Desde siempre muchos jóvenes pierden pronto sus ambiciones más legítimas, tanto en lo que se refiere al ámbito de los estudios, del trabajo o el éxito personal, como en el ámbito espiritual de los ideales y de los valores.24 En todas las áreas de la existencia la inercia que prevalece es la de contentarse con resultados mediocres o la de justificarlos.25 No comprometerse, no atreverse a intentar nada nuevo por comodidad, por miedo al esfuerzo o temor al ridículo, conformándose con «seguir tirando» entre la improvisación y el desánimo, cuando tantos podrían alcanzar una realidad altamente motivadora con un poco de esfuerzo y más voluntad.
Ahí es donde Jesús se distingue de otros maestros.26 Es cierto que predica un estilo de vida sencillo y modesto, pero suscita elevadas aspiraciones y enseña una profunda filosofía de la existencia. Su persona irradia «un poder escondido, que no puede ocultarse del todo».27 Hasta sus enemigos tienen que confesar que «jamás hombre alguno ha hablado como este hombre».28
Si hay una cosa que deja bien clara a los suyos es su deseo de que alcancen la excelencia:
—¿Qué hacéis de extraordinario? —preguntará a sus discípulos demostrando que no se contenta con poco. ¡Hasta se atreve a animarles a que sean «perfectos», es decir, a que desarrollen hasta donde puedan las innumerables posibilidades que laten en su ser!29
Así es como transforma sus vidas, mostrando de qué son capaces, y qué pueden llegar a ser si abren al poder de la gracia divina.
Desde el principio de su ministerio el maestro llama a jóvenes y menos jóvenes a convertir sus vidas ordinarias en vidas extraordinarias. A cambiar esa existencia mediocre de la que no se sienten satisfechos, por algo grande, noble y bello. Al llamarlos a seguirle les invita a enrolarse en una misión comprometida, consagrada a una gran causa. Su llamamiento los arranca de su realidad rutinaria y los lanza a una aventura fabulosa, arriesgada, intensa, difícil, heroica incluso, en la que no hay lugar ni para el sin sentido ni para la superficialidad.
Quienes siguen a Jesús pronto dejan de ser ciudadanos del montón. Su ejemplo despierta en el fondo de su ser la respuesta a la llamada del ideal, y así esos jóvenes inquietos pronto estarán dispuestos a continuar la andadura apasionante iniciada por él.30 Al dar sentido a su existencia, Jesús da una dimensión extraordinaria a sus vidas ordinarias.
El maestro intuye que su ministerio sobre esta tierra puede ser muy corto. Por eso lo vive de un modo tan intenso. Después de haber pasado su juventud como carpintero31 construyendo casas donde habitar, arados para cultivar la tierra y yugos para compartir las cargas, ahora se ha empeñado, como educador, en construir un mundo más habitable, idear herramientas nuevas para cultivar los corazones y buscar modos más solidarios de compartir las fatigas humanas.
Como no acaba de gustarle la manera en que vive su espiritualidad la mayoría de la gente de la comunidad religiosa en la que ha nacido, decide, en vez de abandonarla, como suelen hacer los descontentos, algo infinitamente mejor, pero mucho mas difícil, es decir, ir construyendo con sus seguidores una nueva comunidad, que él decide llamar su «iglesia».32
Los representantes del clero y los dirigentes del país murmuran:
—No le hagáis caso. Este carpintero no está calificado. Es un megalómano ignorante.
No sabe lo que hace.
Pero él no se desanima porque sabe que, cuando alguien decide hacer algo importante, debe enfrentarse con la oposición de los que hubieran querido hacer lo mismo, pero no se atreven a asumir los riesgos, con las críticas de los partidarios de algo diferente, y sobre todo, con la resistencia de los que nunca hacen nada.
Al principio no cuenta más que con el apoyo de sí mismo y ya ronda la treintena. Pero la pasión de esos primeros discípulos ganados para su causa es tan contagiosa que ellos mismos van extendiendo la invitación a otros.
