo sé. Es otro buen motivo para ir a Guatrache : al menos por un rato dejaré de pensar tanto en Zahira. Y como habrá hermosas mujeres, quizás pueda reordenar mis pensamientos y decidir qué hacer. Bueno, Tutmosis, amigo mío, creo que mejor regreso a mi puesto: veo que ahí viene Ifis, y mejor que él no me vea a mí. Ese muchacho siempre me hace sentir muy incómodo. Te veo en otro momento.

Y se hizo humo.

El tal Ifis que había provocado tan rauda fuga era toda una celebridad en Tipûmbue, pareciendo no existir en la ciudad nadie a quien él no conociera y a quien no se detuviera a saludar; por lo que ir con él por la calle podía ser inconveniente si se estaba apurado. Tenía una apariencia andrógina extrañamente perturbadora. Por un lado, su cuerpo tenía formas bastante masculinas y bien formadas, aunque delgadas. Por otro lado, se depilaba y maquillaba como una mujer. Había que reconocer que al menos lo hacía con sobriedad y buen gusto, colocándose apenas un poco de kohl egipcio en los párpados. Quizás eso era precisamente lo más chocante: de alguien que se pintarrajea exageradamente es inevitable reírse, pero Ifis no lo hacía, el kohl le sentaba bien; así que no había tanto motivo para burlarse. Aun así, muchos hombres lo hacían. Lo había hecho el propio Tutmosis, hasta que se dio cuenta de que estaba portándose como un tonto: en su Kemit11 natal, los hombres consideraban muy natural colocarse kohl para verse más atractivos, y él mismo lo hubiera usado allí. Pero en Largen los hombres no gun sentían mucha incomodidad para reconocer la belleza masculina.

—¡Hola, dulce!–saludó Ifis, al estar al fin frente a Tutmosis luego de lo que pareció una eternidad saludando a distintos conocidos–. ¿Llegó el kohl ?

—Sí, pero creí que tenías todavía–contestó Tutmosis.

—Tengo. Es para avisarles a mis clientas. Ellas tenían interés–dijo Ifis, quien era peluquero de damas de la alta sociedad–. También publicité el kohl de Udjahorresne en el puesto de Bambang–añadió, guiñando un ojo–, pero no dije una palabra sobre el hermoso chico egipcio que lo ayuda en el puesto, porque Kuwat estaba presente.

Kuwat, hermano de la hermosa Cinta y el mayor de los hijos de Bambang, era un tipo tan callado y serio que espeluznaba, sobre todo teniendo en cuenta sus conocimientos de h arimau silat : un sistema de combate esrivijayano extremadamente mortal.

—Gracias–dijo Tutmosis–. Me pregunto si ese energúmeno no me haría pedazos si supiera que miro mucho a su hermana.

¡Claro que no! –respondió Ifis, indignado–. Es hijo de Bambang–agregó, como si esa filiación fuera una garantía–, y en el fondo es un dulce. Soy yo el insoportable.

—Así dicen–coincidió Tutmosis. Pese a ser muy querido, Ifis tenía unos cuantos enemigos, y de los múltiples apodos burlescos que le habían puesto, uno muy extendido era La Gata Salvaje . Además, Ifis cultivaba como deplorable deporte, precisamente, poner a prueba la paciencia de Kuwat de modo alarmante y por completo desaconsejable.

— Kuwat me recuerda un poco a Azrabul. ¿Dónde estarán Azrabul, Gurlok y Amsil?

—Detrás de ti–contestó Tutmosis con mucha naturalidad.

Ifis quedó estupefacto. No me jodas , decía su mirada, pero Tutmosis no era muy afecto a bromas de esa clase, y lo observaba muy serio y señalando hacia atrás. Ifis giró al fin y comprobó que el egipcio decía la verdad: tras él, a cierta distancia, se hallaban Azrabul y Gurlok, conversando entre sí con caras largas, y Amsil, quien acababa de verlo y lo saludaba con la mano.

El sentido del ridículo de Ifis nunca había sido muy grande y el de la discreción, menos todavía; así que Tutmosis no se asombró de verlo correr entre gritos exultantes, brincar sobre Azrabul y prenderse a éste como una gran garrapata. Se decía que estaba enamorado de él. Parecía tener tantas esperanzas de ser correspondido como las tenía Jihad de su Zahira; pero al menos ésta era muy bonita, lo que hacía un poco más entendible que el yemení no pretendiera más de ella que verla por la mañana. Pero a casi cualquier otro que no fuera Ifis, despertar y encontrarse con la cara de Azrabul hubiera hecho pensar que estaba soñando una pesadilla de monstruos. Ni siquiera era el tipo de hombre que solía gustarle al propio Ifis; y sin embargo, debía ser cierto que estaba enamorado de él, porque si bien era cariñoso con casi todo el mundo, locuras efusivas como la que acababa de hacer tampoco eran tan habituales.

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