Nació la esperanza
Pero mientras Job seguía sufriendo y temiendo, despojado de todos sus hijos y sus bienes, la esperanza fortaleció su corazón. Y confiadamente declaró: “E l Señor dio, y él quitó. ¡Bendito sea su nombre!” (Job 1:21). Y más tarde, como expresión de absoluta confianza en Dios, él dijo: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre la tierra. Y después, revestido de mi piel, estando en mi cuerpo, veré a Dios. ¡Y o mismo lo veré! ¡Mis propios ojos, y no otro!” (19:25-27).
La certeza y la seguridad en Dios prevalecieron en el ánimo de Job. Tuvo temor y gran dolor, pero también tuvo una indeclinable confianza en Dios. Y superada su desgracia, hizo esta notable confesión: “Yo hablé de lo que no entendía, cosas tan maravillosas que no las puedo entender... De oídas te había conocido. Pero ahora mis ojos te ven” (42:3,5).
Después de su enfermedad y sus íntimos temores, el buen patriarca llegó a tener una comprensión más profunda del amor y del cuidado de Dios. Antes había conocido al Señor “de oídas”, pero luego tuvo una visión más esclarecida de lo que Dios significaba para su vida. Si antes Job había sido un hombre de fe, ahora pasó a ser un gigante ejemplar de espiritualidad y de amistad con Dios.
¿Te encuentras por acaso padeciendo algún dolor, y el miedo no te deja vivir en paz? De ser así, recuerda la experiencia de Job. Pero sobre todo, recuerda al Dios de Job, que también es tu Dios, tu Padre amante que quiere colmarte de bendición. Él desea que seas feliz y que tengas paz en tu corazón. Para ello, te invita a depender de él mediante la fe sincera. Entonces, tus penas y tus temores se desvanecerán, y podrás terminar mucho mejor de lo que eras antes de tu adversidad... Como le pasó a Job, a quien “el Señor quitó su aflicción y duplicó lo que Job había poseído” (42:10).
Cuando alguna contrariedad estremezca tu alma, ahuyenta tus temores por medio de la esperanza cristiana. ¡Y el sol de un nuevo día brillará en tu ser!
Siglos después del sufrido Job, nació otra vida singular, cargada de lección. Al principio pareció ser un muchacho más, un simple pastor de ovejas al cuidado de los rebaños de su padre. Pero desde el momento en que inesperadamente fue ungido rey de su país, y ganó celebridad por haber vencido al gigante Goliat, este joven llegó a ser tan amado por su pueblo como odiado por sus enemigos. Así fue la vida del rey y salmista David.
En la vida de David abundaron los temores. Notemos su propio testimonio: “Temor y temblor vinieron sobre mí, y el horror me abruma. Dije: ¡Quién me diera alas de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos, moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, y de la tempestad” (Salmo 55:5-8). Con estas patéticas palabras, David describe la agonía de su alma, y su profundo deseo de escapar de sus enemigos, con el fin de encontrar un poco de paz para su corazón golpeado por el temor.
Era tal su desesperación, que hubiera querido tener “alas de paloma” para huir adonde nadie lo viera. El mismo que antes había enfrentado sin miedo al temible Goliat, y lo había vencido de modo tan espectacular, ahora parecía un niño temblando de temor ante sus perseguidores. Pero finalmente, David reconoció que había solución para su espíritu desesperado. Comprendió que con su excesivo temor, jamás podría ser feliz, ni menos ser el rey valiente de su nación.
Confianza en medio del temor
Los días tormentosos de David le enseñaron la mayor lección de su vida. Llegó a confiar en Dios como el gran Vencedor sobre todos sus temores. Pidió la fuerza divina para ponerse por encima de sus miedos. Y el Altísimo le dio la victoria anhelada. A tal punto, que después escribió este sabio consejo para bien de toda persona temerosa: “Confía en el Señor,… y él te dará los deseos de tu corazón. Encomienda al Señor tu camino, confía en él y él hará. Descansa en el Señor, y espera tranquilo en él” (Salmo 37:3,4,5,7).
El antiguo rey no negó sus miedos. ¿Qué sueles hacer tú cuando el temor te agobia y angustia? ¿Disimulas el verdadero estado de tu corazón, y te esfuerzas por dar una impresión ficticia de valor? El disfrazar o encubrir la realidad no es buena terapia para ninguna clase de temor.
¿Algún miedo te persigue y te mantiene abrumado de dolor? ¿Sientes que la inseguridad te impide gozar de la vida? Haz entonces lo que hizo David: analiza tu temor, cuéntaselo a tu amigo cercano, y sobre todo a tu Padre celestial. Y él responderá tu pedido de ayuda. No hay temor que sea mayor que Dios. Por ende, él puede resolver los temores de quienes confían en él y solicitan su ayuda.
Un hombre de mediana edad padecía de un terrible temor a la muerte. E hizo este comentario: “En mi turbación mental, llegué a celar a mi esposa sin motivo alguno. Y resulta que ahora ella me está celando a mí”. ¿Tenía ella alguna razón para celarlo? Desgraciadamente sí, porque el hombre le estaba siendo infiel a su esposa desde hacía diez años.
Y ese prolongado estado de infidelidad le había producido al hombre una conciencia culpable y acusadora. Inconscientemente, comprendía que así no podía ser feliz ni menos estar preparado para enfrentar la muerte. De ahí su temor desmedido y patológico ante la idea de la muerte. Pero cuando al tiempo abandonó su conducta de esposo infiel, desapareció su temor. A partir de entonces, ya con su conciencia tranquila, se sintió preparado para vivir y para morir en paz con Dios.
La experiencia de este hombre revela varios hechos destacables: 1) Que todo temor tiene una raíz o causa determinada; 2) Que ese temor –no importa cuál sea– persistirá mientras no se combata la causa; 3) Que el comportamiento inmoral o infiel puede provocar diversos temores secretos en el corazón; 4) Que con la intervención divina es posible blanquear y vencer el temor.
El buen proceder
La Sagrada Escritura aconseja centenares de veces que no tengamos miedos ni temores. Y este consejo puede llevarse a cabo cuando conservamos una conducta limpia y justa. Tomemos por caso la exhortación divina, que dice: “No temas, que yo estoy contigo. No desmayes, que yo soy tu Dios que te fortalezco. Siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). El pedido es claro y directo: no temer ni desmayar. Y la razón para ello, es que Dios nos fortalece y nos ayuda.
Pero esta tonificante promesa de la compañía y la asistencia divina, demanda de nuestra parte una conducta ordenada. El mismo Dios que nos exhorta no temer, nos dice con igual claridad: “Haz lo bueno… Apártate del mal y haz el bien, y vivirás para siempre”. “Aborreced el mal, seguid el bien… No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Salmo 37:3,27; Romanos 12:9,21).
¿No te parece alentadora esta verdad? Nuestro Padre celestial nos da el buen consejo de no temer, luego nos fortalece con su ayuda y poder, y finalmente implanta en nuestro ser la vida exenta de mal y de temor. Esta fue la gran bendición que recibió el mencionado hombre que tanto le temía a la muerte.
En suma, cuando permitimos que Dios actúe en nuestra intimidad y le confiamos la dirección de nuestra vida, los temores no encuentran terreno propicio para nacer y crecer. Conserva esta verdad en tu corazón, y gozarás de paz, aunque el mundo viva “bajo el signo del temor”.
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