Eduardo Ferreyra - La corona de luz 2

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Este es el segundo volumen de la saga LA CORONA DE LUZ, iniciada con LA TRAVESÍA DEL HUÉRFANO. Los dioses creadores y los creados por el hombre continúan su guerra cósmica, mientras a su sombra los mortales intentan proseguir su vida habitual en un mundo cada vez más absurdo e incomprensible. En ese marco, Azrabul y Gurlok prosiguen su incierto, errabundo peregrinaje en busca de la Corona de Luz, siempre en compañía de Amsil quien, como hechizado, ha olvidado muchos acontecimientos de su pasado reciente que sus padres adoptivos prefieren no recordarle aunque él intuya que algo le ocultan.
Siete meses han pasado desde su partida de Tipûmbue, adonde ahora regresan. El proceso contra Azrabul por la paliza en las escaleras de la Biblioteca está a punto de iniciarse. Corren rumores acerca de su locura y la de Gurlok, que quizás se usen en su contra para tratar de quitarles la tenencia de Amsil. Mientras tanto, se proponen cumplir con una promesa hecha a su amigo Guntur y al hermano de éste, Darma; pero cuando se involucran en la captura clandestina de un peligroso depredador imprudentemente criado como mascota y casi al mismo tiempo sienten el asedio de misteriosos seres al parecer invisibles para el resto de la gente, Azrabul, Gurlok y Amsil se ven de nuevo puestos a prueba y aceptan que los sitrones los han llevado allí por alguna razón, aunque ellos todavía no entiendan cuál.
BAJO LA ÉGIDA DE ANANSI se inspira en culturas de distintas etnias del planeta, sobre todo en el aspecto mitológico, al tiempo que mantiene el clima enigmático del primer volumen de la saga y explora la misma temática. Quienes se sientan chocados por el lenguaje vulgar y las alusiones sexuales harán bien en pasar de largo, pero los demás encontrarán en sus páginas un extraño exponente de literatura fantástica, en promedio quizás no mejor ni peor que otras obras, pero sí muy distinto.

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Gurlok y Amsil intercambiaron misteriosas y algo melancólicas sonrisas. Desde luego, Gurlok no estaba celoso. Azrabul y él se acostaban con otros hombres, cada uno por su lado, pero sabían que ninguno reemplazaría el lugar que cada uno de ellos ocupaba en el corazón del otro; e Ifis ni siquiera podría aspirar a una noche de sexo con Azrabul, porque ni él ni Gurlok gustaban de las mujeres, y de los hombres afeminados menos todavía. Es más: les tenían asco antes de conocer a Ifis, a quien le habían tomado cariño.

Y justo él se abrazaba ahora con fuerza a Azrabul, que tanto necesitaba en este momento un abrazo de alguien que no fuera Gurlok ni Amsil. Era un simple abrazo de enamorado, que Azrabul tal vez no llegara a identificar como tal, aunque igual significara mucho para él. Significaba que entre tanta gente que rumoreaba que estaban locos tanto él como Gurlok, y a veces también Amsil, o sólo el chico, había al menos una persona a la que esa posibilidad lo tenía sin cuidado. Eran realmente muchos los viejos conocidos y presuntos amigos que de repente se deleitaban en estos rumores.

Pero en realidad jamás fueron viejos conocidos ni presuntos amigos, porque no eran parte de nuestro verdadero pasado , reflexionó Gurlok. Y no quiso seguir pensando, porque ideas como aquella formaban parte de la supuesta locura de él y de Azrabul y, por lo tanto, la mayor parte del tiempo intentaba ignorarlas. Sólo las traía adrede a su mente cuando le era útil, pero incluso entonces evitaba analizarlas demasiado. Muy a su pesar, sin embargo, se le ocurría ahora que, si Azrabul y él no estaban locos, el primer contacto que habían tenido con personas reales había sido en El Pueblo Condenado , y de ellas sólo sobrevivía Amsil. Éste no contaba: de él también decían algunos que estaba loco. El segundo contacto había sido con Xallax y Auria: dos Sacerdotisas de la Madre Tierra. Imposible saber qué opinaban ellas de la supuesta locura de Azrabul, Gurlok y Amsil, porque llevaban meses sin verlas, alrededor de siete desde el horror de El Pueblo Condenado . Pero ya en Tipûmbue habían interactuado con muchas personas; y allí todo estaba como antes. Quienes nunca habían simpatizado con ellos o directamente los detestaban, tal vez se regodearan en la idea de que estaban locos; pero a los demás no parecía importarles. Había que excluir a Ude, para quien no era ninguna novedad la locura real o imaginaria del trío; pero en la Biblioteca se habían cruzado con algunos conocidos superficiales que no parecían distintos en su trato hacia ellos.

Por ejemplo, según Ude, un cierto Urkôme, Guardia de la Biblioteca, posiblemente no era de fiar, aunque Azrabul y él habían cogido en El Prostíbulo . Ahora lo habían reencontrado en la Biblioteca y era obvio que ambos sentían el uno por el otro la misma calentura de aquella vez... y, como entonces, nada más. Y allí estaba Ifis, espontáneo y feliz de verlos.