Cuando decide empezar a construir la comunidad de creyentes con la que él sueña, el maestro deja bien claro que no quiere fundar una religión, sino una escuela. La religión verdadera ya la tiene: es la que Dios ha revelado. Ahora quiere enseñar a ponerla en práctica. La esencia de su doctrina puede formularse en un par de frases:
—La religión pura y sin tacha a los ojos de Dios consiste en atender a los necesitados en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo.33 O, dicho de otro modo: ser un buen creyente consiste en vivir en comunión con Dios, y en tratar al prójimo con la empatía y solidaridad con las que uno quisiera ser tratado en sus circunstancias.34
Para él, la espiritualidad y la educación tienen un objetivo común: enseñar a pensar, enseñar a ser, enseñar a vivir y, por consiguiente, enseñar a convivir; es decir, enseñar a amar.35
Este valiente reformador tiene muchas ideas innovadoras y muy pocos prejuicios. Por eso admite en su equipo a jóvenes y viejos, a instruidos e ignorantes, a hombres y mujeres,36 algo totalmente inaudito en su mundo, porque además los acepta sin ninguna preparación previa. Y todo lo hace al margen de las instituciones religiosas mejor establecidas de su tiempo, es decir, al margen del templo y de la sinagoga. Sabe que «las verdades especiales para este tiempo se hallan, no en posesión de las autoridades eclesiásticas, sino de los hombres y mujeres que no son demasiado sabios o demasiado instruidos para creer en la palabra de Dios».37
Sus grandes temas son la vida misma, la verdad valiente, el amor sincero, la libertad real, la felicidad auténtica, por eso lo principal para él es la formación del carácter. Persuade a sus discípulos de que si están descontentos con la sociedad en la que viven y quieren cambiarla, tienen que empezar por dejarse transformar ellos mismos. Solo así pueden convencer a otros, aportándoles mejores razones de vivir y una escala superior de valores. Para ello les pide reflexión, disciplina del cuerpo y de la mente, gusto por el trabajo, gozo en compartir, ganas de cumplir con el deber y respeto por todos.
Les enseña a no confundir la humildad con el miedo, ni el contentamiento con la pereza.38 Es decir, a reconocer sus límites, pero sin negarse a utilizar sus capacidades, dejándose guiar por Dios para hacerlas rendir al máximo.
Ser capaces de conformarse con pocos bienes materiales no significa no tener grandes proyectos y nobles ambiciones, ni aceptar con excusas lo que es inexcusable, ni confundir la espontaneidad con la superficialidad. Dios tiene para cada uno un ideal de progreso y de excelencia. De ahí su empeño en animar a servir al máximo de las posibilidades sin caer en el complejo de inferioridad ni en la vanidad o la arrogancia.39
El joven maestro sabe animar, entusiasmar, corregir con tacto, motivar a querer dar lo mejor, y lo hace con paciencia, firmeza y cariño. Por medio de constantes analogías, historias e imágenes y, sobre todo, mediante su ejemplo, enseña a sus discípulos a comprender las Escrituras, a interpretar la realidad, a escuchar la naturaleza y a aprender de las experiencias, a no temer la muerte y a tomar en serio la existencia. A orar de modo inteligente y a impregnar de fuerza espiritual su quehacer cotidiano. A vivir en solidaridad, a practicar el perdón. A estar dispuestos a sufrir antes que a hacer sufrir y a padecer el mal antes que a causarlo.40 En una palabra, a vivir vidas plenamente positivas, que conviertan su entorno en un mundo mejor.41
En poco tiempo las vidas comunes de Juan y Andrés, de Simón, de Felipe y de Natanael, al reflejar la del maestro,42 se irán convirtiendo en vidas excepcionales. Solo necesitan seguirle y continuar avanzando con él por ese camino empinado y angosto, pero apasionante, que lleva desde las tierras más bajas de su mediocridad humana, hasta las cimas más altas del ámbito de lo divino.
Читать дальше