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Kristen Simmons: Punto de quiebre (Artículo 5 #2)

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Punto de quiebre (Artículo 5 #2): краткое содержание, описание и аннотация

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Segunda entrega de la saga Artículo 5.Tras fingir sus muertes para escapar de la prisión, Ember Miller y Chase Jennings solo tienen un objetivo: mantener un perfil bajo hasta que la Oficina Federal de Reformas olvide que existieron. No obstante, ahora que son casi unas celebridades, a raíz de sus desencuentros con el Gobierno, Ember y Chase son reconocidos y aceptados por la Resistencia, donde todos los ojos están puestos en el francotirador, un asesino anónimo que derrota a los soldados de la OFR uno por uno, al menos hasta que el Gobierno publica su lista de los más buscados, donde el sospechoso número uno es la propia Ember, y las órdenes son disparar a matar.

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Me solté del brazo de Sean y di media vuelta, para estrellarme de frente con Chase, que me llevaba por lo menos quince centímetros de altura y era mucho más ancho, incluso cuando estaba encorvado. ¡Vaya par! Eran como mis guardaespaldas personales. Debería estar agradecida por su ayuda, pero en lugar de eso me sentía pequeña y demasiado necesitada de protección.

—Hablaré con Riggins —dijo Chase—. Ese chico no sabe cuándo parar.

—No te preocupes. Solo está bromeando —dije, pero mi voz sonó muy débil para ser creíble, y pude sentir el terror y el vacío que se escondían detrás de ese frágil velo de control. Así había sido desde que me enteré del asesinato de mi madre. A veces la pared parecía más gruesa, a veces me sentía más fuerte, pero todo era una ilusión. Todo se podía desmoronar en un segundo, como amenazaba con hacerlo ahora.

Chase dio un paso hacia el frente.

—Mira —dijo inclinándose para que nuestros ojos quedaran al mismo nivel—, no tenemos que quedarnos aquí. Podemos montarnos en el siguiente transporte hacia el refugio. Dejar todo esto atrás. —Su voz sonaba llena de esperanza.

—Todavía no. Tú lo sabes. —Primero teníamos que encontrar a Rebecca. Si yo no hubiera chantajeado ni a Rebecca ni a Sean para que me ayudaran a escapar, ambos estarían juntos, y ella no habría salido herida. Todavía podía oír cómo la golpeaban en la espalda con un bastón mientras los soldados se la llevaban.

—Adelántense ustedes, chicos. Yo los alcanzo más tarde —dije, mientras me aclaraba la garganta y sentía que mis paredes se derrumbaban. Chase suspiró y aceptó la invitación de Sean para ir a desayunar.

Antes de que el desespero se apoderara de mí, hui del corredor hacia el cuarto de suministros. No importaba si me quedaba sin ración. El vacío que sentía dentro no tenía nada que ver con el hambre. Solo cuando el corredor se quedó en silencio recordé que Wallace había mandado a Chase a explorar el edificio de oficinas desocupado que estaba al lado, y que por tanto Chase iba a salir del Wayland Inn sin mí. Aunque no estuviera patrullando las calles principales, la idea de que él saliera me ponía enferma.

A MEDIA MAÑANA, ya había reorganizado las cajas llenas de ropa y zapatos usados con el fin de liberar espacio para el nuevo cargamento. Había apilado el papel higiénico en columnas y reunido toda la munición en cuatro cajas grandes de cartón. Ya se estaban acabando los pequeños cartuchos plateados que, según había aprendido, servían para las pistolas 9 mm robadas y tomé nota de eso para comentárselo a Wallace más tarde.

Las cajas con los uniformes permanecieron apiladas contra la pared del fondo, intactas.

—¡Pusiste las latas en orden alfabético!

Di un salto cuando Billy apareció en la puerta, con las cejas levantadas bajo el pelo desordenado, una bo­tella de blanqueador de la marca Horizontes en una mano y una esponjilla desbaratada en la otra. Le señalé con el dedo la estantería metálica en la que había puesto los productos de aseo. Hacía poco había cambiado sus jeans usados por otros que le quedaban demasiado grandes y di media vuelta cuando se le escurrieron bajo la cadera.

Cuando volví a girar, estaba tratando de asegurárselos con cinta.

—¡Espera! —le dije, sin poder contener una carcajada—. Por aquí hay un cinturón. Junto a los uniformes.

—¿También pusiste la ropa en orden alfabético?

Sonreí abiertamente.

—Dame un poco de tiempo. —Luego me puse seria, mientras él avanzaba hacia los contenedores, sosteniéndose los pantalones con una mano.

