Intrigados por las palabras de Jesús, muchos creyeron y le pidieron que se quedase entre ellos, lo cual Jesús hizo. Él permaneció allí dos días y más gente en este pueblo samaritano puso sus ojos en Él. Aunque ellos fueron convencidos inicialmente por los esfuerzos evangelísticos de la mujer, ahora ellos le decían a ella que su testimonio ya no era necesario. Ahora ellos escuchaban por sí mismos y estaban convencidos de que Jesús era el Salvador del Mundo. Ciertamente, Él era el Mesías en persona y su obra no estaba unida a la nación de los judíos, sino que estaba dirigida a alcanzar al mundo entero. Una mujer samaritana sin educación, inmoral y rechazada fue convertida y llegó a ser una evangelista para Jesucristo. Ella persuadió a sus conciudadanos de poner su fe en Él. Jesús la envió a ella a cosechar, de acuerdo con sus palabras: “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros” (Mateo 9:37).
Aplicación
El pecado escondido nos enferma muy fácilmente, para decir lo mínimo. Pero cuando un consejero sabio nos habla en privado y nos quita la careta, experimentamos un sentimiento más allá del descanso. El pecado nos enceguece hasta que nuestra careta es removida. Entonces, vemos claramente de nuevo y somos capaces de rectificar nuevamente nuestra vida. No importa qué tan profundo hayamos caído y qué tanto nos hayamos alejado, Jesús nos liberará de todas las cargas del pecado y la culpabilidad para hacernos sus siervos. Los pecadores perdonados expresan su gratitud y felizmente dirigen a otros a Jesús. Pero muchos de nosotros venimos a la iglesia los domingos y nos perdemos este gran sentimiento de perdón. Ciertamente, una persona puede estar en un lugar sagrado de adoración y aún así estar muy lejos de Dios. Nosotros debemos pedirle a Jesús que abra nuestros ojos espirituales, y buscar el perdón de nuestros pecados. Entonces, en un lugar escondido y solitario con Dios, sentimos su sagrada presencia. El Padre, activamente busca a la persona que viene a Él en un espíritu de verdad a adorar. Como un Dios de Amor y Luz, Él encuentra a esas personas a través de su Hijo, Jesucristo.
Legión
Mateo 8:28-34 • Marcos 5:1-20 • Lucas 8:26-39
Un Hombre con Demonios
Uno de mis familiares era esquizofrénico. En un momento, él era una persona cálida, afectuosa y considerada; al siguiente, su rabia aparecía y lo consumía. Él se tornaba en ese momento en una persona totalmente diferente, incluso peligrosa para los miembros de su familia. Siempre pienso en él cuando leo en las Escrituras acerca del hombre poseído por el demonio que vivía en la parte occidental del lago de Galilea, en una población que es conocida hoy como Kursi.
Este hombre era habitante del pueblo de los gadarenos o gerasenos. En un momento, él había sido un ciudadano respetado y una gran persona para la comunidad. Después, una multitud de demonios tomaron como residencia a esta persona, convirtiéndola en un peligro para sus conciudadanos. Para ellos, su presencia representaba la continuidad de enojo y una gran vergüenza.
El hombre constantemente gritaba a toda voz y caminaba desnudo a través del pueblo. La gente trataba de agarrarlo, pero los demonios lo habían dotado de una fuerza sobrehumana. Él rompía ropa, lazos, rejos e incluso cadenas de hierro; nadie era capaz de contenerlo. No teniendo otro lugar dónde mantenerlo, ellos lo habían dejado en medio de las cuevas donde enterraban a sus muertos. Él salía de estas cuevas y andaba en cualquier lugar abierto.
Jesús y sus discípulos habían cruzado el Lago de Galilea y descansaban en la orilla occidental. Ellos ahora se encontraban en territorio gentil. No habían avanzado mucho, cuando vieron una gran manada de cerdos, alimentándose del hermoso pasto de una colina, al lado de un lugar de tumbas. De repente, vieron a un hombre salvaje, sin ropa y poseído por el demonio, corriendo hacia ellos. Sin duda, los discípulos se preguntaron entre sí, por qué Jesús quería exponerlos a algún daño físico. Acaso, ¿Él tendría más poder contra este violento hombre?