Amsil reflexionaba también por su lado. Algo muy extraño había pasado alrededor de siete meses atrás, cuando una inexplicable fiebre le había borrado la mayor parte de los recuerdos recientes, en tanto que los más lejanos en el tiempo de algún modo habían pasado a parecerle vagamente ajenos. A veces tocaba el tema con Azrabul y Gurlok, pero ellos se mostraban vagos y esquivos en sus respuestas.

—Le responderíamos si supiéramos qué pasó realmente, chango–dijo una vez Gurlok–, y prometemos contarle todo si alguna vez nosotros llegáramos de veras a saberlo. No sabemos si nosotros dos estamos locos, sólo usted o los tres. Lo amamos; temo que tendrá que conformarse con eso hasta que podamos contestar sus preguntas.

Y porque él también los amaba a ellos, Amsil había decidido no interrogar más a sus Tatas, pero eso no significaba que fuera a quedarse con los brazos cruzados. Pensaba indagar por su cuenta ahora que estaba en Tipûmbue, el lugar adonde, para él, todo había empezado a hacerse misterioso. Pero tendría que ser a espaldas de los Tatas; tenía el presentimiento de que éstos buscaban protegerlo de algo e intentarían detenerlo o disuadirlo de alguna manera.

Eso no importaba en este momento. Lo importante era que Azrabul ahora sonreía con ganas después de unos cuantos días de desánimo, que no sólo a él abrazaba Ifis efusiva y sentidamente, que habían encontrado un aliado.

—Recuerdan a Tutmosis, supongo–dijo Ifis.

Nunca los habían presentado formalmente ni habían tenido trato directo con aquel muchachito, pero Azrabul y Gurlok recordaban muy bien al ayudante de Udjy . Amsil ya no lo recordaba tan claramente. Era extraño, porque a muchachos apuestos como Tutmosis, Amsil los consideraba un festín visual; pero eso era todo. No había en él ni la sombra de los poderosos deseos sexuales que asaltaban a sus Tatas, ni mucho menos todavía enamoramientos apasionados como el de Ifis. Muy de vez en cuando se sentía raro y, quizás, solo; y a la vez no. No era fácil explicarlo . ¿Estaré tan loco como se dice? , se preguntaba.

—Supongo que ahora sí se alojarán los tres unos días en casa–dijo Ifis.

Azrabul sonrió un tanto incómodo.

—Ifis, nada nos gustaría más; pero tenemos que cumplir con una promesa pendiente, como bien sabes–contestó.

—Sí, ya sé, pero ¿y? ...

—Se nos ocurrió una idea, Ifis–intervino Gurlok–. Podría funcionar; pero para eso necesitamos alojarnos en casa de Bambang.

—¡Pero si ni los conoce!

—En eso nos puedes ayudar. Creo recordar que tiene un puesto en la feria; llévanos allí y preséntanos, por favor.

—Sí, el puesto en la feria es de él; pero lo atienden sus hijos. Él normalmente está ocupado con otros asuntos.

¡Qué mala suerte! ...se lamentó Gurlok–. Bueno, llévanos con Guntur y Darma entonces. Les explicaremos nuestra idea.

—Guntur a veces atiende el puesto con sus hermanos, pero hoy está ayudando a su padre. En el puesto están Darma, Cinta y Kuwat, los otros tres hijos de Bambang.

—Bueno, ¡qué remedio!...–dijo Gurlok–. Llévanos con ellos, ¿puedes, Ifis?

—Como tú mismo dijiste: ¡qué remedio! ...–contestó Ifis, sonriendo resignadamente–. Hubiera querido tenerlos en casa, pero en fin... Vamos. De todos modos, tengo que ir a romperle las pelotas a Kuwat; así que no me cuesta nada llevarlos conmigo. Síganme.

Azrabul y Gurlok intercambiaron miradas interrogantes, y en la de Amsil se reflejó cierta extrañeza.

Empezaron a andar; pero por el camino, Ifis no paraba de encontrarse con gente conocida y a detenerse para hablar con ella. La tercera vez, empezaron a aburrirse, pero Amsil aprovechó para tratar de sacarse una duda: acercándose a sus Tatas, les preguntó en voz baja:

¿Qué fue lo que dijo Ifis, que tenía que hacer qué al tal Kuwat?...

Gurlok se encogió de hombros.

—Yo entendí algo de romperle las pelotas–respondió, también en susurros, persuadido de haber oído mal.

Yo también –coincidió Azrabul, intrigado–. Pero no puede ser... ¿o sí?

—Bueno, ¿y, dulces? ... ¿Vienen o no?–preguntó de repente Ifis desde cierta distancia, como si todo el tiempo él hubiera continuado caminando y estuviera desconcertado de que se rezagaran.

Y siguieron avanzando un tramo más, pero no tardó Ifis en encontrarse con otro conocido y daba la impresión que estaría charlando un buen rato con él, así que Amsil se apartó un poco del grupo para investigar un poco entre los puestos. Había un par de ellos, contiguos ambos, en los que no había mercadería a la vista. El de la izquierda estaba atendido por un hombre de mediana edad, que al ver a Amsil pareció estupefacto y exclamó:

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