Veamos ahora otro caso aleccionador: un joven que había caminado y corrido durante todo el día, huyendo de la ira de su hermano. Estaba agotado, extenuado. Ya el sol se había ocultado, y el aterrado fugitivo solamente quería descansar y dormir. Y en esa hora de la noche se detuvo en aquel campo agreste y solitario. Cayó en tierra, colocó debajo de su cabeza una piedra por almohada, y quedó profundamente dormido.
¿Quién era este joven fugitivo? Era Jacob, quien temía por su vida, porque le había usurpado la valiosa primogenitura a su hermano y había engañado vilmente a su padre. Su temor era pavoroso, y su conciencia estaba manchada de vergüenza. Ahora estaba solo en medio de la noche, lejos de su casa, sin que nadie pudiera ayudarlo…
Y mientras dormía, Jacob tuvo un sueño inesperado y providencial. En el sueño vio una escalera apoyada en la tierra, que llegaba hasta el cielo. “Y ángeles de Dios subían y descendían por ella. Y vio al Señor en lo alto de ella, que le dijo: Yo estoy contigo, te guardaré por dondequiera que vayas”… Y cuando Jacob se despertó, dijo: “Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía… ¡Cuán pavoroso es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo” (Génesis 28:10-17).
Jacob se había acostado lleno de pavor. Pero al levantarse, Dios lo tranquilizó y le aseguró su divina compañía. Entonces, frente a la promesa del Altísimo, no pudo menos que decir con profunda emoción: “El Señor está conmigo, ya no tengo más temor”.
Un despertar feliz
En un sentido, todos nos vemos retratados en esta experiencia de Jacob. ¡Cuántas veces nos acostamos por la noche con diversos miedos en nuestro corazón! Nos parece que estamos solos y sin saber qué hacer. Pero por fin el sueño nos vence y nos quedamos dormidos Y al despertar por la mañana, notamos que nuestro ánimo está mucho mejor. ¿Por qué? Porque el Señor nos sostuvo, y respondió nuestro pedido de ayuda. El gran cambio que Dios efectuó en el fugitivo de ayer, lo quiere hacer hoy en tu vida y en la mía. ¡Quién mejor que él para librarnos de toda clase de miedos! ¿No te parece?
Un niñito se había caído en un pozo de seis metros de profundidad. Durante horas había estado gritando y llorando sin ser oído por nadie. Pero finalmente, entre su desesperación y sus lágrimas, alcanzó a escuchar la voz de su padre que lo llamaba. La esperanza renació en su angustiado corazón. ¡Su papá había venido para salvarlo! Y momentos después, el niño estaba feliz en los brazos de su padre.
¿Estamos hoy hundidos en algún pozo, y el miedo nos estremece? Nuestro Padre celestial nos puede rescatar y ayudar. Su palabra de amor nos puede alentar, y su brazo paternal nos puede sostener. A su lado tenemos seguridad, sin angustias ni temores. ¡No lo dudes! Para nosotros, y para nuestro mundo que vive “bajo el signo del temor”, ¡Dios es nuestro supremo Ayudador!
1Las citas bíblicas de esta obra corresponden a la versión “ Nueva Reina Valera Siglo XXI ” . En todos los casos, la cursiva de tales citas es nuestra.
Las variadas caras del temor
“Señor, ante ti están todos mis deseos, mi suspiro no te es oculto” (Salmista David).
Un conocido escritor se le quejó a su vecino porque su gallo no lo dejaba dormir. A lo que el vecino respondió: “No comprendo por qué usted no puede dormir. Al fin, mi gallo canta solamente tres veces por la noche”. Entonces el escritor explicó: “Lo que me preocupa no es el número de veces que canta el gallo, sino que me paso toda la noche pensando en qué momento cantará”.
Evidentemente, el escritor era una persona ansiosa. Estaba perturbado mucho antes de tener motivo para ello. Tal es la modalidad típica de la ansiedad, que hoy afecta a tantos seres humanos. Un mal que sigue creciendo, y que cuesta desarraigar del corazón…
Esta es una de las caras o facetas más comunes del temor. A veces se trata simplemente de un excesivo sentido de responsabilidad, que llega a la obsesión por terminar una tarea con prontitud y excelencia. Esto provoca que el ansioso se sienta molesto cuando las personas que tiene a su lado no actúan de igual manera. Y así nacen las diferencias y las discrepancias de criterio en el ámbito laboral, o aun en el propio círculo familiar.
Como resultado, esas diferencias determinan incomodidades sociales. Se hace difícil la convivencia armoniosa entre el ansioso y el que no lo es. ¡Cuántos esposos y amigos ven resentida su relación cotidiana por causa de la ansiedad de uno de ellos! Y en el caso de que ambos pecaran de ansiedad, se desgastarían en detalles y desencuentros propios de su particular modo de ser.
Otra cualidad del ansioso es que se adelanta excesivamente a los hechos. Es clásico el caso de aquella madre que sufría y temía por el futuro de su hija. “¿Qué carrera seguirá, y con quién se casará?” se preguntaba con ansiedad. Y su hija era apenas una pequeña niña de ¡cuatro años de edad! ¿Te parece que esa madre estaba en lo correcto con semejante actitud tan anticipada? Pero ella creía que era una virtud el preocuparse con tanta antelación por el porvenir de su hijita.
Otro ejemplo típico de ansiedad lo encarna la persona que está todo el tiempo hablando por su teléfono móvil o celular. Jamás se separa de este aparato, y siempre está haciendo alguna llamada a alguien, a menudo sin importancia ni necesidad. Pero la persona está ansiosa por hablar o comunicarse con alguien, quizá para combatir cierta soledad, o bien por una compulsión que no consigue controlar. En el fondo, se trata mayormente de un temor inconsciente a quedarse aislado, por no estar en constante comunicación con los demás, ya sea un familiar, un amigo, o cualquier otro de sus allegados.
En busca de paz
Además, la persona ansiosa no tiene seguridad interior. Quisiera ser dueña de su futuro, y dominar los años venideros. Pero como esto es imposible, aparece entonces la inseguridad, como un componente más del temor del corazón. A lo cual se le suma la insatisfacción, la intranquilidad, la impaciencia y el no saber esperar. Al respecto, cuán sabias son las palabras de San Pedro: “Echad toda vuestra ansiedad sobre él [Dios], porque él cuida de vosotros” (1 S. Pedro 5:7).
A la luz de esta declaración bíblica, al escritor citado en el comienzo del capítulo, podríamos decirle: “¡Duerma tranquilo! ¡Deje de pensar ansiosamente en qué momento ha de cantar el gallo! Su ansiedad lo está destruyendo. Usted necesita descansar bien durante la noche, para vivir mejor durante el día”. Quien desee ayudar con éxito a una persona ansiosa, debería utilizar mucha comprensión y empatía, a fin de que su palabra sea escuchada con respeto y atención.
Este apoyo psicológico acertado despertará la iniciativa del ansioso, quien, con disposición favorable, intentará controlar sus sentimientos y modificar su conducta. Por el contrario, un trato incomprensivo y reprochador no logrará ningún beneficio, sino más bien expondrá la debilidad del ansioso, y aumentará su temor de fracasar si intentara cambiar.
¿Sufres de algún grado de ansiedad? ¡Cambia tu nerviosismo y agitación por tu confianza en Dios! Acércate a él, pídele su ayuda, y obtendrás la victoria.
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