He comenzado a bailar a los cinco años. Supe que me gustaba esto cuando, en la casa de mi abuela, durante un cumpleaños todos bailaban al son de la música y me uní a ellos sin importarme lo que digan. Mi abuela, Barbara, quedó encandilada conmigo tan pequeña danzando que, por favor, le pidió a mi madre que
me inscriba a una academia, pues a su parecer tenía mucho para aportar. Así que aquí estamos, catorce años después en el mismo sitio, con las mejores personas que alguna vez pude haber conocido.
Recuerdo que, cuando apenas comencé, la profesora de ballet era Claudine, la mamá de Ben. Le tenía mucho miedo porque, vamos, al ser tan niña y en un lugar nuevo no sabía cómo iban a ser las cosas, sin embargo ella fue demostrándome su amor por la danza y me lo trasmitió tras cada clase. Era tan hermosa, perdón, es una mujer muy hermosa que en ese entonces me llamaba mucho la atención su largo cabello castaño claro y sus ojos grises, nunca había visto a alguien así. Me consentía tanto que me encariñé mucho con ella, pero unos años después, tuvo que dejar de enseñar porque su hijo se había quebrado la rodilla y necesitaba de su atención, ahora sé que ese niño que me arrebató a mi profesora fue Ben.
Parece que es oportuno desde pequeño.
Poco después obtuvo el mando del establecimiento junto a su esposo, Félix, ya que su madre había enfermado y su padre no sentía que podría continuar. Desde ese entonces se la puede encontrar en la oficina del lugar y, de vez en cuando, paso a saludarla, puesto que siempre es bueno ver a la persona que supo cómo inculcarme la danza como nadie.
Seco el sudor de mi frente al salir a la calle, no me di cuenta que estaba tan horrorosa cuando me detuve a hablar con Ben. Solo quise ser cortés, nada en especial, porque está claro que me he comportado de una manera muy reacia con su persona, pero reconocer que estuvo bien al ser él quien comunique, y de una manera muy especial, a Stefano y nosotras sobre la muestra no me iba a hacer nada malo.
Quise ser amable, ya está. Para qué tantas vueltas.
Aspiro el aire puro y lo largo lentamente. Tengo planes para esta tarde, los cuales constan en ir a casa, asearme, arreglarme e ir hacia el centro comercial. Siento que merezco un pequeño paseo de manera solitaria, ya que es lo único que termina relajándome y permitiendo que me deshaga de todos los malos pensamientos.
Comienzo a caminar hacia la parada de buses, la cual está a pocos metros de la academia, pero escucho cómo mi nombre sale de alguien y, al darme la vuelta, me encuentro con Clément.
—¿Ya te vas? —pregunta cuando se posiciona frente a mí.
—Sí, he terminado mis clases de hoy y tengo algunos planes para esta tarde ¿Tú también te vas?
—Sí, mi turno ha finalizado.
—Ah, bien. Ambos tendremos tiempo para descansar —asiente lentamente.
—¿Se puede saber qué planes tienes? —frunzo el ceño.
—Iré al centro comercial, quiero recorrer un poco y ver algo de ropa ¿Tienes pensado algo?
Ríe de lado y puedo ver por el rabillo de mi ojo cómo, lastimosamente, un bus que coincide con los que normalmente utilizo se aleja de la parada. He perdido uno.
—Nada más pensaba que podíamos repetir la cena de la otra vez, o lo que quieras. Como dices que tienes planes, quizás estos involucran a alguien más ¿No?
—No, estás equivocado. Iré sola, no tengo con quien ir porque mi hermana está estudiando de una manera desgastante para la universidad y amigos no tengo —río irónicamente a lo último.
—Entonces ¿Podría acompañarte? Digo, si no te molesta.
Analizo sus ojos, tienen un brillo especial que me hacen dudar, sin embargo acepto.
—Claro, no hay problema.
—Bien, entonces paso por tu casa a buscarte.
—Mmh, será conveniente que directamente nos encontremos en el centro comercial.
