Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar - Sin redención

Здесь есть возможность читать онлайн «Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar - Sin redención» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Sin redención: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sin redención»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Andrés descubre que Leonor, su mujer, frecuenta un motel clandestino. Un mes más tarde, Leonor aparece muerta en el baño de una de las habitaciones. La novela combina lo mejor de la estructura detectivesca.

Sin redención — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sin redención», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Ella en algún momento volvería. Solo en eso pensaba. No podía quitarse de encima el reloj de la sala. Cerraba los ojos y lo escuchaba. Le quitó las pilas. Pensó dónde sería mejor esperarla. Pensó en el principio de incertidumbre. Pensó en pegarse un tiro y luego sintió la imperiosa necesidad de fumar, a pesar de que no se le había pasado el asma. Sabía que los cigarros estaban escondidos junto con la pistola 9 mm que le regaló el padre de Leonor para que protegiera a su hija. Tal vez sería mejor tirarse por el balcón, pensó mientras fumaba en la logia, con el cigarro por entre la reja para que se fuera el humo. Hacía tres años que lo había dejado para los demás, desde el momento en que su esposa quedó embarazada. «Como tú tienes que dejar de fumar, me parece justo que yo también lo deje», le había dicho entonces. La promesa se mantuvo transformada en mentira desde que ella dejó de engendrar al hijo. Por eso, cuando fumaba, lo hacía a escondidas. Ninguno quería recordar, que nada los devolviera a esos días.

Se tomó el resto de jarabe. Abrió todas las ventanas. Prendió el extractor de la cocina. ¿Qué importa?, pensó luego, sin moverse. Lo apagó. Caminó hasta el dormitorio. Sentarse en la cama aumentó su desesperación. Desde allí podía ver la puerta principal. No quería que se abriera con él estando allí, de frente. No sabía cómo reaccionaría, pero una parte de él quería hacerlo. Que ocurriera. Volvió a la cocina. Prendió otro cigarro y dejó que se consumiera. El reloj detenido de la sala se volvió para Andrés insufrible. Lo descolgó y luego volvió a ponerlo en su lugar, con las pilas puestas y la hora ajustada, según la de su celular. La negación comenzó a aflorar en su cabeza, pero no podía desmentir lo que había visto, la lógica del engaño se imponía frente a su imaginación.

Antes que Leonor llegara debía serenarse, evitar que lo viera caminando de un lado a otro por el departamento. ¿Pero luego? Lo que pensara en esos momentos poco importaba, al entrar, sonriendo, satisfecha, quizá como cada martes y jueves, quizá como venía ocurriendo desde hacía mucho tiempo, sin darse cuenta, todo se regiría por las vísceras y el miedo.

Tuvo la certeza de que algo pasaría. Y aunque nunca le había levantado la mano siquiera, tampoco la había encarado como para ponerse a prueba.

Ninguna sala lo contenía. Estaba oscureciendo. El baño, pensó. El único lugar donde no había estado. Cerró la puerta y se sentó en el borde de la tina, abriendo la llave del lavamanos y dejando correr el agua.

Y desde allí, una, diez, mil horas después, escuchó la llave en la cerradura, la puerta abriéndose y luego los pasos de Leonor deambulando por el departamento.

Andrés salió del baño. Leonor estaba en la cocina, de espaldas. Ella tampoco le habló. Andrés caminó hasta su dormitorio y se tendió en la cama, simulando que dormía. Leonor, horas después, se acostó a su lado y le acarició la nuca deseándole buenas noches. Luego se quedó dormida.

Andrés nunca le habló sobre lo sucedido. Nunca se atrevió. Pero un mes después, frente a su cuerpo desnudo e inerte, tirado en la tina de una habitación del mismo motel donde la vio entrar esa tarde, pudo escupirle todo su odio y su misericordia tardía.

II Vargas

«La toma que no mostró Hitchcock», pensó el comisario Vargas al asomarse por la puerta del baño y ver el cuerpo de la víctima en la tina, con la cortina plástica semitransparente sujetando su cabeza destrozada.

—¿Cómo se llama la película? —preguntó al entrar en la escena. Dos hombres con delantal blanco salieron del baño; no los conocía.

Psicosis , ya lo comentamos. Ahora te saludo —le respondió Cárdenas, el criminalista, de rodillas junto al cuerpo. Luego de tomar una fotografía se puso de pie y le estiró la mano enguantada—. ¿Cómo estás?

—Bien, hasta ahora —le respondió Vargas, tomándole el codo—. ¿Y tú, Cárdenas, qué tal?

—Bien también. No me quejo.

—¿Qué me tienes?

—Lo que ves. Eché una mirada a la pieza y no encontré nada interesante. Aquí solo corté el agua de la ducha y tomé un par de fotos. Nada más. Es toda tuya.

