Sus superiores les preguntaron por qué no habían hecho ningún arresto. Los guardias replicaron que ellos nunca habían escuchado a nadie hablar como este hombre; ellos estaban llenos de admiración por Jesús. Pero en vez de averiguar por sí mismos, el jefe de los sacerdotes y los fariseos recurrieron al ridículo y al reproche, preguntándoles a los guardias si acaso ellos también habían sido engañados. Llegaron incluso a declarar que ninguno de los líderes y fariseos había puesto su fe en Jesús. Pero ellos no pararon ahí, sino que pronunciaron maldiciones sobre todos los que en su opinión continuaban siendo ignorantes de las Escrituras.
Entonces, Nicodemo habló a los líderes y les preguntó: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?” (Juan 7:51). Nicodemo no se identificaba abiertamente a sí mismo con Jesús, pero deseaba defenderlo sobre la base de los procedimientos legales.
Durante la Fiesta de la Pascua, cuando Jesús murió en la cruz, tanto Nicodemo como José de Arimatea cumplieron con la ceremonia fúnebre. En su calidad de respetable miembro del Consejo, José se dirigió al Gobernador Poncio Pilatos y le pidió permiso para enterrar a Jesús. Nicodemo, un hombre de considerable riqueza, llevó setenta y cinco libras de una mezcla de mirra y áloe, usada para funerales reales, mostrando así una genuina devoción y amor por su Señor.
En estos dos eventos, Nicodemo, como líder en Israel, demostró, sin lugar a duda, que él había puesto su fe en Jesús y lo seguía a Él. Jesús conoció a Nicodemo bajo la oscuridad, le mostró el camino de la vida eterna y lo llamó a dar testimonio en su nombre.
Aplicación
La iglesia crece rápidamente entre los pobres más que en ninguna otra parte, porque ellos escuchan un mensaje que los libera de la carga del pecado y la miseria. Pero Jesús no se olvida de los ricos y poderosos. Él tiene el mismo mensaje para ellos también. De igual manera, al convertirse en seguidores de Jesús, ellos son capaces de alcanzar a tal multitud de personas en los diferentes niveles de la sociedad. El Evangelio de Jesucristo es para todos, sin importar raza, color, educación, estatus o nacionalidad.
Recuerdo a un mexicano que me invitó a su casa. Esta era una casa de una sola habitación y tenía una terraza y sólo tres paredes, no tenía mesa ni sillas, ni cama. Una hamaca colgaba entre dos paredes y servía tanto para sentarse como para dormir. Aún así, este hombre estaba feliz y alegre en su Señor Jesús, a quien servía como el líder de su iglesia local, y era muy eficaz llevando el Evangelio a su gente.
Yo me sentía un poco incómodo porque estaba acostumbrado a otras cosas, pero me di cuenta de que el Señor nos había dado a ambos el mismo trabajo: el de predicar y el de enseñar la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús.
La Mujer Samaritana
Juan 4:1-26
Recogiendo Agua en el Pozo
El conflicto entre israelitas y palestinos ha estado con nosotros por numerosas décadas. Religiones, nacionalidad, cultura y lenguas diferentes han jugado un importante papel en este amargo conflicto, del cual, los habitantes de ambos territorios mantienen vivos sus recuerdos. En consecuencia, sus hostilidades los separan a ellos como enemigos mortales.
En los días de Jesús, la tensión entre judíos y samaritanos era igualmente dolorosa y tenaz. Él experimentó este conflicto cuando pasó por Samaria en su camino de Judea a Galilea.
En el pozo de Jacob, en la base del monte Gerizim, Jesús encontró a una mujer samaritana. En la Escritura, ella aparece como una mujer sin nombre, quien, por una rápida sucesión de divorcios, era conocida como la de los cinco esposos. Ahora vivía en unión libre con un hombre en un pueblo de Samaria llamado Sicar. Como resultado de su vida inmoral, sus conciudadanos la miraban mal. Además, los judíos odiaban a los samaritanos con quienes no querían tener trato.
Usualmente, las mujeres iban juntas todos los días temprano en la mañana a llenar sus cántaros de agua en el pozo y en el camino de ida y vuelta, aprovechaban para enterarse de las últimas noticias. Pero a esta mujer la habían enviado sola al pozo en la tarde. Ella era rechazada social y espiritualmente y por ende, llevaba una vida solitaria.
Cansado de viajar todo el día, Jesús se sentó junto al pozo de Jacob bien tarde. Hacía casi 2000 años el Patriarca Jacob había cavado ese pozo a una profundidad de más de treinta metros para asegurar que nunca se secaría. Jesús decidió permanecer allí, mientras que sus discípulos fueron a Sicar a comprar algunos suministros para la cena. Él tenía sed y deseaba beber, pero no tenía un recipiente con el cual sacar agua del pozo. Entonces vio a aquella mujer solitaria cargando un cántaro de agua. Por su apariencia, Jesús sabía que era una samaritana y por su soledad camino al pozo a esa hora del día, Él supo que no era querida por sus compañeras.
Cuando la mujer se acercó al pozo a llenar su cántaro, Jesús sabía que podía esperar alguna hostilidad de parte de ella, debido a la gran enemistad entre judíos y samaritanos. Así que, tomando la iniciativa, Él le dijo, “dame un poco de agua” (Juan 4:8). De esta manera, Jesús llegó a tener un punto de contacto con ella.
La respuesta de la mujer a la petición de Jesús fue increíble: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?” (Juan 4:9). Los judíos se referían a los samaritanos como los de raza intermedia, que no eran judíos ni gentiles y cuyas restricciones dietéticas no estaban a la altura de los estándares judíos.
Por la apariencia de Jesús, la mujer supo que Él era un judío y cuando Él le pidió que le diera un poco de agua, ella detectó su acento. Aún manteniendo su guardia en alto, ella tuvo que admitir que este judío parecía amistoso y nada presuntuoso. Quizás su tono de voz traicionó su grado de aversión, cuando ella mencionó la palabra judío.
Jesús la trató amablemente. Asumiendo su papel de maestro, Él le dijo, “Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida” (Juan 4:10).
Al utilizar los términos regalo de Dios, y, agua que da vida, Jesús habló un lenguaje religioso. La mujer probablemente no entendió la primera expresión, la cual se refería al precioso regalo de Dios de su Hijo. Y ella indudablemente pensó que el segundo término se refería al agua corriente que salía del pozo de Jacob, contraria al agua almacenada en una cisterna.
También debió haber creído de manera supersticiosa que el agua del pozo de Jacob poseía algún poder misterioso, enorgulleciéndose al pensar que era superior a la de cualquier otro pozo de la región.
Esta mujer samaritana se dio cuenta de que Jesús no era un judío común y corriente, por lo que se comenzó a dirigir a Él de una manera respetuosa, con el título de “Señor.” Ella notó que Él no tenía un recipiente y que el pozo era profundo. ¿Cómo podría Él, quienquiera que fuera, sacar agua de aquel pozo? Con la sospecha de que este extranjero podía ser un fraude y queriendo saber quién era Él, le dijo, “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo” (Juan 4:11).
Sabiendo que los judíos y los samaritanos compartían una herencia común en el Patriarca Jacob, ella le preguntó a Jesús, “¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?” (Juan 4:12). El tono de su pregunta era de nerviosismo y apuntaba a que Jesús se identificara a sí mismo. Ella quería que Él le dijera si era más grande que Jacob.
Su sospecha de que Jesús era un maestro fue confirmada cuando Él le respondió, diciendo:
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