Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles

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Aquel viaje que Aquiles hubiese querido evitar, fue el desencadenante como para que sucediera lo que, de una u otra manera, iba a terminar sucediendo…
La decisión y el impulso de Alejandro, habían llevado a que Aquiles abriese la puerta que lo adentraría en un mundo nuevo, misterioso; un mundo que le generaba cierto temor.
Su vida entera estaba en un punto de inflexión; promediaba la mitad de su vida biológica, estaba a punto de convertirse en padre y, aunque no hubiese existido penetración, lo cierto es que acababa de transitar por su primera experiencia sexual con otro hombre, un combo de emociones que resultaban difíciles de manejar.
Solo la serenidad y fundamentalmente el intentar ser fiel a lo que su naturaleza le reclamaba, podrían hacerlo transitar por un sendero más llano y sin tantas piedras con las cuales pudiese tropezar.

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–Mirá vos… que raro, no pareciera que fuese esa clase de persona, me refiero a lo del miedo a volar –dijo Adrián.

–Fue lo mismo que pensé yo –dijo Aquiles.

–¡Imagino lo rico que habrán comido! –exclamó Inés, volviendo al tema de la cena y pareciendo que poco le interesaba lo que hablaran sobre Alejandro.

–Riquísimo; la entrada consistió en una copa de mariscos, acompañados con un excelente Sauvignon Blanc. De plato principal sirvieron cordero, que vino acompañado con una guarnición de puré de manzanas; ahí cambiaron a un exquisito Pinot Noir. –relataba Aquiles.

–De lujo la comida –dijo Adrián.

–Realmente sí, todo un lujo y me dio la impresión de que están acostumbrados a vivir de esa manera y que no solo fue una puesta en escena como para recibirnos. –dijo Aquiles.

–¿Qué comieron de postre? –preguntó Inés.

–Para rematar, de postre se sirvió una torta de Crumbel de Manzana tibia, con una bocha de helado de crema americana que acompañamos con un espumante dulce –dijo Aquiles.

–Amiga… cambio de planes; en lugar de ir solas, vámonos con tu marido y que nos lleve a pasar una semana a lo de los ingleses –dijo Inés riendo.

–Imagino que ahí terminó la cena y que se fueron –dijo Adrián.

–Imaginás mal… Cuando terminamos el postre, nos invitaron a pasar a otro estar, algo más pequeño que en el que nos habían recibido al llegar. Las paredes repletas de libros y de pinturas clásicas; sobre un muro de piedras, había un inmenso hogar en el que crujían los leños. Ahí sirvieron café, licores y el dueño de casa nos convidó habanos, que disfrutamos sentados, mientras que veíamos como comenzaba a nevar.

–¡Suena hasta inmoral! –dijo Inés.

Ante el comentario de Inés, Aquiles pensó “Si esto te suena inmoral, ¿qué definición le darías a lo que sucedió en el hotel luego de la cena?”

–Realmente amor, todo un sacrificio tu trabajo –dijo Marina.

–Y bueno; se hace lo que se puede… alguien debe sacrificarse –dijo Aquiles sonriendo, y agregó– es más… el dueño de casa nos invitó a pasar la noche con la intención de llevar nos a conocer la estancia y algunas de las instalaciones al día siguiente. Antes de que Alejandro abriese la boca, le agradecí y le dije que lamentablemente debíamos regresar a Buenos Aires.

–Qué tonto –dijo Marina, que agregó– son oportunidades que se dan una vez en la vida y no sabés si se repetirá; deberían haber aceptado la invitación.

En ese momento, Aquiles se sintió muy tonto, porque se dio cuenta de que no había aceptado, presionado por sus propios demonios internos y porque era consciente de que, cuanto más tiempo permanecieran allí, más posibilidades existirían de que sucediera lo que finalmente había sucedido.

–Puede que tengas razón, no sé… yo quería regresar rápido –dijo Aquiles.

Adrián lo miraba atentamente y entendía perfectamente el motivo por el que su amigo había querido regresar los más pronto posible.

–Bueno, de todas maneras, viviste esa experiencia que no es poco –dijo Inés.

