Alejo Valdearena - Historieta nacional
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—Da para mucho más el personaje —dijo sin levantar la vista del tupper que tenía sobre las piernas.
¿O de verdad había que explicarle al remisero que los arquetipos universales en altísimo grado de pureza como el Campeón se agotan solo cuando se agotan los seres humanos?
—Es que es un negocio —se metió Bili—. Hay que vender ejemplares.
¿Qué quería decir el librero con eso? ¿De qué lado estaba? René se sintió traicionado por segunda vez en poco tiempo. En los últimos meses Bili había empezado a vender manga, incumpliendo el juramento de no hacerlo que había repetido en voz alta, sin que nadie lo obligase, infinidad de veces en infinidad de charlas. Por culpa del manga Vahalla Comics se había llenado de alumnos de los colegios secundarios de la zona; incluso entraban grupos de niñas, bañadas en perfumes empalagosos, siempre mascando chicle y hablando a los gritos.
—Los ejemplares también se pueden vender con buenas historias —dijo.
—¿Cómo cuáles? —preguntó Horacio—. Contate una.
Tenía decenas de ideas para grandes historias pero no pensaba caer en la trampa. Sabía que Horacio solo quería hacerlo hablar para tomarle el pelo; las puyas irónicas eran otra especialidad del remisero, más molesta incluso que sus estúpidas opiniones.
—No puedo —dijo—. Tengo que volver al trabajo.
Aunque no había terminado de comer, cerró el tupper, envolvió los cubiertos en una servilleta de papel y metió todo en una bolsa con el logo de la comiquería.
—No te enojes —dijo Horacio—. Era por charlar...
—Pará —lo frenó Bili—, llegó material.
El librero entró en el depósito y volvió con dos comic books que metió en una bolsa nueva, René pagó con su último billete grande, con la tranquilidad de que al día siguiente era cinco de mes, fecha de cobro en la municipalidad. Gastaba la mitad de su sueldo en Valhalla Comics, ¿era justo que tuviera que aguantar los desplantes de un advenedizo como Horacio al que nunca había visto sacar la billetera?
Por alguna razón que desconocía la plaza se había llenado de campamentos de protesta. Las zonas de césped estaban ocupadas por carpas y, de eucalipto a eucalipto, colgaban carteles con reclamos de docentes, estudiantes, personal sanitario, jubilados, desocupados y vecinos hartos de vivir sin cloacas. El comportamiento de esa fauna le parecía misterioso; siempre habían risas, criaturas jugando, partidas de cartas y nunca faltaba alguien tocando la guitarra. ¿No se suponía que estaban enojados?
Bajó del colectivo y rodeó la plaza por las veredas de enfrente para evitar el contacto con los acampados, como hacía todos los días. Tesorería, la dependencia encargada de pagar los sueldos, tenía su propia entrada, sobre un lateral de la municipalidad. Era normal que hubiera un grupo de gente charlando en la puerta; los días de cobro también eran días de encuentro porque todos los municipales tenían amigos o familiares en dependencias que usualmente no visitaban. Lo que no era normal era el gesto de consternación que se repetía en las caras. Pensó que alguien había muerto —un barrendero, una secretaria, un inspector— y los demás se veían obligados a fingir que les importaba. No era su caso; no sentía la necesidad de mostrarse apenado por la muerte de una persona desconocida y prefería no saber los detalles del deceso.
Pasó entre la gente sin mirar a nadie y entró en la dependencia.
—No están los cheques —le dijo la administrativa que lo atendía todos los meses.
A esa altura ya estaba acostumbrado a la desconsideración de su empleador; no solo había ignorado sus notas reclamando más estanterías, también había hecho oídos sordos a las que solicitaban el reemplazo de los muchos tubos fluorescentes quemados que había en el archivo. ¿Cuántos años llevaban así? Más que él en el cargo. Pero incluso teniendo en cuenta esa eternidad de desidia, que no estuvieran los cheques era una nueva categoría de desconsideración alcanzada por el municipio, una totalmente inadmisible.
—¿Cuándo van a estar? —preguntó.
—No se sabe —dijo la administrativa.
—¿Cómo que no se sabe? —perdió la paciencia.
