Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar - Sin redención
Здесь есть возможность читать онлайн «Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar - Sin redención» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Sin redención
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Sin redención: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sin redención»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Sin redención — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sin redención», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—De la central me informaron que la víctima estaba casada con Andrés Toro Navarro. Tengo su dirección, donde trabaja. Parece que era una mujer de bien, lo que no impide que fuese toda una puta —dijo Paredes.
—¿Usted encontró a la víctima? —le preguntó Vargas a la mucha-cha.
—Sí.
—¿La escuchó gritar?
—No. No escuché nada.
—¿Cómo se enteró entonces?
—Subí con las sábanas nuevas y ahí la vi y llamé al tiro a Carabineros.
—Entonces es usted la recepcionista y la mucama. Harto trabajo, ¿no? —dijo Paredes.
—No… hoy fue una excepción. No vino la otra niña.
—¿Está segura?
—Sí. Además no había mucho trabajo como para llamar a otra.
—¿Cuál es su trabajo aquí?
—Yo me quedó en la recepción. Abajo.
—¿Entonces usted ve a la gente cuando entra y cuando sale?
—Sí.
—Venga, acérquese entonces. Mire bien a esta mujer —la muchacha obedeció—. ¿Recuerda cuándo entró?
—Sí, la vi —la muchacha tuvo que correrse algunas mechas rubias de la chasquilla que le tapaban parte del rostro.
—¿Estaba acompañada?
—No, creo que no.
—¿Entró sola, entonces?
—Creo que sí.
—¿Cree o está segura?
—No la vi acompañada.
—¿Y cuando pidió la pieza?
—Aquí no es necesario pedir pieza, señor. O sea, no me la piden a mí —la voz de la muchacha disminuía a cada respuesta. Estaba aterrada.
—¿Cómo no es necesario? Explíquese.
—No lo es.
—¿Y cómo es entonces?
—Cuando llegue el dueño…
No la interrumpieron, la muchacha no terminó la frase.
—No nos haga perder más tiempo, ¿quiere?
—Responde: ¿cómo se hace aquí para pegarse un polvo? —le ordenó Paredes.
—Esto funciona diferente.
—¿Cómo diferente?
—Diferente. No es un motel cualquiera.
—Eso está claro, no se ven hueaítas de luces, jacuzzi ni carruseles dorados —le dijo Paredes.
—La gente que viene aquí no busca luces ni carruseles. Buscan sexo. No hueaítas —le respondió la muchacha.
Vargas soltó una especie de risa, dándole un par de palmadas al criminalista que movió la cámara y le sacó una foto a Paredes, apuntándole el flash a la cara.
—¿Cómo funciona esto entonces, señorita? —volvió a preguntarle Vargas.
—La gente que viene para acá se inscribe en piezas. Algunos vienen solos. Otros vienen con pareja.
—¿Les contratan acompañantes?
—Si alguien lo pide, sí. Pero hoy no pidió nadie.
—¿Era cliente frecuente? ¿Recuerda haberla visto antes?
—Me parece que sí.
—¿Siempre sola?
—No recuerdo.
—¿Esperaba a alguien?
—No lo sé.
—¿Vino a ducharse no más? —le dijo Paredes.
—Hay gente que busca sexo, así, casual, ¿me entienden?
—No —le contestó Vargas.
—Buscan sexo con gente que no conocen. Con cualquiera. La gente se inscribe en piezas, pone si es mujer u hombre y lo que le gusta hacer. Otra persona se inscribe también en esa pieza y pasa lo que tiene que pasar. Así es a veces. Pero también pasa de forma… normal.
—Y ella, ¿era de las normales o no?
—No lo sé, no la recuerdo. Creo haberla visto antes, pero puedo equivocarme. Aquí entra mucha gente.
—Como una pesca milagrosa —dijo Paredes, y soltó una risa—. Qué mierda.
—¿A qué hora encontró el cuerpo?
—Hace como una hora, quizá.
—Una hora. ¿Cuánto tiempo tienen los clientes?
—Dos horas más o menos, depende de cuánto tiempo inscribieron.
—¿Inscribieron dónde? Eso no le estoy entendiendo —insistió Vargas.
