Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles

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Aquel viaje que Aquiles hubiese querido evitar, fue el desencadenante como para que sucediera lo que, de una u otra manera, iba a terminar sucediendo…
La decisión y el impulso de Alejandro, habían llevado a que Aquiles abriese la puerta que lo adentraría en un mundo nuevo, misterioso; un mundo que le generaba cierto temor.
Su vida entera estaba en un punto de inflexión; promediaba la mitad de su vida biológica, estaba a punto de convertirse en padre y, aunque no hubiese existido penetración, lo cierto es que acababa de transitar por su primera experiencia sexual con otro hombre, un combo de emociones que resultaban difíciles de manejar.
Solo la serenidad y fundamentalmente el intentar ser fiel a lo que su naturaleza le reclamaba, podrían hacerlo transitar por un sendero más llano y sin tantas piedras con las cuales pudiese tropezar.

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“Pará que le pregunto…”

–Estoy hablando con Inés, me pregunta si tenemos ganas de reunirnos esta noche –dijo Marina, dirigiéndose a Aquiles.

–Acabo de leer el mensaje que me envió Adrián. Yo cero ganas de salir, pero si ellos tienen ganas de venir, ningún problema –respondió Aquiles, que se había quedado intrigado con lo que fuese que Adrián tenía para contarle, más allá de que era improbable que pudiesen encontrar el espacio como para hablar en privado.

–Me dice que no tiene problema, pero que no quiere salir, así que, si se quieren venir, vengan; si no, lo dejamos para otro momento –dijo Marina, dirigiéndose a Inés.

Continuaron hablando por unos minutos y colgaron.

–Vienen para acá y traen todo, porque Inés estuvo cocinando tartas y tortas –dijo Marina.

–Genial, con lo rico que cocina –respondió Aquiles desperezándose.

“Las chicas ya arreglaron, después nos vemos” escribió Aquiles respondiendo a los mensajes de Adrián.

–¿Tomamos unos mates? –preguntó Marina desde la cocina.

–Prefiero un café con leche –dijo Aquiles, entrando a la cocina y en medio de un bostezo.

–Dormiste como tres horas –dijo Marina.

Aquiles miró el reloj en la pared y se dio cuenta de que efectivamente, ya eran casi las seis de la tarde.

–Falta de sueño y cansancio acumulado; creo que ya me puse al día –dijo Aquiles, que se sentó a disfrutar del café con leche que le había preparado Marina.

–No para de llover –dijo.

–Y anuncian que mañana va a seguir igual –dijo Marina.

–¡Qué lástima! –exclamo Aquiles, haciendo un gesto como expresando que, en verdad, estaba feliz de que el clima continuase así.

–El martes tenemos la ECO y sabremos el sexo de nuestro hijo –dijo Marina.

–Sí, lo tengo agendado –respondió Aquiles.

–¿Alguna intuición? –preguntó Marina.

–La verdad es que ninguna, no pienso demasiado en ese tema –dijo Aquiles.

–Es varón –dijo Marina, como si estuviese absolutamente segura.

–Bueno, el martes lo sabremos… me voy a dar una ducha rápida –dijo Aquiles, que luego de terminar con su café con leche, se levantó y se dirigió hacia el baño.

Parado bajo la flor de la ducha y sintiendo la tibia lluvia de agua que caía sobre su cuerpo, comenzó a reflexionar sobre la manera en la que venía transitando y aceptando sin demasiados conflictos ni cuestionamientos lo que acababa de vivir junto a Alejandro. Le sorprendía la calma con la que estaba enfrentando el hecho de haber experimentado algo que en su vida hubiese imaginado que iba a vivir.

Luego de unos breves minutos de reflexión, cerró las llaves, salió con toallón en mano, se secó y caminó hacia el vestidor; agarró un bóxer , medias y remera limpias y se puso el mismo pantalón y buzo que se había puesto a la mañana. No tenía la más mínima intención de ponerse siquiera un jean y mucho menos calzado.

