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Kristen Simmons: Punto de quiebre (Artículo 5 #2)

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Punto de quiebre (Artículo 5 #2): краткое содержание, описание и аннотация

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Segunda entrega de la saga Artículo 5.Tras fingir sus muertes para escapar de la prisión, Ember Miller y Chase Jennings solo tienen un objetivo: mantener un perfil bajo hasta que la Oficina Federal de Reformas olvide que existieron. No obstante, ahora que son casi unas celebridades, a raíz de sus desencuentros con el Gobierno, Ember y Chase son reconocidos y aceptados por la Resistencia, donde todos los ojos están puestos en el francotirador, un asesino anónimo que derrota a los soldados de la OFR uno por uno, al menos hasta que el Gobierno publica su lista de los más buscados, donde el sospechoso número uno es la propia Ember, y las órdenes son disparar a matar.

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Hacía mucho tiempo que no lo oía hablar. Mi madre y yo solíamos verlo en televisión durante los primeros años de la guerra, cuando él era senador. Todavía podía verlo, con el pelo plateado sobre una frente muy amplia, la quijada apretada por la preocupación y una mirada tan penetrante que parecía atravesar la pantalla del televisor para hacerse presente en nuestro salón. Mi madre acostum­­­­braba decir que nunca debes confiar en alguien que le habla a la cámara como si esta fuera una persona.

Más adelante, aprendí en el colegio que el movimiento de Scarboro, Refundar América, llevaba cuatro años de actividad y promovía las costumbres tradicionales rígidas, la censura y la desaparición de la separación entre la Iglesia y el Estado. “Una fe, una familia, un país” había sido su lema, un lema que más tarde modificaría para llegar al de “Todo un país, toda una familia”, que usó cuando fue elegido presidente. Durante su campaña, había declarado que la debilidad moral de la administración existente era la responsable del ataque a nuestra nación, y los ciudadanos, desesperados por un cambio, le creyeron.

Scarboro siempre hablaba con mucha cadencia. Era casi un acto de hipnosis, hasta que uno le prestaba atención a lo que de verdad estaba diciendo.

“Unirnos. Extirpar a todos los terroristas”.

Bueno, yo sabía a qué se refería con "terroristas". Se refería a gente como mi madre. Gente como yo. Cualquiera que se interpusiera entre él y su mundo perfecto y obediente. Scarboro había reducido nuestro país a un grupo de mascotas caseras obedientes y del otro lado vagabundos indeseables, y yo tenía la sensación de que las cosas estaban a punto de ponerse mucho peor para nosotros.

La periodista se despidió con el lema de la OFR: “Todo un país, toda una familia”.

—¿Alguien trató de matar a Reinhardt? —dijo por fin Cara. Parecía impactada, al igual que todos los demás. Traté de imaginarme al hombre, pero no pude. Había llegado a la administración en la etapa postelevisión, durante la formación de la OFR por parte del presidente Scarboro, con la misión de supervisar las funciones de los soldados.

—Me pregunto cómo logró acercarse tanto. —La voz de Wallace tenía un tono conspirativo, pero no le faltaba razón. El presidente y sus asesores viajaban en secreto, nunca tenían una residencia permanente y nunca se quedaban mucho tiempo en ninguna parte. Hasta donde yo sabía, ese había sido el comportamiento habitual desde la guerra, cuando había muchas amenazas de ataque contra muchos políticos.

—¿Qué? Alguien lo hizo, y eso es lo único que importa —gritó el chico que estaba detrás de mí. Los demás estuvieron de acuerdo.

—Lo próximo tiene que ser un movimiento nuestro —dijo Cara—. Este es el momento para hacer algo grande. Tenemos que golpearlos mientras están cojeando.

Aquello era excesivo: los gestos de asentimiento, las risas sedientas de venganza. Todos se estaban dejando arrastrar por el entusiasmo de una nueva guerra.

—Si los atacamos, ellos se desquitarán con todo el mundo —grité, por encima del ruido de los demás—. Ustedes oyeron el informe, ya extendieron el toque de queda. Sabemos que están reteniendo las raciones de comida. Todo esto solo se va a poner peor.

—Ay, ¡qué ternura! —dijo Cara—. ¿No deberías estar preparando la comida o algo así?

La miré con odio, mientras los otros se reían.

—Todos nuestros actos envían un mensaje —explicó Wallace, que no parecía particularmente paciente, al igual que cuando estábamos en el techo.

