Alejandro Bermejo Jiménez - Las crónicas de Ediron

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En Ediron, la magia ha desaparecido. Sus razas, tras trágicos acontecimientos ocurridos hace más de medio siglo, se recluyeron y cerraron las puertas cortando los lazos que las unían, permitiendo a los humanos reclamar el vacío territorio. Ahora, una oscura amenaza se está gestando, poniendo en peligro cada uno de ellos.
El humano Remir, junto a su fiel amigo Sideris, viajan de ciudad en ciudad aceptando todo tipo de contratos con los que poder sobrevivir un día más. Con cada paso que da, Remir se aleja cada vez más de un doloroso pasado que intenta enterrar.
Pronto la rutina de Remir se verá interrumpida, pues una vorágine de acontecimientos los atrapará. Experimentarán de primera mano la oculta presencia que se cierne sobre Ediron, conocerán a diferentes razas y a seres únicos —como a la habilidosa elfa Elira—, desenmascararán secretos olvidados del pasado y el de las misteriosas Tres Hermanas, y se enfrentarán a peligros salidos de las mismísimas pesadillas.
Las acciones de Remir frente a cada obstáculo darán forma al futuro de Ediron, quedando escritas en sus crónicas para toda la eternidad.

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Se hizo el silencio. El Regente tenía los ojos clavados en Remir, sin pestañear. Estuvo mirándolo varios minutos sin decir nada. El público de la sala no se dignó a hacer ningún sonido tampoco.

—Si me devolvéis mis pertenencias, entonces…

—No —cortó tajantemente el Regente. Siguió en silencio unos minutos más—. Tus pertenencias se quedarán custodiadas en la ciudad, como garantía de tu regreso. Te aventurarás en esta búsqueda solamente con la espada del asesinato. Si mueres en el viaje, tu castigo se habrá completado a los ojos de los Observadores.

7

En el vacío, lo único que existía era un persistente pitido que provenía de un lugar oculto. De ritmo y frecuencia constante, llenaba la oscura nada. Al poco apareció un foco de dolor que rápidamente se extendió por todo el vacío. Dolor y pitido coexistieron en el espacio desierto. Entre esas dos únicas existencias apareció otra más: un olor combinado de hierba y humo. El olor era muy sutil al principio, pero poco a poco fue haciéndose notar más. Todas esas sensaciones se unieron en una vorágine, existiendo todas a la vez y aumentando la intensidad de cada una: el pitido rebotaba por doquier, los olores lo contaminaban todo, y el dolor hizo que el cuerpo de Elira se despertara.

Se encontraba boca abajo, tumbada sobre un verde suelo cubierto de hierba. Con gran esfuerzo intentó mover sus extremidades. Desde el interior de su cabeza enviaba órdenes a sus miembros, pero estos parecían estar sordos a cualquier instrucción.

Conforme la percepción de su alrededor iba aumentando, ella pudo mover sus manos y clavó los dedos en el suelo. Con un gemido, se incorporó hasta quedarse sentada en el suelo. Su visión, antes verde, se tiñó de rojo. Una sangre cálida proveniente de su cabeza le cubría la vista; se limpió con el dorsal de la manga.

Una calma caótica era el único elemento presente en el clan de Feherdal. Allá donde mirara Elira solo distinguía destrucción. Muchas de las casas de los árboles se habían caído totalmente, otras pendían de ramas tensadas en su máxima extensión. Pequeños fuegos se habían originado, contaminando el aire con un humo negro. Cadáveres de elfos y de otras criaturas se repartían por todo el horizonte. Aparte del humo ascendiendo hacia el azul cielo, Elira no podía ver ningún otro movimiento. El silencio reinaba sobre toda la destrucción.

Varias imágenes fugaces empezaron a aparecer en la mente de Elira: los animales huyendo de Feherdal, el humo que salía de su clan, las oscuras criaturas atacando al pueblo y los ojos sin vida de su madre, muriendo a manos del desconocido encapuchado.

Renovadas fuerzas aparecieron en su cuerpo tras recordar lo sucedido, con un pequeño impulso para buscar a su madre, y a su asesino. Al fin se incorporó y empezó a buscar a su alrededor. Todo se movía más despacio de lo normal, su vista se difuminaba y tardaba unos segundos a volverse a centrar, pero eso no impidió a Elira utilizar cada reserva de fuerza y voluntad que quedaba dentro de ella para dar el primer paso. Y después el segundo. Sus piernas temblaban a cada movimiento, amenazando con desplomarse, pero al tercer y cuarto paso ya recobraron su agilidad normal.

Mientras recorría el lugar en busca de su madre, el dolor físico que tenía origen en su espalda se manifestaba en cada movimiento. En cambio, el pitido dentro de la cabeza era casi inaudible.

