En la primera parte de La multitud, de King Vidor, se muestra cómo se vigilan cientos de oficinistas en sus puestos de trabajo gracias a la visibilidad en el interior de los rascacielos de Manhattan. En la oficina de La multitud y en las fábricas de A nosotros la libertad y Tiempos modernos , de Charles Chaplin, se enfatiza además en los relojes en los que los empleados registran las horas de entrada y salida de su jornada laboral. No se trata de esclavos, sino de hombres y mujeres que venden su fuerza de trabajo, es decir, su cuerpo y tiempo, el cual es vigilado celosamente por su comprador. En Vigilar y castigar , Foucault vio en las edificaciones públicas propias de las sociedades disciplinarias, tales como las cárceles, los asilos, los hospitales y las escuelas, una disposición espacial que permitía vigilar el cuerpo humano como una eficaz herramienta de trabajo. Estas sociedades han sido así llamadas debido al uso que el poder hace de los cuerpos a través de la disciplina, de “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad”. 3
La formación disciplinar se imparte en los espacios de educación, curación, corrección y finalmente producción, durante un tiempo preciso y vigilado, para así componer un ciclo de formación, el cual termina apropiándose del ciclo de la vida. El sujeto no solo vende su cuerpo y tiempo como herramientas de trabajo, sino que, además, debe someterlo a esta formación para hacerlo cada vez más dócil y eficaz. Para alcanzar el objetivo de disciplinar los cuerpos, se requiere vigilar y controlar sus procesos y resultados mediante instituciones públicas, las cuales fueron adecuadas progresivamente por el Estado moderno en edificaciones especializadas: colegios, academias, cuarteles, hospitales, clínicas y cárceles. Los cuerpos por disciplinar se agruparon por edades, sexo y otras condiciones, para ser recluidos en construcciones cada vez más transparentes que permitieran jerarquizar el control visual de cada cuerpo. Las pesadas arquitecturas donde se confinaban los cuerpos de siervos, súbditos o reos del antiguo régimen monárquico se transformaron en estructuras espaciales más livianas y ordenadas para poder vigilar el cuerpo de los individuos de las sociedades modernas en cada uno de los distintos momentos del proceso de formación.
Foucault muestra cómo el panóptico de Bentham, además de cumplir con sus propósitos carcelarios, provee un espacio adecuado para disciplinar los cuerpos de los ciudadanos de la nueva sociedad. El dominio de los súbditos y condenados del antiguo régimen ya no se da mediante el encierro, la oscuridad y el ocultamiento de sus cuerpos, sino a plena luz y bajo la mirada del vigilante del panóptico. “La visibilidad es una trampa”, que convierte el cuerpo de estos “condenados” en objeto de información antes que en sujetos de comunicación. 4Luis XIV ya reclamaba “claridad y seguridad”. El uso de los espacios inspirados en el panóptico de Bentham para realizar otras funciones, como disciplinar niños y jóvenes, cuidar enfermos o controlar los procesos de la naciente industrialización, permite vigilar a cada individuo interno en su celda, desde la torre central, donde no se alcanza a ver al guardia. El panóptico es un aparato que disocia la pareja ver-ser visto : el vigilante ve sin ser visto, mientras los condenados son vistos sin poder ver quién los vigila, desde sus celdas ubicadas alrededor de la torre. 5Aislados en celdas contiguas, los reos no se pueden ver ni comunicar entre sí; solo son vistos desde la torre del guardia. El condenado se sabe vigilado, pero no puede ver quién ni cuándo lo vigila. Esta conciencia permite someterlo a un poder que se detenta a través de la visión. Las celdas están dispuestas como “pequeños teatros”, en donde sus actores, solitarios e individualizados, son observados exclusivamente por un solo espectador: el vigía central. 6Esta relación entre vigilancia y espectáculo, anotada por Foucault, cobrará importancia en la transformación de una sociedad disciplinaria en una sociedad del espectáculo. Las cárceles, hospitales, escuelas y fábricas de la naciente sociedad industrial son ejemplos de instituciones en donde el nuevo Estado demócrata asiste a las necesidades particulares de sus ciudadanos: corregirlos, curarlos, formarlos y emplearlos; todo lo anterior debe llevarse a cabo ocultando su función conjunta de disciplinar el cuerpo de los ciudadanos, a partir de una vigilancia que, hoy en día, se hace desde la más moderna arquitectura acristalada y las nuevas tecnologías de visión.