—¿Qué mensaje? Miren, nosotros somos… ¿siete? ¡Ellos tienen miles de soldados por cada uno de nosotros! —Mi voz se volvía cada vez más aguda.

—No es un mensaje para la OFR. Es un mensaje para la gente.

Di media vuelta hacia la puerta y la voz ronca que reconocería en cualquier parte. Mis ojos repasaron rápidamente a Chase. No había sangre. Ni moretones. Cuando encontré su mirada, esa parte dentro de mí que estaba tensa por su ausencia se relajó. “Volviste”, le dije mentalmente, como si pudiera oírme, y él me hizo una inclinación de cabeza apenas discernible.

—Un mensaje para la gente —repetí, irritada al darme cuenta de que era la única que no parecía entender. Sean se había abierto paso a codazos para hacerse al lado nuestro.

—Es un mensaje para decir que nosotros somos más que ellos —dijo Wallace—. Que no tenemos que aceptar lo que ellos nos dan. Que algunos de nosotros no tenemos miedo.

—¿Ustedes quieren que toda esa gente, que no tiene nada, luche contra hombres armados? Van a terminar muertos. —La gente que estaba ahí, en esa habitación, nosotros éramos diferentes. Nosotros habíamos elegido esto. Pero ¿qué pasaría con mis amigos de antes: con Beth, con Ryan, con mi madre? Hubo una época en que me habría parecido escandaloso verlos en un lugar como este; pero ahora era un golpe de realidad.

—Ya se están muriendo —señaló Cara—, y si luchan no es que no vayan a tener nada, se tendrán el uno al otro, y eso, mi pequeña, es el mayor temor de la OFR.

Me molestó el tono de Cara, pero los ojos de Wallace brillaron con orgullo. Recordé lo que él había dicho en el techo sobre elegir tus propios valores, pero sacrificarte por una causa no hacía que descubrieras quién eres. Solo te convertía en un muerto más.

—Nadie va a hacer nada. En todo caso, no todavía —dijo Wallace, en respuesta a mi pregunta, y luego resopló por las fosas nasales, como si a él mismo le molestara su anuncio.

—¡Qué dices! —protestó Billy.

—Lo digo en serio —dijo Wallace, mientras los demás se callaban—. A pesar de lo mucho que me gustaría aprovechar este momento, ustedes ya conocen el protocolo. Esperamos hasta que Tres nos dé luz verde.

Miré de reojo a Chase, pero él me estaba mirando en busca de las mismas respuestas. Rápidamente agarré la muñeca de Sean y lo halé hacia abajo, hasta mi altura, para que Cara y los demás no pudieran oír.

—¿Quién es Tres?

Chase se acercó.

—Tres no es una persona, es una organización —respondió Sean—. Es el centro de la red, la pieza que une a todos los grupos clandestinos. Todas las ramas conocidas, como esta, le reportan sus operaciones a Tres y Tres les dice qué hacer después.

—¿Cómo envían los informes? —preguntó Chase.

—Por medio de los transportadores —dijo Sean.

—¿Los transportadores trabajan para Tres? —Tenía sentido que estuvieran conectados con alguna rama de la resistencia, en lugar de arriesgar el pellejo por su cuenta.

Sean negó con la cabeza.

—Todo eso es secreto, del mayor nivel de confidencialidad. He oído que los transportadores no saben quién trabaja para Tres. Ellos solo recogen mensajes cuando van al refugio y los entregan en su entorno local. Los transportadores son más bien contratistas independientes.

—Entonces, Wallace sí le reporta a alguien. —Yo creía que el Wayland Inn actuaba por su cuenta, independiente del resto de los grupos clandestinos, como Sean los había llamado. Ahora que sabía cómo eran las cosas, toda la operación me parecía un poco más sólida, como si ya no fuéramos una pequeña balsa flotando en el océano.

—Gracias por el voto de confianza —susurró Wallace a mi lado, lo cual me hizo sobresaltar—. Pero sí, créanlo o no, hasta yo le reporto a alguien. Así como todos ustedes le reportan a alguien —siguió diciendo, y levantó la voz para que los demás oyeran—: y en caso de que todos lo hayan olvidado, todavía tenemos paquetes que entregar, gente que alimentar y un aspirante a unirse al grupo que vigilar.

Cara protestó.

—¿No podríamos dejar de ser tan serios, por favor? ¡Nos acaban de ascender a terroristas! ¡Deberíamos estar celebrando!

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