–Sí, estuvo interesante… además, como a la mañana siguiente perdimos el vuelo y el próximo que había era a la noche, hicimos una excursión a la Isla Bridge que está por el Canal de Beagle, así que no me quejo. Entre el martes a la tarde y el viernes a la noche, quedó resuelto el tema laboral, conocí algo nuevo y estreché vínculos. Uno nunca sabe para dónde pueden disparar las cosas –dijo Aquiles.

Luego de decir esas palabras, pensó “Vaya si he conocido algo nuevo, si he estrechado vínculos y si me he dado cuenta de que las cosas pueden dispararse para cualquier lado…”

–Me tenés que presentar a esa familia para que les construya un velero –dijo Adrián.

–¿Por qué no?, ni idea si navegan, quién sabe… si llego a tener la oportunidad, voy a sacar el tema –dijo Aquiles.

–¿Traemos las tartas acá o prefieren comer con cubiertos en la mesa? –preguntó Marina.

–No nena, comamos acá con la mano –dijo Inés, que se incorporó y caminó hacia la cocina junto con Marina.

–Dale boludo, contame, ¿qué pasó la última noche? –preguntó Adrián.

–Sucedió algo realmente fuerte, que nunca hubiese pasado de no existir la invitación para esa cena y si hubiésemos regresado esa misma tarde –dijo Aquiles.

–¿Las calentamos o las llevamos así tibias como están –gritó Inés desde la cocina?

–Tráiganlas así –respondió Adrián, haciendo un gesto como diciendo “Qué rompe pelotas que son…”

–No te puedo contar acá… no estoy tranquilo ni cómodo; si querés nos juntamos en la semana y te cuento –dijo Aquiles.

–Dale boludo, adelantame algo, ¿pasó algo más? –insistió Adrián, que estaba más que intrigado.

–Sí –respondió Aquiles.

–¿Garcharon? –preguntó Adrián, abriendo los ojos como si fuese un búho.

–No, sí, va… no –respondió Aquiles de manera ambigua.

–¡Huy boludo! –exclamó Adrián.

–¿Qué es lo que tenías para contarme? –preguntó Aquiles, dando por cerrada su parte.

–¿Te acordás de Nicole y de Gastón, mis compañeros de facultad con los que tuve aquella experiencia que te conté? –preguntó Adrián.

–¡Claro que me acuerdo!, ¡cómo no me voy a acordar! –exclamó Aquiles.

–Bueno… el miércoles pasado tuve que ir al centro para hacer un trámite y me los encontré –dijo Adrián.

–Despejen un poco la mesa así ponemos las bandejas –dijo Marina, que junto a Inés traían la cena.

Claramente, no era el momento indicado como para confesiones y deberían aguardar hasta la semana próxima para ver si encontraban el espacio como para encontrarse tranquilos y poder contarse lo que les había sucedido.

Terminaron la cena compartiendo un momento ameno y distendido, tras lo que disfrutaron de la riquísima torta que había hecho Inés.

Cerca de la media noche, se despidieron, dando cierre a un agradable sábado lluvioso.

Capítulo 5

Lluvia y morbo

Luego de una noche en la que su sueño no había sido interrumpido absolutamente por nada, Alejandro se despertaba escuchando las gotas de lluvia que el viento estampaba sobre los vidrios de la ventana de su cuarto.

Abrazó a la almohada y se quedó por unos instantes tirado boja abajo, intentando acomodar a su miembro que se encontraba completamente erecto. Malena dormía a su lado, dándole la espalda y sin hacer ningún tipo de movimiento.

Alejandro giró su cuerpo y se acercó a ella, haciendo que su miembro chocara contra sus glúteos.

Tuvo el vago recuerdo de que, la noche anterior, Malena había intentado tener sexo, pero él ya se encontraba en un estado de adormecimiento que no le había permitido responder.

Sintió que su instinto salvaje lo invadía y que su pene necesitaba acción. Giró hacia su derecha para agarrar de la mesita de luz un frasco de lubricante para untar abundantemente su miembro y se posicionó nuevamente contra la espalda de Malena. Muy lentamente, le deslizó el bikini , hasta dejar descubierta su vagina.

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