Acto seguido, el Regente se puso de pie para mirar directamente al acusado. El hombre portaba una larga túnica que mostraba las pronunciadas curvas de su cuerpo. Sin dejar de apartar sus pequeños ojos de Remir, gritó:
—¡Traed a los testigos!
El guardia que estaba junto a Remir se fue enseguida. La sala explotó con conversaciones, comentando la situación actual. El murmullo cada vez se acentuaba más. Remir intentó girarse y observar la situación, pero las cadenas le impidieron cualquier movimiento. Fijó su mirada en el Regente, quien leía los papeles que tenía en frente y anotaba algunas cosas.
Remir podía oír cómo los guardias traían a varias personas que se congregaban detrás de él, impidiendo que pudiera verlos. La sala se sumió otra vez en el silencio cuando se escuchó el carraspeo del Regente.
—Odward de la Corona de Arân —anunció el Regente. Un hombre salió por la derecha de Remir y se sentó en el podio más bajo—. Cuéntanos tu experiencia con Remir.
—Mi señor Regente, me topé con el asesino cuanto pretendía entrar furtivamente a nuestra pacífica ciudad —Remir tardó en reconocer al hombre que hablaba, pero al final cayó en la cuenta de que era el guardia de la ciudad.
—¿Qué hiciste al respecto? —preguntó el Regente sin mirar al guardia Odward.
—Intenté evitar que entrara, pero utilizó a su perro para hechizar a los animales de carga. ¡Se volvieron locos! ¡Chillaban y bramaban fuera de control! —Odward hizo una pausa—. Cuando conseguimos calmarlos, el hombre y su chucho habían desaparecido.
—¿Afirmarías que entró en la ciudad con sed de sangre?
—Sin duda, mi señor Regente. Los ojos de un asesino no mienten, y el perro tenía el hocico lleno de sangre seca.
—Sangre… Utilizó hechizos prohibidos… —recitaba el Regente mientras escribía—. ¿Cuál fue la actitud de este hombre cuando le prohibiste el paso, guardia?
—Me intimidó con una bolsa putrefacta que llevaba, y con su animal.
—¿Cuál sería tu veredicto tras conocer al individuo?
—Culpable, mi señor Regente.
Remir había perdido la sensibilidad en sus manos de tanto apretar a las cadenas. Estaba utilizando todas sus fuerzas para no ganarse otro puñetazo.
—¡Guardias, el próximo testigo!
Odward dirigió una sonrisa maliciosa a Remir antes de dejar el asiento a otro hombre.
—Jan de la Corona de Arân, dueño de El Piojo Ebrio —invitó el Regente. El hombre se sentó en silencio sin apartar sus ojos del acusado—. Háblanos de cómo conociste a Remir de ningún lado.
—Vino a la taberna preguntando por el escribano.
—¿Ofreció algo a cambio de la información?
—No.
—¿Pidió algo de la taberna?
—No.
Las palabras «mala educación» volaron hasta los oídos de Remir.
—¿Le revelaste el paradero del escribano?
—Sí.
—¿Por qué?
—Quería sacarlo de mi taberna, a él, a su perro y a la bola de carne olorosa que llevaba consigo.
—¿Dirías que es culpable?
—Sí.
El tabernero se levantó sin decir una palabra más y desapareció por detrás de Remir, hacia la multitud de gente. Después de escribir varias cosas, el Regente se volvió hacia el acusado.
—Aún quedan varios testigos que te señalan como culpable, pero hemos visto que queda verificado tu intención de visitar a nuestro escribano, y matarlo. Pasaremos a elegir el castigo.
—¡Espera! —gritó Remir. Había tenido una idea.
—¿Sigues negando tus actos?
—Ninguno de tus testigos me vio hacer nada, se basan en conjeturas. ¿Cómo puedes probar que atravesé el pecho de ese hombre? Me habéis confiscado mis pertenencias, entre las cuales está mi espada. Sin embargo, el cadáver ya tenía una. ¿Cómo explicáis eso? —hizo una pequeña pausa para coger aire, debía escoger bien sus palabras—. Los Observadores son testigos de este juicio, ¿crees que no actuarán ante una injusticia?
