Nuestro hombre, gracias al celo de su tutor Josef Mayrhofer, que también le ayudaba, se encaminó a Viena por tercera vez. La pequeña Paula quedó bajo la protección de Ángela y su marido Leo Raubal. Todo esto sucedía mientras 1908 comenzaba su andadura. Hitler iba a cumplir en abril 19 años y en su futuro no se veían sino oscuros nubarrones. Su amigo Kubizek, que no le había perdido la pista, no tardó en hacerle compañía. Alquilaron una habitación en la que tenían que hacer filigranas para moverse entre el piano del aspirante a músico, los enseres del aspirante a pintor y las camas en que dormían. Fue august Kubizek el que dejó constancia escrita de la vida de ambos en esa época. Impávidos ante la pobreza que les atenazaba y el hambre que los acosaba, según ambos decían, y dispuestos a no trabajar, pasase lo que pasase. Kubizek, en silencio, seguía asombrado ante el verbo incontenible de su amigo, dubitativo ante la fuerza magnética de su mirada y plegado sin protestar a su autoridad sin condiciones. Muy jóvenes, llenos de sueños y anhelos pateaban las calles de la capital imperial convencidos de que iban a triunfar. Hitler, desde el primer momento puso especial cuidado en que su amigo no se enterase de que su intento para alcanzar una plaza en la Academia había terminado en un desastre que no tenía paliativo. Pese a ello sus sueños de alcanzar la gloria por el camino del arte persistían. La idea de buscar un trabajo estable era rechazada sin titubeos cada vez que aparecía: era odiosa para ambos y a Hitler, especialmente, le producía pesadillas. Les era igual que Viena abriese ante ellos sus tenebrosas fauces y amenazase con engullirlos. Yo estoy convencido de que ya por aquel entonces estaba imbuido de que era un hombre colosal. Fue en esa época, quizá aconsejado por Kubizek, cuando empezó a leer con asiduidad, tal vez buscando construir un muro que lo aislase de sus temores más recónditos; pero lo hizo desde el primer momento sin una buena planificación. Tenía talento, desde luego, y no creo que nadie lo vaya a rebatir, pero leía desordenadamente, mezclaba unos temas con otros y en su cerebro, indudablemente, sus peligrosas paranoias y sus rabiosos odios continuaban tomando forma sin parar. Resumiendo, esa afición desordenada a la lectura potenció su ego y lo condujo a cultivar un dogmatismo pedante que ya nunca más le abandonó.
“Leía mucho y concienzudamente en todas mis horas de descanso. Así pude en pocos años cimentar los fundamentos de una preparación intelectual de la cual hoy mismo me sirvo.
“Pero hay algo más que todo esto: En aquellos tiempos me formé un concepto del mundo, concepto que constituyó la base granítica de mi proceder de esa época. A mis experiencias y conocimientos adquiridos entonces poco tuve que añadir después; nada fue necesario modificar.” Mi lucha: Ibid, p. 32.
4.
Kubizek se marchó de Viena en julio de ese año para pasar el verano en Linz, con su familia, y Adolfo, solo en la ciudad, se carteó esporádicamente con su amigo. Ninguno de los dos se lo imaginaba, pero no se volverían a encontrar hasta la Anschluss en1938, cuando un exultante Adolfo Hitler hizo su entrada triunfal en Viena para anexionar su Austria natal al gran III Reich alemán del cual era caudillo indiscutible. Kubizek no volvió cuando terminó su tiempo vacacional, prolongando la estadía al lado de sus parientes hasta noviembre, ya invadida Viena por el frío invernal. Encontró la habitación de la Stumpergasse abandonada y pese a que indagó con ahínco no consiguió saber dónde se había escondido su amigo Adolfo, lo que todavía hoy permite a sus biógrafos tejer toda clase de suposiciones. Parece que en octubre de 1908 Hitler había hecho un segundo intento para convertirse en un gran artista y otra vez había sido rechazado. Dado su desbordado orgullo es evidente que ese nuevo golpe lo había aplastado y quería rumiar a solas su vergüenza… y se esfumó. Esa vergüenza parece que todavía le duraba cuando escribió en fecha tan lejana como 1924, en el presidio de Landsberg, las primeras páginas de Mein Kampf. En ellas se olvida de la pintura y expone su deseo de ser arquitecto:
“Al morir mi madre fui a Viena por tercera vez y permanecí allí algunos años. Quería ser arquitecto. Y como las dificultades no se dan para capitular ante ellas, sino para ser vencidas, mi propósito fue vencerlas, teniendo presente el ejemplo de mi padre que, de humilde muchacho aldeano, lograra un día hacerse funcionario del Estado… En brazos de la “diosa miseria” y amenazado más de una vez de verme obligado a claudicar, creció mi voluntad para resistir hasta que triunfó esa voluntad. Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia de hoy y la inflexibilidad de mi carácter. Pero más que todo eso doy todavía un mayor valor al hecho de que aquellos años me sacaran de la vacuidad de una vida cómoda para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde debí conocer a aquellos por quienes lucharía después.” Mi lucha: bid p. 31.