—Si querés más precisiones —se tensó la mujer—, andá a preguntarle al intendente.
¿Cómo pretendían que viviese mientras decidían cuándo iban a pagarle? Era un atropello, un escándalo. Caminó hasta el frente del edificio y subió masticando furia las escalinatas de mármol de la entrada. El hall se había llenado de grupos de municipales que charlaban en voz baja, como si de verdad estuvieran en un velorio. En uno de los grupos estaba la chica de información, que era la única persona de la municipalidad con la que René tenía un contacto diario, aunque mínimo; ella lo saludaba todas las mañanas usando su nombre de pila y él le contestaba con una inclinación imperceptible de la cabeza.
La acechó hasta que se separó del grupo y pudo abordarla.
—Señorita, ¿usted sabe algo de los cheques?
Rosalía hablaba con todos los municipales que pasaban por el hall y además era ahijada de la secretaria personal del intendente; no solo manejaba datos recopilados en la planta baja, también tenía acceso a información reservada para los pisos superiores. Sabía todo de todos, menos del director del archivo, que jamás soltaba prenda.
—Sí, algo sé —dijo —. Se acercó a René y bajó el tono como para contarle un secreto, aunque ya había compartido la información con casi todos los municipales—. Los cheques están —dijo—, pero llamó el gerente de la sucursal y avisó que no tiene autorización para pagarlos. Parece que de pronto la casa central se puso quisquillosa y quiere auditarnos antes de largar un solo peso más. ¿Sabés lo que pueden tardar en hacer una auditoría de las cuentas del municipio entero? ¡Meses, René! ¡Meses!
Rosalía estaba exaltada por la oportunidad de tener a mano al municipal más esquivo; se acercó más a él y bajó más el tono.
—Es el hijo de puta del gobernador —dijo— le quiere cortar las alas al jefe porque empieza a hacerle sombra.
René se abstuvo de preguntar cómo podía pasar algo así teniendo en cuenta que, hasta donde él sabía, el intendente y el gobernador eran del mismo partido político. ¿O habían dejado de serlo? Como no miraba noticieros y cuando se cruzaba con un diario solo leía las tiras de la última página, desconocía por completo la actualidad y los intríngulis de la política le resultaban lejanos, misteriosos y sobre todo repugnantes. «Le roban a la gente», decía la tía cada vez que se enojaba porque aumentaban los servicios o se cortaba la luz. Era todo lo que hasta ese momento había necesitado saber sobre el tema.
Reunidos en una asamblea en la que René no participó, los municipales votaron de forma unánime por la propuesta de iniciar un ciclo de cese de tareas, de una hora parada por dos trabajadas, para darle visibilidad al conflicto. En las horas paradas, muchos salían a fumar sobre las escalinatas de entrada y tardó poco en formarse un coro estable que cantaba canciones de cancha con la letra adaptada al reclamo. Todas las canciones señalaban al gobernador como culpable de la crisis que vivía el municipio y encontraban la manera de hacer una rima soez con su apellido. Al día siguiente de haber sido creado, el coro ya tenía un bombo.
¿De verdad les parecía una buena estrategia someter al prójimo a una sesión infinita de percusión grosera? ¿La empatía de quién esperaban conquistar con ese tormento? La chica de información parecía ser la líder del coro de revoltosos; cantaba encaramada sobre uno de los leones de piedra que flanqueaban la base de las escalinatas, de cara a los demás, como si estuviera dirigiéndolos. Cada mañana, René se acercaba a ella para preguntarle si había novedades. Y siempre las había, pero nunca podía entenderlas. Los partes de la chica estaban tan llenos de jerga política y sobreentendidos que, cuanto más se esforzaba en seguirlos, más crípticos se volvían; se veía obligado a interrumpir con preguntas y cada pregunta abría un nuevo hilo de explicación, lleno de jerga y sobreentendidos. Sacaba en limpio que el intendente iba perdiendo y eso no le parecía una mala noticia, a pesar del tono ominoso que usaba la chica para contarlo. ¿O a él no le daba lo mismo qué villano ganase? Lo importante era que la pelea terminara cuanto antes.
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