El cayado estaba intacto en el suelo, justo donde lo había dejado caer Ithiredel. Reposaba plácidamente junto al cadáver. El cuerpo no presentaba herida ninguna, pero su piel y la inerte mirada manifestaban la ausencia de vida.

Elira se arrodilló a escasos centímetros de la jefa. No profirió ningún sonido, pero sus ojos se volvieron húmedos. Las saladas lágrimas le recorrían la cara, limpiando los horrores de la noche.

Instintivamente, cogió el cayado del suelo y apuntó hacia su derecha, de donde procedió un repentino sonido. Una joven elfa de pelo corto estaba de pie, mirándola fijamente.

—Elira… —suspiró Iliveran.

La joven elfa tenía heridas en su cara: arañazos que aún sangraban. Sus ropajes estaban llenos de suciedad y tenía un profundo corte en una pierna. Pero eso no la paró para dirigirse a Elira, que había vuelto a dejar el cayado en el suelo, y cogerla en un silencioso abrazo.

Las dos elfas se separaron y se miraron la una a la otra, sin decir nada, compartiendo el dolor y las pérdidas que habían sufrido. Al fin, Iliveran habló:

—Lo… Lo siento…

Elira sacudió la cabeza, sin emitir sonido alguno. Entendía lo que su compañera quería transmitir, pero sus palabras no arreglarían el mal que había caído sobre ellos.

—¿Estás bien, Iliveran?

—Sí, son heridas superficiales…

—¿Qué pasó anoche? —inquirió mientras inspeccionaba las heridas de su compañera.

Los ojos de la joven elfa se apartaron por un momento de los de Elira y miraron a Ithiredel. Sus labios temblaban en silencio.

—Todo fue tan rápido… —explicó, sin mirar a Elira—. Ayudaba a Ewel a poner algo de orden donde habíamos tenido la celebración. Al acabar, me dirigía a mi casa y entonces fue cuando escuché unas voces.

Ahora Iliveran miraba a Elira.

—Te oí discutir con tu madre.

Elira permaneció en silencio y esperó a que Iliveran continuara.

—Al poco te vi salir corriendo. Tu madre te observó desde lo alto de su hogar hasta que algo captó su atención. Al momento siguiente me vi rodeada de unas criaturas de piel verde, como la nuestra, pero más oscura. También tenían las orejas puntiagudas —hizo una breve pausa—. Intenté huir, pero varias de estas criaturas se acercaban a mí con las espadas en alto y me cortaron el paso. Algunos miembros del clan aparecieron a mi lado y pudimos defendernos, pero de poco sirvió. Las criaturas se multiplicaban. Los de mi alrededor caían, profiriendo gritos, y el humo se apoderó de todo, y luego… Luego vinieron otras figuras más altas, musculosas. ¡Lanzaban los cuerpos de nuestros amigos por los aires con sus puños! No… ¡No pudimos hacer nada!

La elfa se echó a llorar, cubriéndose el rostro con unas manos sucias. Elira la miró: «Es tan joven…». Su vulnerabilidad la cautivó. Puso una mano en uno de sus brazos, y el llanto cesó.

—Ili, ¿sabes si buscaban algo o a alguien?

La elfa negó con la cabeza. Elira estaba segura de que habían venido con un propósito concreto; no se había tratado de un ataque aleatorio. Le vino a la memoria la imagen de su madre hablando con la extraña figura. Necesitaba averiguar porqué habían venido y arrasado todo su clan. Y debía vengarse. Vengar las muertes de su pueblo, vengar la destrucción de Feherdal, y a Ithiredel.

Elira se puso en pie con determinación.

—¿Qué… qué haces? —tartamudeó Iliveran.

—¿Hay más supervivientes?

—¡Sí! —un breve destello de alivio apareció en los ojos de la elfa—. Ewel los está reuniendo cerca del río.

—Ve con ellos.

—¿Y tú… qué harás? —Iliveran se levantó. Elira no podía evitar seguir viendo lo joven que era, pero eso no evitó que su semblante cambiara. Solo un deseo corría en su mente.

—Buscaré a los responsables de esto, y los aniquilaré. Encontraré hasta la última de esas criaturas y las destruiré una a una. Luego daré con su líder, y lo despellejaré vivo.

Elira podía ver el rostro de Iliveran, asustada de sus palabras.

—¡No! ¡Ahora Feherdal te necesita! Te necesitamos… ¡Te necesito! —más lágrimas cayeron—. ¡Ahora eres nuestra líder!

Las palabras de la elfa la conmocionaron. No había caído en ello, e Iliveran tenía razón: tras la muerte de Ithiredel ahora ella era la jefa del clan. Pero se quitó de la cabeza esa idea, nunca quiso ese rol, y ese día no sería diferente. Haría lo que sentía que era correcto. Aun así, Iliveran había plantado una semilla en su corazón.

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