J. R. Johansson - Condenado a muerte

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Condenado a muerte: краткое содержание, описание и аннотация

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Por primera vez en más de una década Riley tiene esperanza. Nuevas pistas podrían evitar que su padre sea ejecutado por unos
asesinatos de los que se le acusó
injustamente. Sin embargo, tras perder su última apelación, la condena se vuelve inminente y Riley se embarca en una carrera contra reloj para demostrar su
inocencia. Pero ¿merece su padre ser salvado? Una confesión desesperada pondrá a prueba la convicción de la joven, hará que comience a dudar de todo y de todos, e incrementará su empeño para desenterrar la verdad. Riley no descansará hasta que se haga
justicia, incluso si eso significa perder a su padre para siempre.

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Me ha dicho mil veces que estaría con nosotras si pudiera. Pero su deseo no puede hacer desaparecer el acero y los barrotes que un sistema corrompido ha puesto entre nosotros. Mi esperanza no es capaz de borrar las palabras que pronunció el juez Reamers en otra sala de audiencias cuando yo tenía apenas seis años.

Esas palabras destruyeron mi mundo. Me persiguen en sueños por la noche. Incluso he buscado la grabación en internet para comprobar que no lo recuerdo mal. He visto el momento más de una vez. Y pese a que han pasado muchos años, siempre que me siento en una sala de audiencias esas palabras irrumpen en mi mente sin yo quererlo.

«El jurado declara al acusado, David Andrew Beckett, culpable de tres cargos de homicidio punible con la pena de muerte. De acuerdo con las leyes del estado de Texas, este tribunal establece su castigo: la muerte. Por ello ordena que el sheriff del condado de Harris, Texas, lo remita al director de la Unidad Penitenciaria Polunsky, donde deberá permanecer detenido hasta que se cumpla la sentencia.»

—¿Riley?

Mi madre me aprieta una mano, y yo me vuelvo inmediatamente hacia ella.

—¿Sí?

Observo su cara mientras me pregunto si siente lo mismo que yo cuando estoy en esta sala. Mi madre es muy difícil de leer.

Me dedica una sonrisa dubitativa.

—Si crees que no vas a poder aguantar, papá entenderá que...

—No —respondo en voz más alta de lo que pretendía, y me muerdo la lengua tan fuerte que me sale sangre, pero me obligo a no hacer ninguna mueca de dolor.

La espalda de mi madre se pone rígida, pero no puedo ceder, no en esto. Durante el juicio de mi padre me sacó de la sala de audiencias cada vez que el señor Masters creía que mi presencia no iba a ayudarlo. Desde entonces, me he perdido varias apelaciones cuando no he podido convencer a mi madre de que mi padre me hubiera querido allí. Solo cuando me saqué el carnet de conducir comenzó a ceder y a dejarme decidir si quería venir a las audiencias o no. A pesar de eso, incluso ahora, todavía intenta protegerme para que me entere de la menor cantidad posible de detalles sobre el juicio. Se niega a entender que ya no tengo seis años y que no necesita protegerme, y yo no voy a dejar que me despache en la audiencia de apelación final. Hoy me quedo.

—Por favor, necesito estar aquí —digo.

Se relaja, respira hondo, y luego asiente y me da una palmadita en la rodilla.

Sé que mi madre está preocupada por cómo manejaré la situación si esta apelación no sale bien. Mi padre siempre dice que las cosas buenas llevan tiempo. Al menos en esta audiencia no me siento una completa ignorante. Esta vez, mi padre me ha contado que a una integrante del jurado la convenció un familiar para que votara culpable. Es la pista más prometedora que hemos tenido en mucho tiempo, pero no puedo evitar pensar también que es posible que me hayan engañado.

Mi madre se sienta muy recta, con la barbilla alta. Me gustaría saber qué está pensando. Su última visita a Polunsky fue hace más de tres meses, y me pregunto si tras todo este tiempo habrá perdido la esperanza. Quizá solo trata de hacer que le resulte menos doloroso si las cosas hoy no salen como esperamos. Quizá eso sea lo más inteligente, lo más seguro.

El alguacil nos ordena que nos pongamos en pie cuando entra la jueza Howard. Me quito las gafas de sol y las guardo en el bolso. Quiero ver todo lo que pasa con claridad. La túnica negra de la jueza flota a su alrededor y hace que parezca un presagio de la muerte y no el símbolo de justicia que debería representar. Cuando tomamos asiento, se la ve casi aburrida mientras revuelve el montón de papeles que tiene delante. Sé que no debería enfurecerme tanto, pero es que ella tiene tanto poder y yo tan poco... La odio por eso.

