La cabeza y el corazón me laten con fuerza mientras pronuncio las últimas palabras.
—Lárgate.
Pasa otro minuto en silencio, y finalmente levanto la vista. Jordan está sentado junto a mí con cara de preocupación. Tiene los ojos cerrados y se frota la frente.
—Te he dicho que puedes irte. —Mi voz es débil, y la odio.
—No quiero —responde de inmediato, y luego abre los ojos y me clava la mirada—. ¿Cuál es tu apellido, Riley?
La pregunta me parece extraña, pero como le he mentido, tal vez quiere confirmar mi historia. Parece que mi familia está llena de mentirosos. No puedo culparlo.
—Beckett —respondo.
—Beckett, está bien.
Jordan inspira lenta y profundamente. Luego me pregunta lo único que no estaba esperando.
—¿Cómo te puedo ayudar?
Niego con la cabeza, confundida.
—¿Ayudar?
—Sí. Odio verte así. —Apoya su mano en la mía un instante—. No importa lo que tu padre haya hecho, tú no eres responsable. ¿Cómo te puedo ayudar?
Me siento muy recta y aparto la mano de un tirón.
—¿Quién dice que lo hizo?
Una sombra cruza el rostro de Jordan.
—¿Te ha dicho que es inocente, entonces? ¿Le crees?
Me desplomo al instante, porque la verdad es que ya no lo sé. Me noto un poco más lúcida, tengo náuseas y me gustaría no haber tirado la botella de ron. De pronto vuelvo a llorar y a murmurar cosas que sé que no debería contarle a nadie, pero no aguanto más tiempo guardándomelas solo para mí.
—Siempre ha mantenido su inocencia. Desde hace once años. Pero hoy me ha contado que miente. Me ha dicho que quiere que mi madre y yo continuemos con nuestras vidas. Quiere que lo dejemos ir.
—Chist. Tranquila.
Jordan se acerca a mí, me rodea los hombros y me lleva despacio hacia él.
—¿Y tú cuál crees que es la verdad? —me pregunta tras unos segundos.
Niego con la cabeza y eso hace que todo empiece a girar.
—No lo sé. Y odio no saberlo. ¿Cómo voy a poder vivir sin saber quién es mi padre?
No responde, me abraza y me deja llorar en su hombro. No me odia por quién es mi padre, no piensa que soy débil como mi madre. Se limita a susurrarme que todo irá bien, y eso es exactamente lo que necesito en este momento.
Cuando dejo de llorar, no me muevo, aunque sé que debería. Siento su torso firme y fuerte bajo mi cabeza, y el calor de su mano en mis hombros mientras me sostiene. Huele a jabón y a algo con almizcle, y me dan ganas de cerrar los ojos y relajarme. Mis pensamientos están fuera de control y parece que llegan directos a mi boca sin filtro alguno.
—Hueles tan bien... ¿Te acabas de duchar?
Se ríe, sorprendido, y siento su aliento cálido en la cabeza.
—Sí. Mi padre me ha hecho jugar un partido de fútbol en el vecindario.
—¿Los partidos que jugáis en el vecindario siempre se disputan tan tarde?
Trato de incorporarme, pero no lo consigo y termino apoyando la cabeza en su hombro porque la siento aún más pesada que antes.
—No, ha terminado hace unas horas, pero empiezan cuando cae el sol. Es mejor empezar tarde cuando hace tanto calor.
—¿Y tu padre te ha hecho jugar?
Trato de rascarme la nariz, pero casi me saco un ojo.
—No le gusta mucho que hayas dejado de jugar, ¿no?
—No. Esa es una de las muchas razones por las que me he alegrado tanto de que me llamaras.
Jordan refunfuña, y el gesto hace que parezca mayor. Me incorporo de nuevo y lo miro.
—Se me hace incómodo estar en casa cuando tenemos conversaciones de este tipo —añade.
—¿Muchas razones? —pregunto.
Noto que me sonrojo, pero luego frunzo el ceño. Jordan está balanceándose y me marea. Estoy a punto de pedirle que se quede quieto, pero de repente me doy cuenta de que no es él quien se está moviendo. Soy yo.
—Creo que es hora de que vuelvas a casa.
Me tiende una mano para ayudarme a mantener el equilibrio e incorporarme. Me coge del codo y me guía hacia el aparcamiento.
—¿Has traído algo más al parque aparte de tu amigo el ron?
—No. Estábamos solo nosotros dos.
Caminar parece que empeora mi estado, y me siento un poco descompuesta.
—Y creo que no somos amigos.
—Probablemente no —Jordan se ríe entre dientes.
Casi hemos llegado al aparcamiento cuando salgo corriendo hacia la izquierda, arranco el codo de su mano y me alejo tambaleante. Pongo la distancia apropiada entre los dos justo a tiempo para soltar a mi no amigo sobre el césped.
Un par de minutos después, las arcadas han parado, pero me arde la garganta, me duele la barriga y estoy segura de que huelo a vómito. Jordan empieza a caminar hacia mí cuando ve que me dirijo de nuevo hacia él. Levanto una mano.
—Dado que esta chica tiene una mínima esperanza de volverte a ver a la cara después de lo que ha pasado hoy, te pido que por favor no te acerques demasiado —suelto, débil.
Él se detiene de golpe y se ríe.
—Está bien, pero no puedes conducir así.
—Lo sé, pero puedo caminar. No vivo muy lejos. Ya vendré mañana a por el coche.
Me tropiezo con mis propios pies, pero me las arreglo para no caerme de boca.
Jordan niega con la cabeza.
—¿Qué te parece si llegamos a un término medio? Yo te llevo a casa en tu coche.
Inclino la cabeza, confundida.
—Pero entonces estarás en mi casa... y tú no vives allí.
—Lo sé —Jordan se ríe aún más fuerte—. No hay problema. Volveré caminando a buscar mis dos ruedas.
Abro los ojos.
—¿Has venido en bici?
Sonríe y le aparecen unas arruguitas alrededor de los ojos.
—Otro tipo de dos ruedas. Tengo una moto.
Niego con la cabeza tan rápido que tengo que darme un momento para respirar.
—No sé conducir una de esas.
—Me lo temía. Y hacerlo borracha la primera vez tampoco es que sea el mejor plan.
Me guiña un ojo, y me doy cuenta de que ha vuelto a acercarse.
Doy un paso al lado.
—Entonces, ¿tú puedes volver aquí andando en plena noche y yo no puedo regresar caminando ahora?
Baja el mentón y me mira directamente a los ojos.
—¿Me estás diciendo que es lo mismo dejar que tú vuelvas a casa andando, sola y hecha polvo que que yo vuelva aquí andando también pero sobrio? Eres demasiado encantadora, y no conozco el vecindario muy bien. No me lo discutas esta vez.
—Ufff, está bien.
Saco las llaves y se las doy, y camino lentamente hacia el coche. Le dirijo un atisbo de sonrisa por encima del hombro.
—Debería haber llamado a Matthew. Seguro que es menos cabezota.
—No lo has visto a la hora de irse a dormir.
Me subo al coche, con movimientos inestables.
—¿Tan malo es?
—Además, no sabe conducir. Confía en mí, soy tu mejor opción.
Gira la llave en el contacto y sonrío mientras apoyo la cabeza en el asiento. Lo que acaba de decir es lo más cierto que he escuchado en mucho tiempo.
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