De singular importancia es comprender que las parábolas de Jesús son formas de comunicación simbólicas, son maneras de transmitir el mensaje que evitan las referencias claras y explícitas a los temas expuestos. Al mismo tiempo, son formas de referirse al Reino de manera directa, es decir: se trata de un valor supremo, un asunto fundamental, un principio distinguido en la vida, que demanda y requiere todo lo que las personas pueden brindar, todo lo que la gente quiere llegar a ser.
En las parábolas evangélicas, sin embargo, se indica únicamente que el Reino es «semejante a…», evitando de esa forma producir una definición explícita, definitiva y directa del término o de la idea. Se asocia el Reino con varias imágenes que destacan diversos conceptos que transmiten contenidos importantes para comprender su significado. Con el tema del Reino, Jesús inspiraba a sus discípulos y desafiaba a sus adversarios, abría nuevos horizontes teológicos para sus seguidores, e incentivaba la creatividad y la proyección al porvenir…
El análisis lingüístico del término griego parabolé también puede contribuir positivamente a nuestra comprensión de las parábolas en los evangelios. En español, la voz «parábola» tiene por lo menos tres usos y significados inmediatos. En primer lugar, puede describir, de forma amplia, a casi cualquier comparación que desee estimular el pensamiento y la reflexión. La expresión griega se puede utilizar para representar proverbios (Lc 4.23), enigmas o acertijos (Mr 3.23), comparaciones (Mt 13.33), contrastes (Lc 18.18), y narraciones simples (Lc 13.6-9) y complejas (Mt 22-14). Inclusive, si las alegorías constituyen un género literario singular, también pueden ser descritas de forma general por nuestro término (Mr 4.3-9).
Nuestra palabra «parábola», además, puede tener un uso más restringido y singular. Se puede utilizar solo para describir las analogías, y de esa manera se excluirían los proverbios, los enigmas o acertijos, y las formas narrativas de comunicación. Inclusive, una tercera forma aún más limitada de entender «parábola» en castellano, es distinguirla también de similitudes, alegorías e historias ejemplares.
La comprensión del término que usaremos en nuestro libro (p. ej., paraballo ) se fundamenta en el análisis y la evaluación del sustantivo hebreo mashal , que generalmente se traduce en el texto griego de la Biblia hebrea conocida como la Septuaginta (LXX), como parabolé (p. ej., ¡en 28 de 40 oportunidades!). En efecto, mashal en hebreo posee un campo semántico amplio, pues puede referirse a cualquier frase o pensamiento que tiene la finalidad de estimular el estudio pausado, la reflexión profunda y el análisis sobrio. Hay estudiosos que entienden, inclusive, que Jesús, en una muy buena tradición rabínica, recurría regularmente a los mashalim (plural de mashal ) para desarrollar sus ideas y presentar sus mensajes.
En nuestra evaluación de las parábolas, entendemos que Jesús hereda en sus enseñanzas esa comprensión hebrea del término mashal , traducido al griego como parabolé. Ese entendimiento de la antigua imagen bíblica lo incorpora en sus discursos, proverbios, comparaciones, enigmas o acertijos, e imágenes que estimulan el pensamiento crítico, la reflexión ponderada, el análisis cuidadoso, y la educación transformadora.
En hebreo hay tres verbos relacionados con la palabra mashal. Y pueden significar «ser como», «usar un proverbio o parábola» o inclusive «gobernar». Posiblemente esos tres verbos provienen de una misma raíz hebrea, que se puede asociar directamente con las ideas de «semejanza» o «comparación». De esta forma, los mashalim hebreos, son formas de comunicación indirectas que presentan semejanzas o articulan comparaciones. Esas ideas se revelan de forma clara en la comprensión que hacen los evangelios de las parábolas de Jesús.
Procesos de transmisión oral y redacción
Según se incluyen en los evangelios, las parábolas de Jesús han vivido procesos literarios importantes, que van desde la transmisión oral en las comunidades de fe, a la redacción individual y arreglo en grupos temáticos, pasando por varias etapas de revisiones estilísticas, transformaciones literarias, reformulaciones teológicas e interpretaciones contextuales. Desde el momento mismo en que el Señor pronunció las parábolas en su entorno inicial, hasta que se fijaron de manera escrita, para posteriormente incluirse en los evangelios, pasaron como tres décadas, posiblemente cuatro, o quizá más. En ese período la vida continuó, y las necesidades de los creyentes y las iglesias incipientes cambiaron, según variaban las realidades sociales, políticas, económicas y religiosas de las comunidades.
Con el paso del tiempo, y también con el desarrollo de los primeros grupos de fe, los creyentes, particularmente los líderes –p. ej., evangelistas, apóstoles, maestros, pastores y profetas– fueron repitiendo, redactando, revisando, reestructurando y actualizando el mensaje original de las parábolas de Jesús, para adecuarlas a las nuevas circunstancias y los nuevos desafíos. Y ese singular proceso de recuento, estudio, adaptación y presentación, se pone de relieve en la redacción de los evangelios canónicos en general, y también en la incorporación y fijación final de las parábolas que los evangelistas incluyen en sus documentos canónicos.
Jesús de Nazaret, de acuerdo con el testimonio evangélico, no escribió sus mensajes ni puso por escrito sus parábolas. ¡No tenemos constancia de que haya escrito sus enseñanzas! ¡El Señor dominaba la oralidad! ¡Era un genio de la palabra hablada! ¡Era un maestro de la expresión, los matices y la entonación! ¡Y tenía control sobre las pausas y los silencios, los gestos y las insinuaciones, las miradas y los suspiros, las declaraciones y los reconocimientos!
Lo que comenzó con un discurso pedagógico de importancia, llegó a la memoria de los oyentes. En esos recuerdos se mantuvieron las parábolas y enseñanzas de Jesús, que fueron repetidas por sus seguidores de manera reiterada. Las personas que escucharon las parábolas directamente de Jesús, y posteriormente de sus discípulos, las recitaban en diversos ambientes familiares y educativos, las explicaban en variados contextos eclesiásticos, las analizaban en entornos religiosos diferentes, y las exponían en distintas discusiones apologéticas.
Una forma de mantener la fidelidad en las narraciones originales, son los recuentos repetidos de las parábolas en diversos contextos. En presencia de otros testigos de los recuentos originales, no podían introducirse muchas variaciones ni podían incorporarse cambios temáticos y literarios que alteraran las fórmulas originales. La oralidad era una forma importante de mantener los temas singulares, los contenidos específicos y las fórmulas precisas de las parábolas. En ese período inicial del cristianismo, donde el recuento oral era visto con respeto y seguridad, la desconfianza recaía sobre los documentos, pues podían variarse o cambiarse de acuerdo con el propósito de quien redactaba el escrito.
Cuando las parábolas fueron fijadas por escrito, todavía estaban vivos algunos testigos de lo que Jesús había dicho. Entre los miembros de las iglesias había personas que escucharon esos mensajes en su contexto original. Esos testigos, que no necesariamente eran pocos, garantizaban la fidelidad de las transformaciones de las parábolas, que viajaron de una fundamental y básica etapa oral a otra escrita, de igual importancia.
Las enseñanzas de Jesús, incluyendo las parábolas, se utilizaban repetidamente en homilías, en la eucaristía o cena del Señor, en los procesos educativos, en diálogos teológicos entre creyentes, en himnos y cánticos espirituales, y en discusiones apologéticas. Y esos necesarios contextos eclesiásticos y pedagógicos constituyeron el ambiente adecuado, no solo para la fijación de las parábolas, sino para la redacción final de los evangelios canónicos.
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