Marcos González Morales - Hijo de Malinche

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Con un mensaje de WhatsApp procedente de un número desconocido, el periodista Martín Cortés comienza, a regañadientes, un vertiginoso viaje de descubrimiento personal, social y emocional. Muy pronto, Martín comenzará a entender que lo poco que sabía sobre México dista mucho de la realidad, y que el batir de las alas de una mariposa puede cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos, incluida su vida. Hijo de Malinche es una explosiva novela negra de aventuras con tintes sobrenaturales. Mezcla de realidad y ficción que homenajea a los que trabajan por un mundo mejor y habla de felicidad, sexo, doble moral, periodismo social, valores, ODS… Hijo de Malinche, la primera novela del periodista Marcos González, narra la transformación vital de Martín Cortés, un periodista catalán y español que, por diversas circunstancias, comenzará a creerse que es la reencarnación del hijo de Hernán Cortés, y conquistará y será conquistado por 'las américas' en pleno siglo XXI.

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—Yo te agradezco que me hayas enseñado algunos trucos de la profesión —le dijo Cortés ofreciéndole la mano.

—Pues vaya con el periodista —se quejó el Mafias—. Culé tenías que ser y más rojo que la pata de una perdiz, ¡fijo!

—¿Cómo dices?

—Me refería a que me invitaras a una velada romántica con una de estas féminas que se desnudan tan graciosamente.

—¡Eso no va a ocurrir! —le aseguró Cortés.

—Al menos me invitarás a un par de cervezas —insistió el detective.

Aquella noche, mientas bebían, Cortés y el Mafias hablaron del caso largo y tendido. A ambos les pareció interesante lo que habían descubierto en tan poco tiempo en el caso del putero, pero a Cortés no quiso seguir indagando y destruir la vida de una persona por mucho que robara a su empresa.

Cortés lo vio llegar mientras observaba la calle a través de la ventana del establecimiento. Se alegró de ver su figura, flaca como una espiga, y aquellos ojos febriles que denotaban a una legua el gusto del detective por el sol y sombra y el vino barato de las tabernas del Raval barcelonés.

—¿Cuántas copas llevas ya, Mafias? —le saludó Cortés.

—Las que sean, chavalín. Por cierto, recomiéndame algún otro bar por aquí.

—¿Un bar? —inquirió Cortés volviendo los ojos del revés.

—¡Eh! ¿Ya me quieres poner los cuernos? —rio Puig, el dueño del garito.

—Los collons te voy a poner —repuso el Mafias—. Bueno, socio, a ver qué tenemos. Y mientras me cuentas invítame a una copa que necesito echarle combustible al buche.

Cortés le explicó por encima el encargo de México. Que tendría que hacer una serie de entrevistas pero que en realidad se trataba de una tapadera para desenmascarar a un topo que vendía secretos comerciales del banco a la competencia.

—Interesante… —musito el Mafias—. ¿Sabes, chaval? Pienso que te vendrían bien unos cacharritos que tengo.

El detective le contó que había conseguido unos estupendos dispositivos a los que llamaban «USB-ESPÍA» que debían ser colocados en los ordenadores personales de los empleados, para así descargar la información que contuvieran. Era obvio que debía ser Cortés el que colocara los artefactos en las computadoras de la empresa y en los ordenadores de los ejecutivos, para lo cual debía ganarse la confianza de algunos de ellos. Se le encogieron los testículos como cacahuetes solo de pensar que le descubrieran insertando aquel artefacto en el ordenador de una persona que, al fin y al cabo, no era más que un trabajador.

—Uf, no sé si me atreveré.

—¡Ja! Piensa en el dinero que te van a pagar, socio, y en la propina que me vas a dar a mí. El caso es que debes trabar amistad con las personas que creas que pueden ser sospechosas y enchufarles uno de estos pirulos. —El Mafias se sacó del bolsillo lo que parecía ser un pendrive normal y corriente—. Esto lo debes llevar siempre encima, nunca se sabe cuándo puede surgir una oportunidad de poner las banderillas, y ¿quién sabe? Lo mismo cortas oreja y rabo de una tacada.

—No me gustan los toros —rio Cortés.

—Es lo que hay —le dijo el Mafias—, así que apechuga, chavalín, que diez mil del ala son muchos euros, no me jodas.

—Eh, tranquilo, que a ti te tocarían mil pavos como mucho.

Lo cierto era que a Cortés el tema del reportaje no le preocupaba, era lo que solía hacer en su trabajo, pero no tenía ni idea acerca de cómo afrontar lo segundo, el tema del espionaje.

