No hemos recogido aquí, por el contrario, los hallazgos empíricos de las investigaciones (Bobes, 2011), todos de gran relevancia, sino fundamentalmente las discusiones sobre conceptos y categorías empleados. Esperemos, pues, que contribuyan a los debates y a mostrar los caminos recorridos en el ejercicio de la realización de las tesis y en la investigación.
Fuentes
Bobes, Velia Cecilia (2011). Los tecuanes danzan en la nieve. Contactos transnacionales entre Axochiapan y Minnesota, México, Flacso México.
Velia Cecilia Bobes
El transnacionalismo como enfoque. Una reflexión para construir un modelo analítico
Velia Cecilia Bobes [1]
A principios de los noventa, las antropólogas Nina Glick, Linda Basch y Christina Blanc-Szanton (1992) propusieron un nuevo modelo conceptual para comprender la migración actual, enfatizando su distinción respecto de la tradicional. En sus trabajos (Glick, Basch y Blanc-Szanton, 1992; 1994), se analizó el contraste entre los migrantes —cuyas vidas transcurren como una conexión de dos sociedades en un solo campo social— y los que se habían visto como sujetos de un proceso de asimilación por parte de la sociedad receptora. A partir de esta comparación, empezaron a circular los conceptos de “migración transnacional” y “transmigrantes”.
Posteriormente, un considerable número de investigadores comenzó a documentar la existencia de comunidades transnacionales entre los migrantes ecuatorianos, mexicanos, dominicanos, salvadoreños y colombianos (entre otros) en Estados Unidos y de africanos y asiáticos en diversos países de la Unión Europea. Este punto de partida posibilitó delimitar los alcances y usos del concepto de “migración transnacional” y desarrollar una amplia propuesta analítica que incorpora los análisis de redes y capital social para proponer una teoría de alcance intermedio adecuada al estudio del “transnacionalismo” que resulta de la actividad específica de ciertos migrantes.
Desde mediados del siglo XX, surgió una multitud de estudios migratorios, los cuales, según Faist (2000), se agrupan en tres generaciones: la primera se focalizaba en explicar los orígenes y causas de la migración, acudiendo para ello a una reflexión centrada en los propios flujos y las causas internas (económicas, políticas, etc.) dentro de cada una de las naciones involucradas en los movimientos migratorios; esta perspectiva desembocaría en una profusión de análisis acerca de los factores de atracción/expulsión (llamadas teorías del push-pull). En estos trabajos se trataba de explicar por qué se emigra, pero desde las causas objetivas, más estructurales, de los procesos migratorios. En este sentido, estas visiones, cabe decirlo, privilegiaron el análisis de los factores económicos, estructurales (macro), dejando en un plano secundario a los sujetos, sus motivaciones y decisiones individuales.
La segunda generación de estudios, un campo más heterogéneo, fue más allá de las explicaciones causales generales y —aunque incluye visiones generalizadoras ancladas en las teorías del sistema mundo o centro periferia— se detiene también en la importancia de las redes sociales que explicarían la migración a partir de la combinación de una serie de elementos, tanto económicos (oportunidades de trabajo, financiamiento), como sociales (lazos de amistad, parentesco, capital cultural y social, etc.), y político - legales (documentos, restricciones, políticas migratorias). En estas visiones se logra combinar la atención a los componentes macroestructurales con factores sociales; esto es, los recursos que facilitan o dificultan el proceso de migrar. Este estudio de las redes constituye un aporte fundamental con plena vigencia para el análisis de la migración transnacional, ya que permite entender las vías y procesos que generan el establecimiento de núcleos de migrantes desde y hacia ciertos lugares.
Entre este tipo de enfoques se ubican algunos de los aportes más interesantes de esta generación de investigaciones, como es el caso de la introducción del análisis del capital social y las teorías de la causalidad acumulativa que introducen a la propia migración como un elemento clave para entender la autosostenibilidad del proceso (Durand y Massey, 2003). El análisis de redes permite entender al migrante como un nodo que se conecta con otras personas a través de lazos cuya fortaleza depende del nivel de proximidad, la intensidad emocional y la reciprocidad de los servicios que se presten unos a otros (Granovetter, 1973); así, existen lazos fuertes (que implican frecuencia e intimidad de los contactos por lo que generan y fortalecen la confianza), como los de parentesco y amistad, y lazos débiles (que sirven de puentes de comunicación con otros grupos).
Desde una perspectiva más cultural, otro grupo numeroso de trabajos relacionados con la migración se focalizaron en los procesos de inserción de los migrantes en los países de destino, entre los que encontramos desde las más tradicionales versiones del melting pot —organizadas alrededor de la idea de que la migración provoca una fusión entre los migrantes y los habitantes originales, de la cual resulta una nueva sociedad crisol—, pasando por la idea de la asimilación —que implica la disolución del migrante y su cultura, a partir de su incorporación total a los modos de vida y costumbres de la sociedad receptora—. Esta focalización en la integración (vía la asimilación) fue modificándose paulatinamente hasta que, bajo el influjo del pensamiento posmoderno y su reivindicación de la diferencia y la especificidad, se llega a las más recientes perspectivas del pluralismo cultural —que sostiene la posibilidad de coexistencia de las diferencias culturales que resultan de la recepción de grupos foráneos en una sociedad y ha estimulado el surgimiento de políticas multiculturales.
Todos estos estudios permitieron la acumulación de conocimiento sobre muy diversas facetas de los procesos migratorios. Sin embargo, muchas de las investigaciones empíricas se han centrado en la situación de los migrantes dentro de las sociedades de acogida, lo que sólo permite ver una de las dos caras de un proceso que, de hecho, involucra de forma nada despreciable también a las zonas de expulsión y a las motivaciones, decisiones y expectativas individuales.
A partir de una cierta insatisfacción con estos enfoques y ante la evidencia de que muchos de los migrantes en lugar de romper del todo con sus países de origen y asimilarse a las culturas de llegada, aparece una nueva perspectiva: el enfoque del transnacionalismo, que corresponde a la tercera generación de estudios y que sostiene —desde muy diversas posiciones— la existencia de un entrelazamiento de los mundos de los migrantes con los de los países de origen. Estudios como el nuestro, que pretenden atender simultáneamente ambas dimensiones, parecen acomodarse más a estos enfoques.
En la época de la globalización, junto con el rotundo aumento de los flujos migratorios, la migración ha cambiado y ya no es necesariamente un proceso de ruptura total (aunque gradual) con el país de origen y reconstitución en el país receptor. Si para los campesinos polacos que arribaban a Estados Unidos a principios de siglo la mudanza de país constituía separación absoluta y transformación total respecto del pasado, la migración hoy reviste características menos cismáticas; así, emigrar ya no es irse para siempre y renunciar al terruño, la lengua y las costumbres, ni romper con la familia y los amigos dejados atrás, sino que hoy estos nexos no sólo se mantienen a través de las distancias geográficas, sino que estos mismos vínculos serían la principal motivación para emprender la partida. Una buena parte de las personas que emigran en la actualidad entienden su migración no sólo como la búsqueda de mejores oportunidades para su vida, sino como una forma de ayudar a los que se quedan (la familia, el pueblo o la comunidad).
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