Sin ganas de hacer nada más que descansar y relajarse, con control remoto en mano, se tiró nuevamente en un sillón del estar y encendió la TV para buscar algo que lo entretuviese.

Pensó en Marcos y en Félix, aunque no tenía siquiera sentido preguntarle a Marina si les había dicho algo a Paula y a Sofía, porque sabía que no lo había hecho; además, realmente tenía ganas de pasar una noche tranquila, y con Adrián e Inés estaba bien.

Apenas pasadas las siete y treinta sonó el portero.

–Son los chicos –gritó Marina desde la cocina.

–Bajo –dijo Aquiles, que fue a agarrar zapatillas y salió del departamento, para regresar junto a la pareja de amigos, cargando algunos paquetes sobre sus manos, mientras que Adrián cargaba botellas e Inés el paquete con la torta.

Fueron directo a la cocina para dejar todo y se saludaron con Marina.

Aquiles se había quedado sorprendido por el rápido crecimiento de la panza de Inés, a quien aún le faltaban dos meses para parir a Franco.

–Che, impresionante la panza de Inés –dijo Aquiles, que junto a Adrián se habían ido al estar.

–¡Viste!, está enorme… estamos garchando solo de costado o ella encima mío, porque con esa panza, de otra manera no llego –dijo Adrián riendo.

–Imagino que no –dijo Aquiles.

–Contame algo que se pueda contar del viaje –dijo Adrián.

–Mejor te cuento lo que no se puede contar –dijo Aquiles, escuchando que sus mujeres estaban hablando vivamente en la cocina.

–¿Qué pasó? –preguntó Adrián.

–Venía todo bien, tranquilos, lo habíamos dejado en claro antes de viajar; estábamos enfocados en el trabajo y más allá de algunas que otras cosas que me di cuenta de que no las hacía adrede, todo dentro de los que habíamos ido a hacer –dijo Aquiles.

–Contá boludo… ¿cosas como qué? –preguntó Adrián.

–Nada… Imaginate que Alejandro vive solo y que está acostumbrado a manejarse con absoluta libertad; de repente, salía de la ducha y regresaba a la habitación completamente en pelotas, como si estuviese en su departamento y solo, cosa que obviamente no me iba a horrorizar, pero que sí me ponía medio incómodo por lo que había sucedido –dijo Aquiles.

–Y sí, es comprensible –dijo Adrián.

–Se lo dije, y a partir de ese momento, después de ducharse comenzó a atarse un toallón a la cintura para caminar hasta su cama. La verdad es que se venía portando bien.

–Bueno, bien entonces –dijo Adrián.

–Sí… Además de eso, solo había sucedido algo medio incómodo que tampoco había sido hecho adrede por ninguno de los dos –dijo Aquiles.

–¿Se agarraron las pijas? –dijo Adrián riendo.

–No boludo… pará. Un día, antes de salir para tribunales, a Alejandro no le salía el nudo de la corbata, por lo que le ofrecí hacérselo. Estaba parado frente a él y cuando tiré para ajustárselo, medio que perdió el equilibrio, se vino hacia mí y nuestros bultos se apoyaron… No me sonó a que lo hubiese hecho a propósito, pero fueron unos segundos de incomodidad –dijo Aquiles.

–Huy… picante –dijo Adrián.

–Lo picante mal fue lo que sucedió la última noche –dijo Aquiles.

–¿Cómo te fue en el viaje? –preguntó Inés, acercándose al estar con bandejas en la mano, que dejaba apoyadas sobre la mesa ratona.

Adrián hizo un gesto como maldiciendo su interrupción, sabiendo que se venía una historia caliente.

–¡Huy!, ¡qué bien que se ve esto! –dijo Aquiles, al ver los pancitos caseros rellenos con quesos, rodajas de aguacate, jamón y salmón.

–Todo hecho por mis hábiles manos –dijo Inés.

–Una maestra… –dijo Aquiles, que agregó– el viaje bien, la verdad es que nos salió redondo y encima pude conocer algo de un lugar al que jamás había ido.

–Viste que imponente es ver las montañas nevadas al lado del mar –dijo Adrián.

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