Cuando Jesús le dijo al hombre que se identificara, un demonio habló por él. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Marcos 5:9). Una legión romana estaba conformada por 6.000 hombres, pero coloquialmente, la palabra legión había tomado en general el significado de numeroso. Como consecuencia de estar poseído por muchos demonios, el geraseno tenía una enorme fuerza, y, ninguno de su tierra era capaz de controlarlo. Él también era la persona poseída por el demonio más poderosa que Jesús había conocido hasta ese momento en su ministerio.
La gente había llevado a este endemoniado a ese lugar solitario y esperaban en secreto que él se suicidara pronto y se le diera un lugar en una de las tumbas cavadas en una de estas colinas. Allí el hombre podía a menudo cortarse a sí mismo con rocas afiladas y caminar por ahí desnudo, lo cual acentuaba su apariencia salvaje. Su mirada sanguínea era tan fiera que cualquiera se asustaba hasta la muerte de estar cerca de él. En todo momento, su terrible mirada y sus gritos podían ser vistos y escuchados de lejos y cerca, mientras se movía entre las cuevas y colinas. La gente no sabía qué hacer con él y todos estaban nerviosos.
Cuando el endemoniado vio a Jesús dejando las barcas y asentando el pie en la tierra, corrió hacia Él. Pero en vez de atacar a Jesús, cayó sobre sus rodillas y lo adoró. Los demonios que lo poseían inmediatamente reconocieron a Jesús y se dieron cuenta de su poder sobre ellos. Un demonio, el que hablaba por todos, gritó con todas sus fuerzas: “¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?” (Marcos 5:7).
Él supo que incluso con toda su fuerza combinada, espiritual y física, los demonios nunca podrían derrotar a Jesús. Ellos podrían haber hecho que el hombre corriera lejos de Jesús, pero como las moscas atraídas a la luz, estos demonios fueron irresistiblemente atraídos a Jesús y tuvieron que reconocer su autoridad divina.
La Suerte de los Demonios
Los demonios reconocieron que Jesús poseía un poder divino. Invocando a Dios, ellos le pidieron a Jesús con gritos fuertes: “¡Te ruego por Dios que no me atormentes!” (Marcos 5:7). Él sabía muy bien que el Señor tenía la autoridad para enviarlo a él y a sus seguidores directamente al infierno.
De esta manera, el endemoniado entendió el aterrador poder de los numerosos demonios que lo poseían, sintiendo cómo ellos no podían hacer nada en la presencia del Hijo de Dios, pues Jesús ordenó a los demonios que dijeran su nombre y ellos añadieron a su respuesta la explicación de que “somos muchos.” El propósito de Jesús era sanar al hombre, liberándolo de esta opresión demoníaca. Jesús se acercó de nuevo al endemoniado, sacando de su cuerpo a sus muchos ocupantes no deseados. Lo primero que hizo fue restaurar al hombre y lo segundo, fue despachar a los espíritus malignos.
Los demonios, temerosos de que Jesús pudiera devolverlos al infierno para hacerlos prisioneros en horribles celdas hasta el juicio final, le imploraron a Jesús que no los enviara fuera del área, sino que les permitiera entrar en una manada de miles de cerdos que andaban por allí. Jesús se los permitió y la manada de cerdos poseída corrió hacia una ladera sobre el Lago de Galilea y se ahogó.
Mientras los demonios residieron en el hombre, intentaron destruirlo, pero no pudieron. Aún así, cuando ellos entraron en los cerdos, inmediatamente causaron una gran destrucción de la vida. Jesús escuchó su petición y se dio cuenta plenamente que el tiempo que ellos pasarían dentro de los cerdos sería corto. Él les asignó a ellos estar en el agua en lugar de estar en lugares salvajes alrededor de las cavernas. Los demonios deberían habitar lugares áridos y regiones no habitables, pero no en el agua. Ser despachados a las olas del Lago de Galilea, fue para ellos un castigo mayor.
Читать дальше