Al fin se fija en mi padre.

—Señor Beckett, he analizado las pruebas que ha presentado ante este tribunal. Y, aunque coincido en que los familiares no deberían aconsejar a los miembros de un jurado sobre qué votar, no creo que en este caso el consejo haya influenciado en la decisión del jurado. Eso significa que las pruebas presentadas son insuficientes para concederle el juicio nuevo que ha solicitado, o cualquier otra suspensión de la sentencia.

La respiración se me corta como si un peso enorme hubiera aterrizado sobre mi pecho. La sala se llena de los murmullos y los movimientos de la multitud que ha venido a ver el espectáculo. Del otro lado del pasillo, la gente celebra la decisión. Sonríen y se abrazan ante la idea de la muerte de mi padre. La ironía me resulta enloquecedora y desgarradora a la vez. Ser acusado de matar a alguien es lo que hizo que terminara aquí en primer lugar. ¿Qué clase de sistema es este? ¿Qué clase de justicia hace pagar el asesinato de mujeres inocentes con el asesinato de un hombre inocente?

La mentalidad del ojo por ojo sigue vivita y coleando aquí, en Texas.

Empiezo a encontrarme mal y desearía que todos se fueran. El corazón me late dolorosamente como si quisiera escapárseme del pecho. La cabeza me da vueltas, e intento que no se me note en la cara lo confundida que estoy. Si mi padre se vuelve para mirarme, no quiero que me vea así.

La jueza Howard se recoloca los rizos grises y luego, frunciendo el ceño, coge uno de los papeles que tiene delante.

—Ha sido condenado por el homicidio de tres mujeres jóvenes, señor Beckett. Y son homicidios particularmente espantosos. Palizas violentas y estrangulación. ¿Es correcto?

—He... he mantenido mi inocencia...

Escucho la voz titubeante de mi padre.

La jueza baja la mirada hacia él y lo interrumpe.

—Responda a la pregunta, por favor.

—Sí, el Estado me condenó por ese crimen, su señoría.

Aunque responde de inmediato, me doy cuenta de que está tratando de disimular una leve tensión en la voz.

—Esos crímenes —lo corrige la jueza, con la mirada endurecida.

—Esos crímenes —repite mi padre.

La jueza devuelve la vista a los papeles.

—Dice aquí que ya ha solicitado su recurso de avocación.

Mi padre carraspea antes de responder, y a mí me duele el alma.

—Así es, su señoría.

—Y estoy segura de que como exabogado usted entiende lo difícil que es que la Corte Suprema acepte revisar su caso.

La jueza Howard entorna los ojos varios segundos hasta que mi padre asiente. Luego deja caer un brazo y el papel en el escritorio con un golpe que indica el final de su rechazo.

—Señor Beckett, no tiene tiempo que perder, así que seré breve. Doy por hecho que su caso no va a estar entre los elegidos para su revisión, de modo que esta ha sido su apelación final, y su ejecución será llevada a cabo en cuatro semanas según lo previsto. Por lo que puedo leer aquí, se le ha realizado un juicio justo. Así que le sugiero que usted y sus seres queridos se vayan preparando.

Mi padre no se mueve ni se inmuta. Ni siquiera sé si está respirando. No puedo dejar de mirarlo sin pestañear, tratando de absorber cómo se ve hoy, ahora mismo, antes de que todo cambie.

Lo van a matar. Van a matar a mi padre. Y no puedo hacer nada para detenerlos. Si estuviéramos en la calle en lugar de en una sala de audiencias, llamaría a la policía. Ahora mismo, no puedo hacer más que contemplarlo todo horrorizada. Siento que a mi alrededor las personas se levantan, pero el mundo cambia y gira, y creo que me estoy cayendo hasta que me doy cuenta de que no soy yo la que se está moviendo.

Mi madre se cae del asiento y se golpea contra el suelo. Tardo tres segundos en poder reaccionar.

—¡Mamá!

Inspira, expira. Me recuerdo que debo respirar mientras le busco el pulso. Mi mundo se ha detenido, no avanzará hasta que sepa si por lo menos me queda un padre.

Entonces siento la vibración ligera pero constante de sus latidos, y un suspiro se me escapa desde lo más hondo de los pulmones. Me inclino bien cerca para abrazarla, y la escucho respirar suavemente en mi oído. El señor Masters se ha acercado. Murmura algo que no entiendo, apoya las manos en mis hombros y me aleja con cuidado.

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