Pero, aunque reconoce la comodidad que le proporcionaba su vida de gandul al lado de su madre, no hace mención de sus dos fracasos académicos. Tampoco dice que fue uno de los profesores que lo suspendió el que le aconsejó para que estudiara arquitectura, dado que sus dibujos, en esa profesión podían tener más posibilidades. Parece, vistas las fotos que existen de sus diseños, que el consejo no iba descaminado. Pero ¿cómo acceder a la Escuela de Arquitectura si no tenía los estudios mínimos preparatorios, dado que en la Realschule de Linz y en la homónima de Steyr había fracasado en el bachillerato? El objetivo era imposible y él lo sabía cuándo escribió esas líneas en su libro. Por ello evita cuidadosamente la más leve insinuación a sus fracasos en los estudios de bachillerato y en su intento de triunfar en la Academia, cosa que, objetivamente hablando, se puede comprender. Hasta ahí existen esos deseos. Pocas líneas más adelante, ya olvidada también la arquitectura, apunta a los tres objetivos centrales de su vida: los judíos, el racismo, y el Lebensraum (espacio vital) que iban a llenar el resto de su vida política hasta el final:
“En aquella época debí también abrir los ojos ante dos peligros que antes apenas si los conocía de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemán: el marxismo y el judaísmo.” Mi lucha ibid. p. 31-32
“Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegría y el medio-ambiente de gentes satisfechas, para mí significa por desgracia, sólo el vivo recuerdo de la época más amarga de mi vida. Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco largos años de miseria y calamidad encierra esa ciudad para mí, cinco largos años en cuyo transcurso trabajé primero como peón y luego como pequeño pintor, para ganarme el miserable sustento diario, tan verdaderamente miserable que nunca alcanzaba a mitigar el hambre;” Mi lucha: ibid. p. 32.
5.
De 1909 a 1913, los cinco años que calificó como los más difíciles y miserables de su vida, Hitler se hundió en la masa de pordioseros vieneses para vivir la mendicidad. Las postrimerías de 1909 fueron las más duras para él. Había descendido a lo más profundo de la sima y el agujero parecía no tener final. Viena lo había atrapado en sus fauces y le estaba mostrando que también existían en ella lugares sórdidos y rincones espantosos. Sucio, comido por los piojos, los pies lacerados esparciendo su fetidez, convertido en un desecho se unió a la hez de la población que buscaba cobijo en Meidling, el enorme asilo creado para ese menester. Tenía veinte años, lejos estaban sus sueños artísticos y Kubizek se había esfumado. En el lugar que éste había ocupado se movían ahora los tullidos, los borrachos, los pequeños delincuentes y todos los andrajosos desechos humanos que se pueden ver en cualquier gran ciudad. Meidling los echaba apenas amanecía y se esparcían por las calles en procura de un mendrugo o cualquier cosa parecida que se pudiese masticar. Esos fueron los días en que conoció a Reinhold Hanisch, un mediocre dibujante que había emigrado de los Sudetes, tenía antecedentes policiales y había recorrido media Alemania mendigando hasta recalar en Viena. Juntos, él y un Hitler hundido en la desesperación recorrían al lado de otros indigentes el trayecto hasta un convento de monjas donde les daban un plato de sopa caliente con la que revitalizaban sus helados huesos. Con Hanisch, Hitler paleo nieve y transportó maletas a los viajantes que iban a tomar el tren. Pero el trabajo físico siempre lo espantó. Mientras tuvo algo de dinero huyó de él como de la peste, y ahora que lo necesitaba para comer, no tenía fuerzas para ponerse en ello. Hasta Hanisch terminó por explotar de cólera vista la vagancia de aquel extraño compañero de miserias. Pero el sudete tenía iniciativa. Había hablado mucho con el Hitler dibujante que le había tocado en suerte, recordaba algunas de las cosas que éste le había contado y pensó que todavía podían arrojar fruto las “dotes artísticas” de las que presumía de continuo Adolfo, al jactarse sin ningún pudor de haber estado en la Academia de Arte vienesa.
Читать дальше