Toda la sala se quedó en silencio. Remir veía como el gran mostacho del Regente se balanceaba; sabía que había abierto una brecha que podía utilizar. Pero el Regente habló antes de que pudiera continuar.
—Muy bien, dejaremos que los Observadores te juzguen —el Regente se levantó y se dirigió a toda la sala—. Querida Corona de Arân, dejaremos en nuestros verdaderos dioses, los Observadores, que erradicaron la magia de los gigantes de esta tierra, juzguen a Remir de ningún lado. Traed al Límpido y el agua.
Una sensación de júbilo y expectación recorrió a todos presentes. Remir observó la cara del Regente: una sonrisa burlona había aparecido en su rostro. El cazarrecompensas tenía que actuar rápido, antes de que el Regente lo hiciera.
Del techo de la sala se abrió una trampilla. A lo lejos se escuchaban unas poleas que giraban y una silla hecha de oro empezaba a bajar del hueco. Muy lentamente fue descendiendo hasta quedar delante de Remir. La silla contenía el cadáver de una persona, envuelta en ropas lujosas. Apenas había carne, y la mayoría de los huesos eran visibles. La cara, sin ojos, miraba directamente al acusado. En el cuello tenía una cadena de oro, sosteniendo un círculo del mismo material, que tenía representado un ojo; este era de oro blanco.
—El Límpido de la Corona de Arân, Tarased, juzgará a Remir de ningún lado —anunció el Regente, señalando con los brazos abiertos al esqueleto que había descendido del techo—. Tarased sirve de conexión con los Observadores, quienes a través del Ojo de Tarased juzgan la inocencia y la culpabilidad. Una prueba zanjará el destino de este hombre.
Tras estas palabras la sala estalló en conversaciones, pero fueron rápidamente calladas cuando varios guardias portaron una olla llena de agua. Del recipiente negro salía un humo blanco: el agua estaba en ebullición.
—Tarased, Límpido de la Corona de Arân y de su Templo de la Liberación, utilizaba la prueba de fe del agua. El acusado deberá poder sumergir el rosto en agua hirviendo. Si sale sin ningún signo de quemadura, se habrá demostrado su inocencia.
Colocaron la olla entre el cadáver de Tarased y Remir; este podía notar el calor que desprendía. El hombre tenía que evitar pasar por dicha prueba, pues sabía que no había un final feliz tras ella. Intentando controlar sus emociones, se dirigió de nuevo al Regente:
—¿Cómo pueden vuestros Observadores juzgar a través del agua?
—Sus métodos escapan a nuestra comprensión.
—¿Puede que esos métodos… sean mágicos? —Remir hizo mucho énfasis en esta última palabra, consiguiendo la reacción que quería: alborotar a toda la sala.
—¿Como te atreves? ¡Los Observadores, los seres más puros, nos liberaron de la magia tras derrotar a los gigantes! ¡Vivimos en la cabeza de uno de sus cadáveres como prueba de ello!
El Regente estaba furioso. Su piel había pasado de una tonalidad rosa a una más rojiza. Remir sonreía por dentro.
—Desde luego, no es posible poner en duda a los Observadores y a sus hazañas, y por lo tanto estoy dispuesto a ponerme a merced de su juicio —estas palabras relajaron el color del Regente—. Esta agua que tengo delante de mí no ha sido tocada por los Observadores, por lo que puede hacer dudar de su veracidad. Podría estar incluso contaminada por algún Buscador.
—¡Sandeces! ¡Nuestra ciudad está purificada contra esos impíos! —el tono rojo volvió a apoderarse del Regente.
—Es por eso que os pido que me mandéis en una sagrada búsqueda: la búsqueda del verdadero asesino. Durante el trayecto estaré constantemente vigilado por los Observadores, juzgando cada movimiento que haga. De esa manera, si vuelvo con pruebas de su asesino, sabréis que soy inocente. Si no… Las consecuencias habrán caído sobre mí y habréis tenido justicia para vuestro escribano.
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