—Ah…, ¿Billy? —dije y me quedé unos cuantos pasos atrás—. Oí que podía haber ratas por ahí. —Estaba casi segura de que Riggins solo quería asustarme, pero no estaría de más confirmar si se trataba de una mentira.

—Así es —dijo Billy—. ¿Por qué? ¿Te mordió alguna?

Me encogí de solo pensarlo.

—No, solo… pensé que vi una, eso es todo —mentí.

—Ah, espera. —Billy se dirigió de nuevo hacia la puerta, sonriendo. El corredor estaba en silencio: los del turno de la noche dormían y la mayoría de los del turno de día estaban fuera, cada uno con su tarea. Los pasos de Billy resonaron con fuerza mientras caminaba hasta su habitación.

Pocos minutos después regresó sosteniendo entre sus brazos a Gypsy, la gata sarnosa y abandonada que había encontrado en la escalera la semana anterior. Era casi toda negra, aunque no tenía pelo en la parte de atrás, pero se veía menos raquítica que antes.

—Ya te deja alzarla. —La gata no había hecho más que sisear y aruñar durante varios días, y al oír mis palabras empezó a maullar intensamente hasta que Billy la puso en el suelo.

—Ratas, Gypsy —dijo Billy—. ¡Mmmm, qué delicia, ratas!

Gypsy misma no parecía muy diferente de una rata, y cuando se enroscó en mi pantorrilla, tuve que contener el impulso de lanzarla lejos.

—Le caes bien —dijo Billy.

Yo sonreí sin convicción.

Entonces se oyeron otros pasos en el corredor, unos pasos más lentos y pesados, y corrí a la puerta con la esperanza de que fueran Chase y Sean, y que hubieran regresado del edificio de al lado. Pero en lugar de eso me encontré cara a cara con Wallace, que ahora tenía el radio metido entre el bolsillo del frente. Debe haber visto mi cara de decepción porque ladeó la cabeza hacia un lado, y dijo:

—Cómo se nota que te pones feliz de verme.

—¿Noticias del edificio de al lado? —pregunté, mientras Billy se nos acercaba. El nuevo cinturón funcionaba a la perfección.

Wallace negó con la cabeza.

—¿Te gustaría ir a echar un vistazo?

Sí. La palabra era muy sencilla. El edificio estaba al lado, pero no fui capaz de abrir la boca. Cuando Billy se ofreció a escoltarme, transferí el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Pensar que Chase pudiera estar en peligro, o incluso Sean, me obligó a tomar una decisión, pero antes de que pudiera responder, Wallace ya había pasado a otra cosa.

—Billy, si ya terminaste con los baños, te necesito en el servidor central. —Aunque su gesto era adusto, los ojos de Wallace traicionaban el orgullo que sentía. Billy había ensamblado un escáner con piezas que los chicos recogieron afuera de los incineradores de la base. Le había adaptado una pequeña pantalla de televisión que mostraba los boletines de la MM y las listas de infractores del estatuto en una letra críptica en blanco y negro. Era el mejor uso que había visto que se le podía dar a un televisor desde el final de la guerra.

—Correcto. Estoy buscando noticias sobre el francotirador —me dijo Billy con tono de solemnidad.

Afuera, en la calle, se oyó ladrar a un perro. Yo me mordí el interior de la mejilla.

Alguien había asesinado a dos soldados de la OFR el mes pasado, en marzo, y luego desapareció sin dejar rastro. Hacía dos semanas que el francotirador había vuelto a atacar en Nashville: un soldado resultó muerto afuera de un depósito de distribución de la marca Horizontes. Wallace estaba tratando de averiguar su identidad para poder protegerlo, pero a mí no me gustaba la idea de traer a un criminal de tan alto perfil al Wayland Inn. No ahora que la MM estaba de cacería.

—¿Se ha sabido algo? —pregunté.

—Nada. —Wallace miró por encima de mi hombro hacia la ventana sucia que estaba detrás de las cajas llenas de uniformes—. Las noticias locales dicen que la OFR está a punto de resolver el caso, pero llevan semanas diciendo lo mismo.

Los reportes de radio que monitoreábamos mostraban con claridad que no tenían ninguna pista.

—Tampoco hay noticias sobre tu amiga. Esta mañana miré —agregó Billy, con las mejillas muy coloradas. Él nos había estado ayudando a Sean y a mí a buscar en el servidor cualquier centro de rehabilitación en Chicago adonde la MM pudiera haber enviado a Rebecca, pero nuestras búsquedas seguían siendo infructuosas. Ni siquiera Chase, que se había entrenado ahí durante su época de soldado, podía recordar un sitio así. Estaba empezando a dudar de que la pista que me habían dado en las celdas de detención de Knoxville fuera confiable.

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