—Lo entiendo. No se preocupe. Nunca se está preparado cuando pasan estas cosas.
No quería anticiparse a los hechos ni formarse ninguna idea antes de llegar arriba. La recepcionista estaba junto al dueño del motel al fondo del pasillo. Vargas la vio y maldijo. Ella se quedó paralizada. Paredes fue a buscarla, mientras Vargas y Andrés comenzaban a subir la escalera. Arriba, en la puerta de la habitación, esperaba Cárdenas con sus dos asistentes.
—Es el esposo, ha venido a reconocerla —le dijo Vargas.
—Sí, sí, pase.
Entraron solo ellos dos. Avanzaron hasta la puerta del baño. An-drés clavó su mirada sobre el cuerpo de su mujer. Sus ojos vibraban, incapaces de contenerse. Sus piernas perdieron fuerza y Vargas tuvo que sostenerlo con firmeza. Comenzó a estremecerse. Sin decir nada.
—¿Puede confirmarnos que se trata de su esposa? —le preguntó Vargas.
—Sí, es ella.
—¿Sospecha de alguien que pudo hacerle esto?
—No.
—Trate de…
—Yo sabía que me engañaba, que tenía un amante. Yo la seguí hasta acá una vez. Pero… ahora no.
La recepcionista se asomó por la puerta de la sala. Vargas la miró inquisitivo. Y ella, al borde del espasmo, hizo un movimiento de negación con la cabeza.
—Yo entiendo por qué me hicieron venir —dijo Andrés para sorpresa de Vargas—. Y preferiría decirlo ahora y no tener que repetirlo nunca más. Yo no la maté. No la maté, pero eso no quita que le guarde un rencor infinito.
En la puerta de la sala estaban los de Criminalística, el dueño, la recepcionista, un par de carabineros y Paredes, que los miraban, lejanos, como espectadores de un acto macabro.
—Yo la amé con todas mis fuerzas, nadie puede pensar lo contrario. Pero, al verla así, no puedo dejar de odiarla... no puedo...
De improviso, cayó al suelo de rodillas, como si sus fuerzas lo hubiesen abandonado por completo. Vargas trató de levantarlo de nuevo, pero se contuvo. Andrés comenzó a vomitar, con la frente pegada al suelo, mientras un grito gutural y desgarrador salía de sus entrañas.
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