Alejandro giró, haciendo que la espalda de Malena quedara apoyada contra la pared y afirmándose sobre el piso de la bañera, comenzó con una seguidilla de embestidas cada vez más potentes.
Malena sintió el contacto de su espalda contra los fríos cerámicos que cubrían la pared, pero su calentura fue más fuerte y se entregó a pleno para disfrutar de ese momento de placer sexual.
Alejandro continuó con las embestidas y sintió como las uñas de Malena se clavaban en su espalda, mientras que emitía un gemido que fue seguido por un grito, anunciando que se encontraba en medio de un orgasmo.
Alejandro dejó fluir su energía y se concentró en su propio placer, logrando que, en tres o cuatro embestidas más, su esperma comenzara a fluir, provocándole una inmensa sensación de placer, que expresó por medio de un grito incontenible, mientras que sus piernas se aflojaban y comenzaban a temblar.
Malena bajó sus piernas, liberándolo de la carga y haciendo que el miembro de Alejandro saliera de su vagina.
–Bienvenido –dijo, mientras que volvía a comerle la boca y luego se arrodillaba para mamarle el miembro y limpiárselo con la lengua.
Agarró un toallón que ató sobre sus pechos y caminó directo al cuarto, como si nada hubiese sucedido y satisfecha por haber complacido sus propios deseos.
Alejandro permaneció por un momento bajo el agua y lavó nuevamente sus genitales. Cerró las llaves de agua, agarró un toallón, se secó y lo ató a su cintura.
Salió del baño y se encontró con Malena, que sentada en la cama y secándose el pelo, ya tenía puesta una bata blanca.
Alejandro disfrutaba de ese tipo de detalles y utilizaba su dinero para comprar cosas que lo hicieran sentir bien y que le generasen placer; una de ellas justamente, era el detalle de tener un juego de batas blancas para ser utilizadas por él y por quienquiera que fuese su compañía.
–¿Qué tal tu semana? –preguntó Alejandro, como si lo ocurrido hacía apenas unos minutos se hubiese tratado de solo un trámite que había concluido y ya, a otro tema.
–Bien, bastante estudio, se vienen los parciales, pero todo bien –respondió Malena, que preguntó– ¿y tu viaje?
–Todo bien, nos salieron las cosas redondas y muy lindo el lugar –respondió Alejandro, sin explayarse demasiado. En todo caso, ya habría tiempo como para hacerlo, si es que tuviese ganas y si fuese que Malena se mostrase interesada.
–Bien, me alegro –dijo Malena.
Alejandro dejó caer el toallón y caminó hacia el vestidor. No le resultaba cómodo cenar vestido con una bata, por lo que decidió cambiarse y ponerse algo cómodo. Como copiándose de Aquiles, se puso un bóxer , una remera de mangas largas, un buzo, un jogging y medias abrigadas.
–¿Cenamos? –preguntó al regresar al cuarto.
–Dale –respondió Malena.
Fueron hacia la cocina. Mientras que Alejandro sacaba del freezer las latas que había puesto y agarraba un par de platos y de vasos para llevar a la mesa ratona del estar, Malena sacaba del horno las pizzas que aún se mantenían calientes.
Se sentaron sobre uno de los sillones, encendieron la TV y comenzaron a disfrutar de la cena.
–¿Qué onda tu jefe? –preguntó Malena.
Alejandro no entendía exactamente hacia donde apuntaba concretamente la pregunta; lo que sí le había quedado claro desde aquel sábado en el que los había presentado ahí mismo luego de la carrera, es que ella le había puesto el ojo encima y quien sabe las cosas que había imaginado con su cabecita sexópata y desprejuiciada.
–¿Qué onda en qué sentido? –preguntó Alejandro, pensando en si contarle todo lo que realmente había sucedido, o si acotar el relato obviando esa parte de su intimidad.
Pensó en que tampoco le había contado lo sucedido en Brasil con Facundo, aunque la situación había sido absolutamente diferente, porque de por medio había estado otra mujer y si bien ellos llevaban una relación que implícitamente era abierta, jamás se habían contado con quien habían estado en la cama.
–Ah, sí… es la primera vez, re buena onda Aquiles, bien. En verdad, con el tema de los encuentros de fútbol y de las clases de windsurf, ya hace un tiempo en el que la relación se hizo más fluida y es cierto lo que decís; al estar compartiendo todo durante unos días, nos hizo generar otro tipo de vínculo –respondió Alejandro, dejándolo ahí, aunque sabía que, probablemente, de contarle lo que había sucedido la última noche, no haría otra cosa más que calentarla y motivarla como para que se le fijara la idea de hacer un trío con ellos dos.
Quizá, si en otro momento se daba la situación y él se sintiese con ganas de abrir el juego, se lo terminaría contando, no tendría ningún problema en hacerlo. Por el momento, sintiéndose realmente cansado, prefirió desviar la conversación para otro lado y comenzó a contarle sobre la cena en la estancia de los Evans y sobre la excursión por el Canal de Beagle, cosas que, probablemente, a Malena no les interesarían demasiado.
Terminaron de cenar en medio de conversaciones sin demasiada trascendencia y ya siendo las dos de la mañana, con la fuerte tormenta golpeando a la ciudad, llevaron todo a la cocina y fueron hacia el dormitorio.
Malena tuvo la intención de iniciar una segunda sesión de sexo, por lo que, al salir del baño, se deslizó entre las sabanas y se acercó al cuerpo desnudo de Alejandro, le agarró el miembro, pero no hubo reacción. Alejandro ya estaba dormido y se sentía realmente agotado como para dar respuesta a los deseos de Malena.
Entendiendo el mensaje, giró su cuerpo, abrazó la almohada y se quedó dormida.
Capítulo 4
Reunión distendida
Aquiles había terminado la mañana del sábado metiendo en el lavarropas todo lo que había usado en el sur, ropa que tenía prolijamente separada en una bolsa, y en ordenar en el vestidor lo que no había utilizado.
A pesar de que no había descansado muy bien, se sentía con energía, contento de estar nuevamente en su hogar y con el clima que acompañaba de manera ideal como para no hacer absolutamente nada.
–Muero por unos ravioles de ricota con nueces, pero me da fiaca salir con esta lluvia –dijo, sentándose en el comedor diario, donde Marina leía el diario.
–Qué rico, voy yo –dijo Marina.
–No, no… me pongo unas zapatillas y voy yo –respondió Aquiles, que en menos de diez minutos estaba caminando por la vereda en camino hacia la casa de pastas.
Luego del almuerzo, que Aquiles acompaño con una copa de vino tinto y que culminó compartiendo con Marina el helado que aún quedaba en el freezer, se tiraron a ver TV en los sillones del estar y se quedó profundamente dormido.
Despertó con el sonido de la voz de Marina, que estaba hablando por teléfono en el comedor diario. Por el contenido de la conversación, sin duda alguna, hablaba con Inés.
Agarró su celular que había dejado sobre la mesa ratona y vio que tenía dos mensajes de Adrián, preguntándole si tenían ganas de reunirse a la noche.
Marina se acercaba al estar con el teléfono en la mano y al verlo a Aquiles despierto dijo:
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