«Comencemos entonces», pensó Vargas, como para darse ánimo. Aunque el procedimiento ya estaba en marcha, desde el llamado de la central a la brigada y luego el del fiscal, que no podía ir, pero que le entregaba todas las facultades para cumplir con su trabajo. Un crimen, al sur de la ciudad, en la periferia. Por turno le tocaba a su grupo, es decir, a él y a Paredes, su aprendiz. En la calle había visto a una patrulla de Carabineros y a un vehículo de la LACRIM, que con sus luces ya habían atraído a una veintena de curiosos que miraban desde la vereda de enfrente, además de un par de camionetas de prensa, que tenía sus propias fuentes para enterarse. Uno de los carabineros se le acercó en la entrada y le contó lo que tenían: «El cuerpo de la occisa corresponde a Leonor Lagos Tapia, treinta y seis años de edad, aparentemente asesinada en el baño de una de las habitaciones de este hotel clandestino; entre sus ropas no fue encontrada su documentación pero sí las llaves de su vehículo, procedimos entonces a abrir un Skoda azul, patente ST-9848, y allí encontramos una cartera con sus objetos personales, entre los que estaba un celular y sus documentos; también retuvimos a los sospechosos que querían dejar el lugar y despejamos todo para que ustedes puedan hacer su trabajo». «Los pacos y sus procedimientos, siempre manchando la escena», pensó Vargas; pero le agradeció de todas formas.

Antes de subir le ordenó a Paredes que se quedara en el primer piso, tomándoles declaración a los posibles huéspedes que no alcanzaron a arrancar del que no parecía ser un Bread and Breackfast ni merecer ninguna estrella. Háblales, le dijo, sácales algo, con discreción.

El recinto se parecía a un edificio de departamentos deshabitados, «un bloc similar a donde yo vivo», pensó Vargas, un lugar bastante deprimente. La habitación consistía en dos cuartos del mismo tamaño: el primero vacío, y el segundo con una cama y un acceso al baño.

—¿Cuando llegaron, había alguien más en la habitación? —le preguntó Vargas a Cárdenas.

—No, nadie. Abajo estaban los pacos con la muchacha que la encontró. Parece que es la encargada de la limpieza o algo así.

—¿Y esa mujer?

—Debe estar con ellos todavía.

—Ey, tú —le dijo a uno de los con delantal—, ve a buscarla, por favor.

El tipo aceptó de mala gana.

Seguir el curso de los acontecimientos, dilucidar los previos; «un caso más, solo eso, otro muerto», pensó Vargas. «Si la llamada hubiese demorado una hora estaría en otro lugar, en mi casa quizá». Pero no había sido así y allí estaba, trabajando luego de un día entero de espera. Tenía hambre. Pensó en los chinos. Pensó que quizá era mejor estar ahí y no en su casa. Pensó que quizá era mejor estar ahí pero no con el estómago vacío. Le costaba dormir cuando no tenía nada nuevo en la cabeza, alguna preocupación que alejara esa sensación de vértigo o pánico o como nombraran sus síntomas o sus diagnósticos los médicos. Reemplazar sangre por sangre, muertos por muertos, aún tibios, era mejor que engullir pastillas. Lo tranquilizaba más.

—Si tenía alguna marca en el cuerpo, ya se lavó. No creo que encontremos algo. Excepto si la dejó guardadita en el baúl —le dijo Cárdenas.

—Tranquilo, un poco de seducción antes de abrirle las piernas —le contestó Vargas, recorriendo el cuerpo aleatoriamente con la mirada.

Tiene que haber sido bonita, pensó. Pero ya no. Tenía la piel hinchada y su postura era rígida como solo un cuerpo inerte puede adoptar. El brazo derecho cubría en parte su vientre, tenía la mano abierta, un anillo de matrimonio en el dedo y las uñas sin pintar, el brazo izquierdo detrás de la espalda, forzado, con el hombro hacia adelante y el mentón apoyado en él. Su pierna derecha estaba estirada por toda la tina, y la izquierda, flectada, como si se hubiera sentado sobre el talón, elevando su pubis oscuro, que contrastaba con la blancura de su piel, al igual que sus pezones y una docena de lunares negros e irregulares en forma y tamaño repartidos por su cuerpo. En su cuello colgaba un collar de plata. Su cara estaba tapada por mechones de pelo, algunos lisos y otros enmarañados que salían de la protuberancia que contenía uno de los puntos de impacto del arma. No se apreciaban restos de maquillaje, el agua de la ducha los hubiese esparcido. Su expresión era de lejanía y pasividad, muy diferente a la del sufrimiento, aunque esto no le resultaba extraño a Vargas, quien en muchos casos de muertes violentas había visto dibujadas expresiones discordantes en los rostros de las víctimas. Las mejillas y los labios habían adoptado una coloración grisácea que no desentonaba con su percudida hermosura. Describió en su mente: víctima fatal por acción de terceros, con dos contusiones craneanas, una en la nuca, aún con restos de sangre, y la otra en la frente; sin apreciarse otras marcas como señales de forcejeo en el resto de su cuerpo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Sin redención»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sin redención» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Sin redención»

Обсуждение, отзывы о книге «Sin redención» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x