En Europa 51 (1951), una mujer burguesa visita una fábrica y comenta: “Creí estar viendo condenados”. 7La fábrica y los obreros eran vistos como una cárcel con sus condenados antes de que Guy Debord hablara de la sociedad del espectáculo , en 1967. En Metrópolis , de Fritz Lang, y Tiempos modernos la futura televisión hace parte estructural de estos nuevos espacios, como aparato de control y televigilancia de las modernas fábricas que imponen la cadena de producción en serie, donde los obreros deben producir al ritmo de la máquina. El jefe —el burgomaestre de Metrópolis o el gerente de la fábrica de Tiempos modernos — disfruta de su amplio espacio y tiempo de ocio y de la tecnología de la televisión para vigilar la labor de sus empleados, controlando la eficiencia de su inversión en fuerza de trabajo. 8La cárcel panóptica de Bentham se implementa con esta moderna máquina que vigila a los trabajadores, además de intimidarlos a través de la imagen ampliada del jefe vigilante en las pantallas. Si el panóptico de Bentham sometía y doblegaba al individuo por medio de la vigilancia del guardia central, 9ahora se suma la presencia de la imagen del jefe, semejante a la de un pantocrátor bizantino, de cuya mirada vigilante e inquisitoria parece no haber escapatoria. La vigilancia real o simulada empieza a conformar espacios cotidianos, públicos o privados, no solo mediante arquitecturas más transparentes, sino también a través de grandes imágenes capaces de intimidar a quienes las observan, incluso si ya no ejercen la función de vigilar. Los rostros y ojos que miran a hombres y mujeres en las imágenes publicitarias multiplican su cantidad y tamaño en los espacios públicos. Esta función de la imagen apareció en la campaña de alistamiento del ejército norteamericano para la primera guerra por medio de un afiche del Tío Sam mirando al espectador, señalándolo con el dedo índice y un texto que decía: “I want you for the U. S. Army”. 10La imagen del gerente de la fábrica mirando desde la pantalla de televisión a Charlot obedece al mismo orden de puesta en escena de esta publicidad que exhibe rostros y ojos dirigiéndose a quien ya no puede escapar a sus miradas omnipresentes: imágenes que nos miran.
Gracias a la visibilidad que permiten la arquitectura moderna y los circuitos cerrados de televisión, la omnipotencia de la sociedad industrial sobre los individuos de las masas modernas es un hecho: la fábrica es el lugar donde primero se instaura esta vigilancia sobre la productividad laboral. Ahí se somete al ser humano a la máquina, exigiéndole su ritmo de producción y controlándolo mediante esta visión mecánico-electrónica. Un complejo aparato compuesto por máquinas industriales, relojes a la entrada de las fábricas, cámaras y pantallas de televisión, se dispone para vigilar a los obreros y convertir la fábrica en un inmenso panóptico que controla la producción industrial y capitalista. Las máquinas se hacen cada vez más automáticas, alcanzando niveles de robotización más precisos, que les permiten asumir papeles de vigilancia y control. Metrópolis y Tiempos modernos ya muestran grandes máquinas y operarios que actúan cada vez de manera más autómata. Los protagonistas de A nosotros la libertad huyen de la ciudad, mientras que el de La multitud se asimila a la forma mecánica de vida anónima; los de Metrópolis y Tiempos modernos , por otra parte, son violentamente disciplinados, hasta el punto de convertirse en seres mecánicos; Charlot finalmente escapa de la ciudad, mientras que en Metrópolis hay una idílica promesa de cambio social.
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