El dilema recurrente para la defensa anti-operaciones anfibias está entre establecer una defensa rígida en la playa o ejecutar una defensa flexible en profundidad, requiriéndose normalmente un compromiso entre ambas opciones. Teniendo presente que el momento de máxima debilidad del atacante es precisamente el momento del desembarco anfibio, es tentador que se desarrollen capacidades para atacar al enemigo en ese momento; por otra parte, las defensas estáticas en la playa se convierten en objetivos a batir por la fuerza atacante. Otra opción es concentrar fuerzas de reacción más alejadas de las playas y planificar contraofensivas al momento del desembarco. La tercera alternativa es efectuar una defensa en profundidad, por escalones, de manera de ir debilitando a la fuerza anfibia a medida que se interna en el territorio propio. Esta alternativa requiere múltiples recursos y una gran coordinación de la defensa82.
Julián Corbett recomendaba retrasar al contraataque hasta que el enemigo estuviera comprometido “sin esperanza en la operación anfibia”83. Por otra parte, “la destrucción de los buques que conduzcan hombres, caballos o artillería, y no a los buques de guerra que los escoltan, debe ser la prioridad de la defensa anti operaciones de invasión”84. Estimaba que “las minas (navales) han favorecido casi exclusivamente a la defensa, al punto de hacer casi imposible un rápido asalto anfibio contra cualquier puerto de importancia”85.
En otro ámbito, “la sorpresa y la velocidad de la operación anfibia son de particular importancia, dado que el atacante está peligrosamente expuesto y si el enemigo mueve rápidamente sus fuerzas antes que las fuerzas de desembarco puedan consolidarse, el desembarco podría fracasar”86.
El atacante siempre se ha beneficiado de tener a sus fuerzas concentradas al momento del asalto anfibio y poseer un mando unificado, mientras que el defensor ha tenido mayores problemas que resolver en este ámbito. La movilidad de los medios navales ha probado ser, tradicionalmente, superior a la movilidad terrestre.
Para la defensa, la estrategia terrestre más conveniente debería ser atrasar la decisión para lograr concentrar las fuerzas, enfrentando al enemigo con una superioridad de aquellas. Sin embargo, el contraataque podría ser naval, como lo manifiesta Corbett al afirmar que “ninguna expedición, por afortunada que haya sido en la evasión (del enemigo), puede estar al abrigo de interrupciones navales durante la operación del desembarco”87, otorgando así un tiempo vital para la defensa.
En un sentido opuesto, para los atacantes es crítico y de la mayor relevancia lograr la decisión estratégica tan pronto como sea posible. Finalmente, el tiempo es vital, tanto para la fuerza anfibia como para las fuerzas de defensa del litoral88.
Diagrama del acorazado chileno Capitán Prat. T. A. Brassey, The Naval Annual, 1891.
El estratega norteamericano Bernard Brodie destacó, respecto de las dificultades que debe enfrentar la defensa, que: “una cosa es mover por tierra una fuerza concentrada y otra muy diferente es reunir fuerzas dispersas contra un enemigo que acaba de desembarcar, especialmente si los desembarcos iniciales son maniobras de decepción, porque el desembarco principal se efectuará en otro lugar. El invasor puede escoger el lugar del desembarco, el defensor generalmente corre la desventaja de la sorpresa”89.
El estratega británico Geoffrey Till afirma que: “los defensores deben estar conscientes de que históricamente, la mayoría de los asaltos anfibios han tenido éxito, a pesar de las dificultades obvias y muy proclamadas para su ejecución, y la mayoría de las tentativas de defensa han fracasado”90.
Será importante tener estos fundamentos estratégicos y conceptos presentes al evaluar la estrategia aplicada por los bandos enfrentados en la Guerra Civil de 1891 en los capítulos posteriores.
CAPÍTULO II
Los Marinos de la Postguerra del Pacífico: de Latorre a Montt
En este capítulo, se presentará una breve reseña biográfica de los principales líderes navales enfrentados en la Guerra Civil de 1891.
Por casualidades del destino, la mayoría de los principales actores navales de la revolución de 1891, el almirante Juan José Latorre y los capitanes de navío Jorge Montt, Francisco Molinas y Carlos Moraga, habían compartido toda una vida en la Armada: pertenecían a la misma generación de oficiales de Marina por haber sido compañeros de curso de la Escuela Naval de 1858, integrantes de la generación denominada por la historiografía como “El Curso de los Héroes”.
El vicealmirante Juan José Latorre
Según el historiador Francisco Encina, “Latorre era el marino chileno más distinguido de su generación, y solo era seguido por Montt”91.
Vicealmirante Juan José Latorre Benavente. Grabado de la revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
Héroe de la Guerra del Pacífico de renombre mundial, ascendió en dos oportunidades al grado superior por sus méritos en combate. Fue senador, consejero de Estado y ministro de Relaciones Exteriores, y “personifica en la Marina de Chile los mejores hechos de armas que se realizaron en la guerra de 1879”92.
Nació en Santiago en 1846. Realizó sus primeros estudios junto con Carlos Condell en el English College de Valparaíso, uno de los mejores colegios de la época a nivel nacional. En mayo de 1858, ingresó a la Escuela Naval, graduándose como guardiamarina en 1861 y obteniendo el octavo lugar entre 27 alumnos, pero sería el primero en ascender a capitán de navío y a contralmirante93.
Inició su carrera naval embarcándose, sucesivamente, en el vapor Independencia, la corbeta Esmeralda, el vapor Maipú y, nuevamente, en la Esmeralda. En este último buque, durante la guerra contra España, participó en el combate naval de Papudo junto con Arturo Prat y Jorge Montt, entre otros, capturando a la goleta Covadonga. Ascendió a teniente 2° en noviembre de 1865, participando en el combate de Abtao el 7 de febrero de 1866.
En 1867, fue destinado al vapor Arauco como segundo comandante y, posteriormente, desempeñó la misma función en el vapor Abtao. En abril de 1871, ya como teniente 1°, fue destinado a la corbeta O´Higgins.
En 1873, ascendió al grado de capitán de corbeta, asumiendo el mando del vapor Toltén y, en 1876, el de la cañonera Magallanes, efectuando diversos trabajos hidrográficos en el área austral de Chile94. Ascendió a capitán de fragata en 1877 y, con su dotación, contribuyó a controlar el denominado “Motín de los Artilleros” que estalló en Punta Arenas. En enero de 1878, fue designado comandante de la corbeta O´Higgins, volviendo a asumir el mando de la cañonera Magallanes en diciembre de ese mismo año.
En el combate de Chipana, la primera acción naval de la Guerra del Pacífico, Latorre enfrentó con gran valentía a dos corbetas peruanas que sumaban 22 cañones contra solo 3 de la cañonera Magallanes, abriéndose paso a cañonazos entre las corbetas Unión y Pilcomayo. Por esta acción, Vicuña Mackenna efectuó una colecta nacional y le regaló a Latorre un reloj de oro95.
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