—Perfecto —se acerca a mi mejilla y retengo el aire de manera involuntaria mientras él deposita un casto beso—. Mándame mensaje cuando estés a punto de salir de tu casa.
—Tenlo por asegurado.
Me guiña un ojo y pronto lo veo desplazarse hacia el estacionamiento que está en la calle de enfrente. Vuelvo a iniciar mi camino hacia la parada, no me queda otro remedio más que esperar que vuelva a aparecer otro autobús.
Bueno, al parecer no estaré tan sola durante la tarde. Fue bastante inesperado el hecho de que se haya ofrecido a salir justo cuando yo tengo ganas de salir de casa, sin embargo me viene como anillo al dedo.
Nunca viene mal una compañía.
*
—Entonces dices que ahora habrá una muestra de tango —dice Clément mientras toma asiento frente de mí en una de las mesas del Starbucks, donde nos decidimos a detenemos por unas bebidas.
—Sí y la verdad que me hace mucha ilusión —respondo entusiasmada—. Ya ves que esas muestras anuales terminan siendo algo monótonas con el correr de los años y siento que esto sí vale la pena.
—Tienes razón, pero debes tener pareja para poder participar ¿No?
—Ujum —emito ese sonido mientas digiero el suave sabor del frappucchino a base de crema—. Aún no sé cómo será ese tema. Stefano estuvo arreglando todo con Ben, supongo que nos dirá a la brevedad si es él quien elige las parejas o podemos hacerlo nosotras. Por lo que dijo Ben, esta muestra contará mayormente con la ayuda de las clases de urbana, contemporánea y afro porque los profesores son los que podrán ayudarlos más.
—Qué extraño, a mí no me consultó nada el niño mimado —deja los ojos en blanco y lo observo asombrada de que lo vuelva a llamar igual que antes—. En fin, si es que Stefano decide que podrán elegir cada una a su pareja ¿Tú has pensado en alguien?
—No, como todavía no han dicho nada respecto a eso, decidí esperar.
—Pues, si te dan la oportunidad de elegir, tienes un pretendiente enfrente tuyo —iba a tomar otro sorbo de mi bebida, pero cuando termina de emitir sus palabras lo observo fijamente.
Clément sonríe de lado. Sus ojos grises con motitas verdes relucen algún brillo, el mismo que antes, y no puedo explicar su
origen. Me es imposible no continuar con el escrutinio, puesto que su mandíbula cuadrada recubierta por una barba de pocos días capta mi atención. Se ve tan masculino, tan hombre.
Creo que es la primera vez que me percato que no estoy tratando con un chico de mi edad que, quizás, no tenga convicciones fuertes en la vida. Estoy tratando con un hombre que, he de suponer, tiene un proyecto de vida bien armado.
Me doy cuenta que me he demorado mucho con el miramiento cuando carraspea de manera sutil. Al volver a mirarlo a los ojos me siento avergonzada, rápidamente puedo percibir cómo el calor sube por mis mejillas y éstas se enrojecen.
—¿Te me estás ofreciendo como pareja de baile? —pregunto incrédula, cosa que produce que vuelva a sonreír como lo hizo luego de que lo analicé como una adolescente hormonal.
—Desde luego. Supongo que no habrá problemas con que bailes conmigo, digo, como mis alumnos ocuparán tiempo en este proyecto yo también tengo derecho.
No contesto. Decido pensar unos segundos en los cuales me centro en mi bebida. No es mala idea, es decir, se trata de un profesor que colaborará con sus alumnos, por lo que, claramente, está apto para poder acompañarme a dar un gran número.
Qué va, de perder no voy a perder nada, es más, ganaré más de lo que puedo llegar a imaginar.
—Está bien —suelto. Él deja de tomar su café para visualizarme dubitativo.
—Está bien ¿Qué?
—Que está bien que seas mi pareja. Acepto tu ofrecimiento. Creo que seremos la envidia del resto de las parejas, es decir, tú eres profesor y yo sé moverme…
—¿Lo dices en serio? —me interrumpe—. ¡Sabes más que moverte! Te aseguro que seremos la mejor pareja de franceses bailando tango.
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