—Por Internet, se inscriben por Internet. Reservan y ponen lo que quieren, si vienen solos, con alguien, si quieren compañía. Eso es lo que no sé de ella. Yo solo me di cuenta de que ya había pasado el tiempo de la pieza y vine a cambiar las sábanas y ahí la vi, así como está ahora y llamé a Carabineros, al tiro, apenas la encontré.
Dos horas, más una desde el llamado. Mucho tiempo, el asesino ya debe estar lejos, pensó Vargas. No lo encontraría entre los otros clientes retenidos abajo. Pero quizá si en los datos de la reserva. Aunque no lo creía.
—¿Cómo piden una pieza?
—En la página. Yo no entiendo mucho de eso. Yo solo miro como un tablero en la pantalla.
—¿Y las reservan con nombre?
—No. O sea sí. Con nombres inventados.
—¿Y cómo pagan?
—En efectivo. A mí o a otra chica. En la caseta de metal de abajo. No se les pregunta nada. Todo está hecho así como privado, discreto.
«Hecho para joderme», pensó Vargas. No sería fácil encontrar la hebra. Supo que no se iría a casa temprano, que no comería. Su fastidio no nacía en el hecho de no acostumbrarse a su trabajo, por el contrario, radicaba en que sabía lo que venía, en que ya estaba completamente acostumbrado.
—Bueno, tendremos que ir a ver eso de las reservas. Por mientras hay que empezar a levantar el cuerpo, ¿o no, Cárdenas? ¿Algo más que podamos sacar de acá?
—No, por mi parte no.
—Bien —sacó su celular y marcó el número del fiscal Erazo. Necesitaba su autorización para llamar al Servicio Médico Legal. El fiscal no le contestó. Él estaba a cargo entonces. Podía dar la orden si quería. Pero se abstuvo.
A diferencia de los médicos que diagnostican basados en el reconocimiento de patrones, el trabajo de un detective, además de nutrirse de las experiencias anteriores, que Vargas podía cuantificar en miles a lo largo de sus treinta años de servicio en la Brigada de Homicidios, tenía que sopesar la condición humana que estaba detrás del delito. Pensó: instintivo o premeditado. Todo indicaba que el crimen había sido premeditado; con o sin experiencia: nadie mata con un arma así si no ha sopesado antes los riesgos de que no funcione bien el plan; con o sin alevosía: la había rematado, no ensañándose, pero quería que muriera; podía ser pasional la causa: tal vez, tal vez no. Un oportunista, sin rastro. Mierda. No podía descartar esa alternativa en un lugar así ni nunca, si de algo podía dar fe es que dementes había por todas partes. Si era un crimen dado por la oportunidad, el panorama se volvía más oscuro. Su esquema no se sostenía y aún era pronto para elucubrar sobre posibles sospechosos… salvo si se arriesgaba y echaba mano a la respuesta más simple que tenía hasta ese momento. Porque los amantes no suelen matar así, los amantes no suelen matar sin que los reconozcan.
—Yo creo que tenemos que llevar a la señorita a la brigada, con un buen apretón puede que suelte algo más —dijo Paredes, descon-centrando a Vargas.
—Paredes, ¿quieres hacer el favor de callarte, por favor? —le dijo Vargas, cansado. Su celular comenzó a sonar, era el fiscal que le devolvía la llamada. Contestó—. Sí, señor fiscal, ¿qué tal? Sí, estamos aquí. Bien, lo entiendo, sí. ¿Puedo llamarlo en unos minutos? En seguida… ¿Cómo? Sí. En seguida —cortó—. Paredes, escúchame bien, quiero que vayas de inmediato a buscar al marido de la víctima. Llévate nuestro auto y dile a uno de los practicantes que te acompañe. Lo vamos a traer hasta acá. Dile al marido que tiene que reconocer el cuerpo, invéntale algo por el estilo. Nada más, sin asustarlo. Si vive en un edificio pregúntales de paso a los conserjes si lo vieron salir. Y usted, señorita, quiero que se quede aquí. Si reconoce al marido tenemos el caso resuelto. ¿Bien? Luego le digo cómo lo vamos a hacer. Anda, Paredes. Tengo hambre y esto lo podemos resolver antes que cierren los chinos. Ah, y dile a los pacos que no dejen entrar a la prensa ni tomar entrevistas. Yo ya bajo para arreglar el tema de los testigos. Dale, parte al tiro.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Sin redención»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sin redención» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Sin redención» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.