—Sé tú mismo —le aconsejó el Mafias.

—Mi jefe me ha dicho lo mismo. ¡Como si eso me fuera a servir de ayuda!

Cortés pensó que, al menos, tenía algo por dónde empezar con el asunto del topo. También le pidió al Mafias que procurara tener con él una comunicación fluida durante las dos semanas que estuviera en México.

CAPÍTULO 8

La buena suerte

«Voy a estar más alerta, más tiempo conmigo; que cada

vez soy más consciente que la vida sin darnos cuenta se consume en un suspiro».

Siendo uno mismo (Manuel Carrasco)

1 de diciembre, Ciudad de México

Las últimas semanas antes de viajar le habían pasado a toda velocidad. Cortés se había dedicado a resolver asuntos que tenía pendientes en la oficina, un reportaje sobre el fascinante mundo de la externalización de nóminas y otro acerca de la influencia perversa de las nuevas tecnologías en las pymes. Además, aprovechó para releer los libros que tenía en casa sobre México y la Conquista española, procuró pasar todo el tiempo que pudo con Marina y visitar a sus padres con cierta frecuencia. Un día notó que su padre le miraba con preocupación.

—Martín, ¿quizá es que no duermes bien? —le preguntó mientras tomaban un refrigerio en la cocina.

—Esta noche he vuelto a tener la pesadilla de los perros —le confesó Cortés en voz baja.

—Ah, ¿sí? Pobre, hacía mucho tiempo que no te pasaba, ¿verdad? —se interesó su padre. Tenía una copa de vino cogida por el tallo de cristal, y la hacía girar lentamente sobre sí misma, concentrado.

—Sí, pero últimamente me ocurre con frecuencia, no sé si es por esto de que me marcho a México y estoy inquieto. Esta vez me encontraba en el campo. Era de noche y me quedaba paralizado por completo, los perros hacían conmigo lo que querían —le comentó mientras se servía de la misma botella que había envasado su padre, un vino ecológico al cien por cien, tal y como solía jactarse. Pero hoy ninguno estaba para bromas.

Su padre hizo una mueca, levantó la vista y le dio la razón. La copa dejó de girar entre sus manos.

—Uf, no me lo recuerdes, y menos a tu madre, le diste un susto de muerte. Y eso que tus abuelos no nos quisieron decir nada del ataque de los chuchos ni de que te quedaras catatónico varios días. Creo recordar que nos lo contaron casi una semana después.

—Eso nunca lo he entendido, ¿cómo fueron capaces de ocultaros algo así?

—Cortés frunció el ceño mientras se recostaba en la silla y se llevaba la copa a los labios—. Madre mía, me hacéis eso a mí con Marina y la lio parda.

—Eran otros tiempos, Martín —Su padre hizo una larga pausa, parecía calibrar sus respuestas—. No era santo de mi devoción, ya sabes lo que le hizo a tu tatarabuelo su antecesor, pero el cura era muy querido y respetado en el pueblo y él les pidió que, para no alarmarnos, no nos dijeran nada hasta que recobraras el conocimiento.

—Recuerdo que me despertaba chillando en la madrugada. Me quedaba en shock cuando se me aparecían los perros en sueños y ellos me mordían y mataban.

—Pobre. Bueno… no le hagas caso, ya sabes que, si te pasa de nuevo en la vida real, hay que agarrar a los toros por los cuernos y a los perros por la cola…

—Y a las mujeres, ¿por dónde se las coge? Porque a la mía ya no la aguanto. Su padre reprimió una carcajada.

—Respecto a eso no te puedo dar consejos.

Cortés pensó en contarle que había descubierto unos mensajes de texto en el móvil de Laura semanas atrás. Al final decidió no hacerlo. Prefería guardarse aquello para él, aunque pensaba utilizarlo llegado el momento. De repente oyó a su madre hurgar en la cerradura. Segundos después, tenía a Marina en los brazos, colgada de su cuello, besándole y jadeando como si acabara de correr los cien metros lisos.

—No sé qué pasará cuando vuelva de México. Me gustaría pediros que me preparéis la habitación por si acaso —dijo Cortés, cuando la pequeña se marchó al baño.

—Cuenta con ello —asintió su padre—. De todas formas, pienso que saldrás adelante, siempre has sido un chico valiente.

Días después se encontraba en el aeropuerto, despidiéndose de sus padres, de Marina y de Laura.

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